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LA CONTINUIDAD DE LA BIBLIA

[Serie de artículos que indica cómo se ha revelado progresivamente el Cristo, la Verdad, en las Escrituras.]

Una reseña sobre el Antiguo Testamento

Del número de septiembre de 1979 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). Los caudillos de los tiempos bíblicos recurrían una y otra vez a este sublime pensamiento cuando pedían a su pueblo que mantuvieran una firme lealtad a Dios. Génesis (que quiere decir “principio”) lógicamente ocupa su posición como el libro con que comienza la Biblia, estableciendo la supremacía de Dios, el Creador, como “en el principio”, o “en primer lugar”.

Muy pronto, el lector de la Biblia encuentra difícil definir cuál es el bosquejo cronológico de la historia del pueblo hebreo o el de su religión. Sin embargo, un estudio paciente de las Escrituras nos revela que su historia y, ante todo, su mensaje espiritual, tienen una trama muy coherente. Importante como puede ser la estructura histórica, lo más importante es la trama espiritual.

La única Biblia que Jesús y los primeros cristianos usaron fue el Antiguo Testamento, el que conocían y amaban. Si bien en el tercer capítulo de 2 Corintios, el Apóstol Pablo explica cómo el “nuevo pacto” (versículo 6) reemplazaría lo que él llama “el Antiguo Testamento” (versículo 14, según Versión Moderna), indudablemente él hubiera estado de acuerdo con que nada podría reemplazarlo totalmente.

En el texto de nuestra Biblia, el término “testamento” se reserva para la era cristiana, pero como términos sinónimos “pacto” y “testamento” pueden usarse alternativamente para transmitir el concepto del pacto entre el pueblo de Israel y su Dios. Generalmente, a este convenio se le consideraba como un pacto que se sellaba con sangre — la sangre del ritual del sacrificio. Este antiguo concepto sería reemplazado por el nuevo pacto que en Hebreos (10:20) se representa como “el camino nuevo y vivo”.

Cuatro pasos básicos en la evolución del pacto pueden resumirse de la siguiente manera: la certeza que se le dio a Noé de la estabilidad de la ley natural, certeza que tuvo como símbolo el arco iris (ver Génesis 9:8–17); la promesa hecha a Abraham de un patrimonio nacional, con la circumcisión como símbolo (ver Génesis 15:18; 17:4–14); la seguridad que se le dio a Israel de que la nación estaría protegida, protección garantizada bajo la ley moral, la ley de Moisés (ver Éxodo 20:1–17; Deuteronomio 5:1–29); y, por último, el nuevo pacto espiritual y universal anticipado por Jeremías, en el que el Mesías mismo representa la certeza del cumplimiento de la ley divina (ver Jeremías 31:31–33 y compárese Hebreos 10:16; Apocalipsis 21:7). Las innumerables referencias al término “pacto” en sus diferentes aspectos, indican la importancia de esta idea a medida que iba evolucionando a través de los siglos; la magnitud de la revelación concuerda con el hecho de que ésta no fue revelada toda a un tiempo.

Los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento vienen de fuentes diversas y son la labor de numerosos autores. Fueron escritos en distintas épocas por hombres que tenían diferentes puntos de vista y que procedían de variados lugares; reflejan muchas influencias tanto nacionales como internacionales. Como los libros han sido editados, reeditados y compilados, su origen casi se desconoce.

El Antiguo Testamento surgió durante un período que cubre entre ochocientos a mil años, si bien los sucesos que se registran datan de fechas anteriores. Aun algunos de los libros que se mencionan como referencia se han perdido. Sin embargo, la historia seglar y la arqueología han verificado muchos de los detalles que se mencionan en la Biblia, y ésta, a su vez, ha sido de ayuda para confirmar la veracidad de descubrimientos contemporáneos.

Lo que se conoce como Crítica Inferior, o Textual, como el término lo implica, es el estudio de los escritos mismos, ya sea en el idioma en que fueron escritos o en su traducción.

En la Biblia que nosotros usamos, el Antiguo Testamento está dividido en tres partes, una división que varía en algo de la que hay en la Biblia hebrea. El Pentateuco, o los cinco volúmenes que incluyen Génesis hasta Deuteronomio — llamados libros de Moisés porque él es el personaje principal — es lo que los hebreos llamaron el Tora o “La Ley”.

