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Como alumno regular de una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana,...

Del número de septiembre de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Como alumno regular de una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, deseo expresar mi gratitud a Dios por Su tierno cuidado, y a la Sra. Eddy por habernos dado el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud.

Me gustaría relatar dos curaciones que he tenido al confiar completamente en la Ciencia Cristiana. Una noche me desperté con un severo dolor de oído. Traté de no prestarle atención y volver a dormirme, pero el dolor persistía. Decidí recurrir a mi Ciencia y Salud y leí “la declaración científica del ser” en la página 468. Las verdades en ese párrafo eran muy comprensibles, pero el dolor continuaba. Por eso decidí llamar a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien me dio algunos pensamientos que me ayudaron mucho. Me hizo ver claramente que no podía haber ningún dolor ni dolencia en la presencia de Dios. También salió a luz que los oídos son para escuchar, para escuchar el bien — y que Dios es el bien. Trabajamos juntos para entender mejor que los oídos representan la percepción espiritual, y que las facultades dadas por Dios no pueden sufrir trastornos. Más tarde cuando hablé con la practicista, llegamos a la conclusión que debemos cerrar nuestros oídos al error y abrirlos totalmente al bien, y entonces ya no podría ser molestado por las sugestiones del error.

Además disfruté escuchando un disco titulado “Las facultades son indestructibles”, que compré en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Hacía resaltar un punto muy importante que aparece en Ciencia y Salud (pág. 488): “Si fuera posible que los verdaderos sentidos del hombre se dañaran, el Alma podría reproducirlos en toda su perfección; pero ellos no pueden ser turbados ni destruidos, puesto que existen en la Mente inmortal, no en la materia”.

En unos días podía oír perfectamente, y el dolor, el zumbido y el chasquido cesaron al mismo tiempo.

Estoy muy agradecido por las verdades maravillosas que he aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana las que podemos usar en todo momento.

Hace tres veranos tuve una curación que me impresionó mucho. Un día empezó a llover muy fuerte y recordé que habíamos dejado abiertas las ventanillas del automóvil. Cuando me apresuré a abrir la puerta del frente de nuestra casa para salir a cerrar las ventanillas, la mano dio con tal fuerza contra el picaporte que de momento el dolor fue insoportable. Más tarde, mientras me preparaba el almuerzo, todavía me dolía y descubrí que estaba amoratada e hinchada. Inmediatamente supe que no hay accidentes en el reino de Dios; que no podía perder mi identidad perfecta como hijo de Dios; y que nada nocivo había sucedido ni podía suceder.

Decidí trabajar con algunos pasajes de Ciencia y Salud, y el que más me ayudó fue (pág. 368): “El mayor mal no es más que el opuesto hipotético del máximo bien”. Pensé en una idea que había sacado de un artículo publicado en una de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, que el hombre no es un mortal separado de Dios tratando vanamente de reflejarlo, sino que el hombre es reflejo. Pude ver que yo no era un mortal capaz de ser perjudicado, y esto me ayudó a dirigir mi pensamiento hacia el Espíritu en vez de hacia la materia. En dos días la decoloración, el dolor y la hinchazón habían desaparecido. Toda la experiencia fue como un sueño. Me regocijo con el siguiente versículo de la Biblia (2 Pedro 3:14): “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”.


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