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Para sanar, una sus pensamientos a Dios

Del número de septiembre de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A veces no logramos una curación porque estamos tan ensimismados tratando de cambiar la condición física que no percibimos la verdadera necesidad: la evangelización de nuestro ser mediante la cual unimos nuestros pensamientos al amor de Dios y demostramos la armonía espiritual que resulta en salud. Tenemos que darnos cuenta de que la armonía de nuestra vida es el resultado de nuestra espiritualidad, de una clara y tranquila comprensión de que Dios y el hombre coexisten y son eternamente perfectos.

Cuanto más moramos en la realidad espiritual y estamos conscientes de nuestra separación de la materia, o sea, cuanto más sentimos y reconocemos que existimos en Dios, en la Mente divina e infinita, tanto mejor para nosotros. Dejamos atrás nuestros problemas cuando de manera activa elevamos nuestra consciencia a un estado más espiritual.

Jesús enseñó que tenemos que poner primero lo que es primero si hemos de disfrutar del bien que Dios otorga. Nos dijo: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33; Y Jesús practicó lo que predicaba. Se nos dice que solía retirarse a lugares desiertos para renovar y revivificar su concepto de la totalidad de Dios y de la unidad del hombre con Él. Al prepararse para su obra sanadora mantenía encendida la llama espiritual gloriosa de su íntima visión, su percepción del reino de Dios morando en él.

Poner nuestros pensamientos a tono con Dios es la acción de la idea-Cristo. Esta acción dio poder al Maestro, y nos lo dará a nosotros igualmente, si seguimos su ejemplo. La Sra. Eddy dice: “El Cristo ejemplifica aquella fusión con Dios, su Principio divino, que da al hombre dominio sobre toda la tierra”.Ciencia y Salud, pág. 316;

Raramente alcanzamos de un salto el punto de vista espiritual sanador. El proceso es, por lo general, una ascensión lenta que requiere inteligencia, paciencia, valor e inspiración. Poco a poco vamos venciendo la limitativa creencia, causante de las enfermedades, de que el hombre es materia viviente, y vamos en cambio ganando percepciones más y más claras de nuestra verdadera identidad espiritual en Dios.

En su Sermón del Monte, Cristo Jesús estableció la meta que debemos fijarmos. Dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48; Pero él sabía que los hombres aún estaban en los pañales de la falsa creencia, con mucho que aprender antes de poder acercarse a esa meta. La misión de Jesús fue mostrarnos el camino hacia Dios — guiarnos a descubrir nuestra unidad con Él. Siguiendo su camino elevamos el pensamiento al nivel en que estamos conscientes de nuestra unión con la naturaleza y el carácter divinos, y así hacemos nuestra la Mente de Cristo en toda su plenitud.

Nuestra comprensión de la unidad del hombre con Dios se va desarrollando a medida que humilde y persistentemente reconocemos que en todos los aspectos de nuestra vida dependemos completamente de Él. Uno debiera hacerse estas simples, pero importantes, preguntas: ¿Cuántas veces al día me detengo a reconocer que en este mismo instante estoy unido a la Mente divina, la Mente causativa? ¿Cuán a menudo dedico tiempo, o “encuentro” el tiempo, para reconocer silenciosa y agradecidamente que Dios es la Vida, sustancia e inteligencia verdaderas de mi ser? No hay duda de que si uno se mantiene alerta a la verdad de lo que es su ser y de que este ser es inseparable de Dios, cosecha los frutos de aquella armonía profunda y satisfaciente, promotora de salud, armonía que sólo el estado consciente de esta unión con el Amor divino puede aportar.

La Sra. Eddy hace ver de manera maravillosamente clara este punto al decir: “Cuando el hombre mortal una sus pensamientos de la existencia con lo espiritual y obre únicamente como Dios obra, no andará más a tientas en las tinieblas, ni se apegará a la tierra por no haber gustado el cielo”.Ciencia y Salud, pág. 263;

Cuando nos esforzamos por obrar “unicamente como Dios obra”, gradualmente va alboreando en nuestro pensamiento el hecho de que la vida verdadera — la existencia real suya y mía — debe ser la expresión de la Vida divina y única. Por cuanto la Vida vive, vivimos nosotros también. Somos entidades vivientes porque estamos incluidos en el único e ilimitado “Yo soy”. Del mismo modo, comenzamos a percibir que todo conocimiento inteligente es la manifestación de Dios, la Mente que lo es Todo, y que esta Mente se expresa a sí misma en infinidad de identidades conscientes de sí mismas — en la individualidad real suya, mía y la de todos, en todas partes. Es así como poco a poco vamos progresando hacia la percepción de que Dios no sólo está aquí mismo y ahora sino que, realmente, es la suma total del ser, el Todo- en-todo. Aprendemos que el hombre vive por siempre en la sustancia del amor de Dios.

Si nos hallamos enfrentando alguna enfermedad, el reconocer devota y agradecidamente estas verdades básicas puede aportar la curación. Esto es posible porque, como lo enseña la Ciencia Cristiana, la materia entera, incluyendo el cuerpo humano con todas las enfermedades que lo infestan, es meramente una imagen subjetiva en la mente humana. Y una imagen mental siempre puede ser gobernada y corregida por el pensamiento espiritualmente iluminado. Confiar en la omnipresencia y omnipotencia del Amor divino sana las enfermedades porque destruye el temor que las ocasiona.

A medida que el pensamiento se imbuye de la idea-Cristo, o sea, de lo que el Apostol Pablo llama “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo”, Efes. 1:23; la paz y la alegría se manifiestan en nuestra consciencia y eliminan la oscuridad mental, que es el origen del sufrimiento. Aquí las siguientes palabras de la Sra. Eddy abordan el punto con precisión: “La dulce y sagrada consciencia y permanencia de la unidad del hombre con su Hacedor, en la Ciencia, ilumina nuestra existencia presente con la omnipresencia y el poder de Dios, el bien. Abre de par en par las puertas de salvación del pecado, la enfermedad y la muerte”.Escritos Misceláneos, pág. 196;

Inspirados por estas poderosas verdades podemos llegar a estar conscientes de nuestra unión con la presencia divina, la cual nos sostiene y apoya, y entonces podemos rechazar la evidencia de la enfermedad como una ilusión mesmérica. Podemos afirmar vigorosamente que la falsedad de la enfermedad no tiene lugar para morar, ni habilidad para actuar, ni sustancia para tomar forma, ni mente con la cual conocerse o sentirse a sí misma. Realmente, nada está presente ni nada está ocurriendo que no sea la manifestación por doquier de la sustancia y actividad de Dios, la Mente divina perfecta y única. Podemos devota y persistentemente reconocer y afirmar esta verdad hasta que la ilusión desaparezca y se restaure la armonía.

Job dijo: “Yo sé que mi Redentor vive”. Job 19:25. Aquellos que han purificado sus vidas lo suficiente como para sentir la íntima iluminación que aporta el sentido espiritual no abrigan dudas acerca de la existencia de Dios y de Su eterna presencia. Están aprendiendo a conocerlo a Él como el Amor inteligente, viviente y activo, y a ver sus propias identidades incluidas en el “ahora” de la totalidad de Dios. Han descubierto el camino a la manera del Cristo — la unión de los pensamientos con Dios, unión que sana.

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