En “Los Profetas”, o Nebiim, se incluyen a los primeros profetas: Josué, los Jueces, Samuel y los Reyes, que son libros históricos con fondo profético; y a los profetas posteriores, que son colaboraciones de los grandes profetas desde Isaías hasta Malaquías.

“Los Escritos”, o Hagiographa, la tercera división principal, incluye el resto: Salmos, Proverbios, Job, etc.

En su forma original, el Antiguo Testamento fue escrito mayormente en forma poética y en consonantes; el lector tenía que añadir las vocales. De esta manera un grupo de consonantes podían ser leídas y traducidas en distintas formas, según las vocales que se les añadieran. La exactitud y pureza que se han preservado del mensaje del Antiguo Testamento se atribuyen al hecho que desde tiempos antiguos estos escritos han sido aceptados como los portadores de la sagrada Palabra de Dios. Un escritor ha dicho muy acertadamente lo siguiente: “La colección de libros sagrados no fue la base de la creencia en una revelación divina, sino su consecuencia” (A. M. Ramsey en Peake's Commentary on the Bible, Edición 1962, pág. 1).

Al estudiar el Antiguo Testamento, no podemos dejar de reconocer una corriente progresiva de pensamiento que se manifiesta en la revelación de lo que es la naturaleza de Dios y del hombre. Los conceptos aquí expuestos abarcan desde manifestaciones de animismo primitivo, idolatría y folklore, como es aparente en la alegoría de Adán y Eva, hasta ejemplos del más avanzado pensamiento espiritual de todas las épocas, como se manifiesta en el relato de la creación espiritual en el primer capítulo del Génesis. Cuanto más espiritual se volvía el concepto de lo que es Dios, tanto más mejoraba el concepto que se tenía del hombre, Su creación.

Con las bendiciones que trajo la iluminación espiritual surgieron nuevos desafíos y tentaciones, así como mayores pruebas de fe. Pero a la par con cada necesidad que surgía también aparecía un guía que traía al núcleo justo — conocido en la profecía como “el remanente”— valor, inspiración y promesa de salvación.

Aunque los hebreos vivían rodeados de algunas de las formas más degradantes de idolatría, poco a poco germinó en ellos un hambre por algo más elevado. Al acercarse más a Dios, se les revelaron a la consciencia muchos conceptos de la Deidad, y, por consiguiente, surgieron muchos nombres con los que la humanidad podía identificar a Dios. Progresivamente empezó a surgir la trama de las Escrituras, y al mismo tiempo surgía la nación hebrea. Canciones y poemas primitivos alaban a sus héroes y los éxitos que tuvieron en batalla. Más tarde, aparecieron relatos de otros acontecimientos, y, posterior a esto, una enseñanza religiosa y moral muy desarrollada. Entrelazado entre las páginas de la Biblia, sin embargo, puede seguirse el hilo del destino espiritual y una actitud de reverencia y alabanza al Dios Todopoderoso.

Al encarar la Alta Crítica, o análisis, del Antiguo Testamento, no podemos dejar de considerar con gran admiración a aquellos distinguidos e inspirados caudillos cuya percepción y vislumbres se pusieron en práctica en el valor y en la visión que se requirió de ellos a medida que la nación brotaba de las sombras del materialismo hacia una esclarecida consciencia espiritual. Si bien los hebreos se consideraban como “el pueblo escogido”, ellos, sin embargo, sucumbieron a la influencia extranjera que ¡os rodeaba y se rebelaban a menudo contra sus líderes y su Dios. Como resultado sufrieron y fueron exiliados, siguiéndole a esto la inevitable necesidad de arrepentimiento y reforma. Había que recordarles constantemente su historia y su tradición, y el sacerdote o el profeta tenía que guiarlos para que de nuevo obedecieran al Dios que habían escogido, a su Redentor, el Dios de Israel.

En la evolución del Antiguo Testamento, y sirviendo de preámbulo para el Nuevo, el último capítulo de Malaquías — aunque Malaquías cronológicamente no es el último libro del Canon — expresa el apogeo de la revelación (4:2, según la versión King James): “A vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá curación”.

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