Hace mucho tiempo, cuando estaba trabajando, me di cuenta de que no podía mantenerme en pie. Un compañero de trabajo gentilmente me llevó a mi casa en un taxímetro y prácticamente tuvo que cargarme. Esa noche hubo una discusión grande entre mis padres sobre lo que se debía hacer conmigo. Mi padre hacía varios años que era estudiante de Ciencia Cristiana. La manera de pensar y actuar de mi madre era totalmente lo opuesto; ella deseaba emplear la medicina material. Yo estaba entre dos fuegos cuando me preguntaron qué quería hacer. Miré a mi mamá y luego a mi papá. Si bien había estado asistiendo a los cultos de Ciencia Cristiana con mi papá desde mi niñez, me incliné por satisfacer los deseos de mi mamá. Ella llamó a un médico. Después que éste me examinó, me llevaron a un hospital donde diagnosticaron que tenía artritis en ambos pies, en los tobillos y en las rodillas. Más tarde las manos y los dedos fueron afectados.
Después de haber estado un mes en el hospital, rebajé de sesenta y ocho kilos a aproximadamente unos cuarenta. No podía alimentarme yo mismo y me tenían que alimentar. No podía soportar ningún peso sobre los pies y usaban una rejilla para sostener la sábana levantada. Me inoculaban y me daban medicamentos. También sentía mucho temor porque me iba debilitando más y más.
Mis padres continuaban visitándome. Un día en especial mi papá vino solo. Con lágrimas de humildad en los ojos le pedí “un vaso de agua fría” (Mateo 10:42) en nombre de Cristo; le pedí tratamiento mediante la Ciencia Cristiana y que llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana. Inmediatamente se cumplió mi deseo. Por estar recibiendo tratamiento por la Ciencia Cristina rechacé todos los medicamentos y al día siguiente firmé mi salida del hospital. Mi papá me cargó hasta el taxímetro, y luego a casa. Después me enteré de que las autoridades del hospital le habían dicho a mis padres que yo iba a ser recluido en un lugar para enfermos incurables, porque no había esperanza de que me recuperara.
Empecé a estudiar nuevamente la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y continué recibiendo tratamiento en la Ciencia Cristiana — el apoyo por medio de la oración que me dio el practicista. Mi condición empezó a mejorar; mi papá era mi enfermero, me bañaba, alimentaba y amaba. Y, lo que fue especialmente significativo, me veía como nos enseña la Ciencia Cristiana a ver al hombre, espiritual y perfecto, como su Hacedor.
Después de un tiempo empecé a ir a los cultos de la iglesia, con la ayuda de un bastón, y en seis meses sané. Esto sucedió hace más de cuarenta años.
Esta curación es para mí una roca, una base sobre la cual construir. Esta revelación de mi verdadero estado por medio de la curación me ha demostrado que estoy recorriendo el sendero de los sentidos al Alma.
Estoy humildemente agradecido por la abundancia del bien que se ha manifestado en mi vida, y sé que sería imposible expresar con palabras lo que mi consciencia expresa y refleja en reconocimiento de la gran bondad de Dios. Estoy sumamente agradecido primero y ante todo a nuestro Padre-Madre Dios, que ama y cuida a todos Sus hijos, y por Cristo Jesús, el Mostrador del camino. El Cristo, la Verdad, que es eterno, nos despierta, nos eleva e ilumina nuestro sendero, y nos muestra la unidad que existe entre Dios y el hombre. Doy gracias por esa altruista mujer, Mary Baker Eddy, quien nos dejó, para que lo compartamos, este legado tan valioso. Ella es en verdad nuestra venerada Guía, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Ciencia que demuestra que estas sagradas enseñanzas de Cristo Jesús son un conocimiento demostrable. Estoy profundamente agradecido por las buenas y ricas bendiciones que me ha traído la instrucción en clase con un maestro consagrado, por la alegría de servir en una iglesia filial, y por ser miembro de La Iglesia Madre. ¿Puede haber tesoros más valiosos que éstos?
Bronx, Nueva York, E.U.A.