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Cómo lograr nuestra independencia

Del número de septiembre de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Sir Winston Churchill expresó: “Se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno con excepción de todas esas otras formas que se han puesto a prueba de tiempo en tiempo”. Discurso en la Cámara de los Comunes, noviembre 1947; Por cierto que la democracia ha demostrado que, entre otros sistemas de gobierno, es un apoyo formidable para el desarrollo y progreso de las libertades humanas.

De los documentos importantes que evidentemente han promovido el elemento de independencia en la búsqueda de libertad por la humanidad, dos de ellos destacan por haber contribuido de manera especial y única. Hace más de siete siglos que se firmó la Carta Magna — la Gran Carta — de libertad política y civil. Este paso marcó el comienzo de la democracia en Inglaterra. Fue la piedra angular de un reconocimiento en embrión de la importancia de la independencia para la humanidad.

La Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América aumenta varios años más a sus dos siglos de servicio. Este documento — que reconoce el derecho a la vida, a la libertad y a la procura de felicidad de sus ciudadanos — proclama un nivel inestimable de justicia, libertad e igualdad.

Esta noble forma de gobierno, la democracia misma, provee un clima ideal para percibir un concepto de gobierno arraigado en la espiritualidad. Algún día se comprenderá que esta forma de gobierno es la verdadera. Se la define con justicia como el gobierno de sí mismo. Si bien la democracia alienta y fomenta el surgimiento de una clase adecuada de autonomía, la Ciencia Cristiana saca a luz su profundo-significado. Explica esta autonomía dentro del cuadro de su propia Carta Magna y Declaración de Independencia.

“La Carta Magna de la Ciencia Cristiana”, escribe la Sra. Eddy, “significa mucho, multum in parvo, — todo-en-uno y uno-en-todo. Representa los derechos inalienables y universales de los hombres. Su gobierno, esencialmente democrático, es administrado por el consenso común de los gobernados, en el cual y por el cual el hombre gobernado por su creador se gobierna a sí mismo”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, págs. 246–247;

¿Qué significa gobernarse a sí mismo? ¿Significa esto que una personalidad humana particular decide por sí sola los deberes que tiene que cumplir, las obligaciones que debe aceptar, y las oportunidades que debe aprovechar? En realidad, es todo lo contrario. El gobierno propio adecuado acepta que Dios es la única causa. Sólo a medida que comprendemos nuestra verdadera individualidad podemos encontrar una base verdadera para el gobierno propio.

El verdadero yo del hombre no es personal. No es una entidad mortal. No está separada de Dios ni es independiente de la Verdad. Es, más bien, independiente de todo lo que sea desemejante a la Verdad. El verdadero ser del hombre, su verdadera entidad, expresa la naturaleza misma de Dios. Su relación con Dios no es divisible. Pero esta identidad permanece individual. Permanece única y distinta. Porque Dios es Vida, el hombre vive eternamente. Porque Dios es Mente, el hombre está por siempre consciente. Porque Dios es Amor, el hombre ama incesantemente. La sustancia misma de la individualidad del hombre está unida inseparablemente a Dios. El ser perfecto y único del hombre acciona en total acuerdo con Dios perfecto. Dios es la causa única. El hombre es Su efecto.

A medida que empezamos a poner por obra el gobierno propio adecuado, empezamos a aprender a ser gobernados por Dios, porque Él es la única fuente de nuestra entidad. El estar gobernado por cualquier cosa que sea menos que esta fuente de nuestro ser verdadero ocasionaría dudas, restricciones y desequilibrios en nuestra vida. Desde el punto de vista de la Verdad absoluta, esto es una imposibilidad. El verdadero gobierno propio siempre surge de la genuina y espiritual entidad del hombre, la cual está arraigada en la Verdad. A medida que nos sometemos a este poder gobernante, empezamos a salir de las limitaciones de la mortalidad.

La Sra. Eddy escribe: “Lo mismo que nuestra nación, la Ciencia Cristiana tiene su Declaración de Independencia. Dios ha dotado al hombre con derechos inalienables, entre los cuales se encuentran el gobierno propio, la razón y la conciencia. En realidad el hombre goza de gobierno propio sólo cuando es dirigido correctamente y gobernado por su Hacedor, la Verdad y el Amor divinos”.Ciencia y Salud, pág. 106;

La humanidad siente un profundo deseo de avanzar hacia una libertad más grande. Si bien los trascendentales documentos humanos pudieron significar pasos más grandes de progreso en siglos pasados, apenas empiezan a insinuar la clase de independencia total exigida por la Ciencia Cristiana — libertad de todas las restricciones mortales.

Cada uno de nosotros siente, en alguna manera, el impulso de una independencia más grande. Alguien puede sentir que el sistema político bajo el cual vive está usurpando las libertades más preciadas. Otro puede desear liberarse de la excesiva carga de los reglamentos gubernamentales. La mayoría de la gente piensa que depende del cuerpo para su salud y anhela independizarse de sus condiciones enfermizas. Un país entero puede que procure independizarse de un sistema político extranjero o tal vez de la escasez de provisión de energía.

Las restricciones pueden vencerse exitosamente, ya se trate de graves abusos de las libertades civiles o de inconvenientes de menor importancia. Nuestra tendencia normal puede ser el deseo de contender con los poderes humanos que parecen privarnos de nuestra plena libertad. Pero la solución vendrá no tanto de la lucha contra poderosas instituciones humanas como de aprender a poner por obra el verdadero gobierno propio. A medida que aprendemos a ponerlo en práctica, empezamos a encontrar plena y duradera libertad de todo concepto mortal limitativo. Es posible que en primer lugar esta libertad se exprese individualmente, pero finalmente se manifestará en una bendición para toda la humanidad e iluminará el proceso gubernamental.

Toda la vida de Cristo Jesús enseña esta lección de gobierno propio. “No puedo yo hacer nada por mí mismo”, Juan 5:30; dijo, y más adelante pone énfasis diciendo: “El Padre que mora en mí, él hace las obras”. 14:10; ¿Hubo alguna vez un hombre más libre de limitaciones humanas? Su libertad sin igual lo capacitó para despertar a otros a su verdadera entidad — su gobierno propio — y con ello a su independencia verdadera.

La plena independencia no se logró en el momento de firmar la Carta Magna ni al emitirse la Declaración de Independencia. Por mucho que nos beneficiemos con estos documentos, el logro de nuestra verdadera y completa independencia es la obra de nuestra vida. La Sra. Eddy aconseja: “Reflejando el gobierno de Dios, el hombre se gobierna a sí mismo”.Ciencia y Salud, pág. 125.

Día a día logramos nuestra independencia de circunstancias mortales limitativas en la proporción en que establecemos toda nuestra dependencia en Dios quien es la única realidad gobernante en nuestra vida.

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