El veredicto fue leucemia. El último médico que fue consultado, afectuosamente le sugirió a mi joven madre que quizás la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) podía ayudarla. Ella compró un ejemplar de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy y comenzó su lectura. Mientras leía, sanó, como han sanado tantos otros miles de personas al leer este libro. Llevó una vida plena y activa, y vivió para ver a sus hijos crecidos y a sus nietos comenzar la universidad. Recibió una vislumbre del Cristo y esta vislumbre la sanó. Esto hizo que en nuestra familia fuéramos estudiantes de la Ciencia Cristiana.
Siempre estaré agradecida por la enseñanza fundamental que recibí en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, con su aplicación práctica para la vida diaria de las verdades que hay en la Biblia y en Ciencia y Salud. Mi afiliación a La Iglesia Madre y a la iglesia filial a la que concurrí desde mi niñez, me ayudó a ampliar y fortalecer mi gratitud por la Iglesia y su propósito sanador de quitar los pecados del mundo.
Los frecuentes resfríos que tenía de niña algunas veces me hacían guardar cama durante varios días. A medida que fui creciendo se hicieron menos fuertes, pero siguieron siendo frecuentes. Inconscientemente había aceptado la creencia común de que un resfrío tiene que seguir su curso. Un día se me presentaron todos los síntomas, y la sugestión me vino una y otra vez: “Esto es lo mismo que te hacía guardar cama cuando eras niña”. Entonces llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana, pero no lo pude encontrar. En medio de mi temor me vino este pensamiento: “Si fueras un mortal esto podría ser verdad”. Con el reconocimiento de que era una hija inmortal de Dios sentí un gran gozo. Jamás había sido un mortal, ni estado sujeta a resfríos, y no podía tener ahora la repetición de algo que nunca había sido verdad acerca de mí. Al finalizar el día todos los síntomas del resfrío habían desaparecido. Esto ocurrió hace más de veinte años, y desde entonces he estado virtualmente libre de este mal.
Después de haberme casado y tenido hijos, percibí la necesidad de tomar instrucción en clase. Primero había aceptado la idea de que cuando nuestros hijos hubieren crecido y yo tuviera más tiempo, o cuando mi marido estuviere preparado, tomaríamos clase juntos. Poco a poco comprendí que ahora necesitaba de la ayuda que la instrucción en clase me daría, y que puesto que esta clase es una demostración individual, era posible que mi marido no eligiera el mismo maestro que yo. Como había encontrado respuesta a esos argumentos, presenté la solicitud y fui aceptada en la clase.
La clase iba a comenzar en menos de dos meses. Mi marido comprendió, como yo, que éste era un paso fundamental de progreso, y decidimos no dejarnos influir por la aparente escasez económica, sino seguir el ejemplo del Mostrador del camino, Cristó Jesús. Él alimentó a las multitudes luego de haber primero dado gracias por la amplitud del amor de Dios. Nos aferramos lo mejor que pudimos a las palabras de la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos, pág. 307: “Nunca pidáis para el mañana; es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis, jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis”. En esa época se me presentaron dos trabajos de jornada parcial. El dinero que necesitaba lo obtuve del salario que recibí de estos empleos y del dinero que pudimos ahorrar. La inspirada enseñanza de la instrucción en clase fue para mí la “perla preciosa” (Mateo 13:46), y como el hombre de la parábola, con gozo hubiera vendido todo lo que tenía para comprarla.
Como miembro activo de una iglesia filial aprendí a demostrar la Ciencia Cristiana, a espiritualizar mi pensamiento, y a comprender de una manera más cabal la importancia de la Sra. Eddy como guía de una iglesia establecida para traer curación al mundo. Una vez, siendo miembro de una iglesia filial de relativamente pocos miembros, me sentía tan agobiada pensando que tenía demasiado que hacer, que renuncié a todas las actividades de la iglesia. El amor que los miembros expresaron hacia mí durante ese tiempo me hizo comprender la verdad de las palabras de la Sra. Eddy (Ciencia y Salud, pág. 79): “El dar en el servicio de nuestro Hacedor no nos empobrece, ni enriquece el retener”. En menos de dos semanas volví con entusiasmo al trabajo que tenía asignado.
Desde entonces he servido en todas las actividades de la iglesia, y he encontrado que el estar en los negocios del Padre ha puesto de manifiesto aptitudes escondidas y me ha sanado de la timidez que desde niña me había acosado.
En nuestra familia hemos tenido curaciones de quemaduras, de huesos rotos e infecciones, así como conciliaciones de relaciones personales. Éstas son evidencias exteriores de que el Cristo, que Jesús enseñó y vivió, está presente hoy en día para elevar y espiritualizar la consciencia de los hombres. En las palabras bíblicas de Pablo (Romanos 1:16): “Es [el] poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”.
Ketchikan, Alaska, E.U.A.