Como pasa con todo propósito loable, las metas humanas para sanar y ser sanados en la Ciencia Cristiana son posibles de alcanzar. Dios, que es del todo bueno, crea sólo lo que es perfecto y nada sabe de deficiencias. Por lo tanto, todo lo que parezca interferir con el esfuerzo de alguien para lograr sus acariciadas metas sanadoras acusa un concepto erróneo acerca de Dios y del hombre. La Ciencia Cristiana clasifica esta primera mentira, y todas las mentiras que se le derivan, bajo el nombre colectivo de magnetismo animal y sobre esta base las rechaza.
El término “magnetismo animal” nos alerta al peligro que hay en todo falso conocimiento y acción, en todo aquello que no procede de Dios. Pero el hecho de nombrar y definir el magnetismo animal con el fin de denunciarlo y de desarmar sus pretensiones, no dota, y no puede dotar, al mal de entidad o poder. Nada puede hacer real aquello que la totalidad de Dios, el bien, siempre excluye como imposible. Porque Dios es Todo, el magnetismo animal es nada.
No obstante, las creencias que abrigamos parecen regir nuestra vida con autoridad y fuerza de ley. Basar nuestras decisiones para la curación y para el trabajo sanador en el testimonio que presentan los sentidos materiales, en las influencias mentales finitas, o en las opiniones humanas indica, inequívocamente, desconfianza en el siempre presente y absoluto gobierno de Dios. Por lo tanto, pasar por alto o evitar la curación para nosotros mismos, o dejar de compartirla cariñosamente con otros, significa creer en el magnetismo animal. Creer en algo fuera de Dios es atribuir realidad a la creencia en el magnetismo animal, creencia que sólo puede provenir del desconocimiento de que Dios es Todo. Por lo tanto, la creencia en el magnetismo animal es consumada idolatría, justamente lo opuesto al servicio y adoración divinos.
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