Hace poco, durante la primavera, fui a uno de mis lugares favoritos: una vieja y grande posada en la costa de Massachusetts. Es una hermosa y antigua posada, con una inmensa chimenea de piedra, muchas ventanas y sin calefacción central. Durante la primavera el aire fresco del océano silba a través del rústico entablado del edificio. Los vecinos más próximos están a varios kilómetros de distancia cerca de la playa.
La primera mañana que pasé allí salté de la cama y salí ávidamente a caminar a lo largo de la orilla del mar mientras la marea bajaba. Había ido allí con un propósito muy especial. Había estado sintiendo un gran abismo entre Dios y yo, y deseaba estar a solas para encontrar a Dios. Supongo que esperaba oír una voz, algo similar a la voz que debe de haber oído Moisés cuando Dios le dio los Diez Mandamientos. Yo le hablaba a Dios pero no oía ninguna respuesta. Caminaba y hablaba con Él mañana tras mañana, recordando cómo los patriarcas hablaban con Dios, pero no oía voz ninguna y mi corazón seguía apesadumbrado.
Entonces, una resplandeciente mañana, decidí simplemente caminar hasta la orilla del mar y disfrutar la belleza de esa mañana. Caminé a lo largo de la ribera, esquivando o cruzando las pozas que se formaban y tratando siempre de alcanzar el agua que se retiraba, absorbiendo serenamente esta radiante escena.
De pronto recordé algunas frases del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “El Amor, fragante de generosidad, lo baña todo en belleza y luz. La hierba bajo nuestros pies silenciosamente exclama: ‘Los mansos heredarán la tierra.’ La modesta gayuba exhala su dulce fragancia al cielo”.Ciencia y Salud, pág. 516;
Una y otra vez estas palabras me venían al pensamiento. Me pregunté: ¿Qué me estará diciendo la Mente divina? De pronto me di cuenta de que había estado esperando vivir una gran experiencia emocional cuando en realidad todo a mi alrededor me estaba dando la simple respuesta: Dios, el Espíritu, se encuentra en la expresión de Sus cualidades, y éstas se manifiestan en todas partes.
A medida que caminaba por la orilla del mar, la arena firme, al no ceder bajo mis pies, me dijo algo acerca del amor de Dios que nunca cede. El reflujo de la marea me habló de poder y dominio, pues esas aguas tenían que retroceder todas las mañanas. El gracioso vuelo de las gaviotas me recordó la belleza y armonía del Alma. ¡Por supuesto, Dios estaba allí! Y comprendí que Él estaba también en mi hogar con mi familia, porque la inmensa expansión del océano me había señalado la naturaleza infinita del Espíritu.
Al recordar cómo Jacob había luchado con la creencia errónea de que la materia tiene sustancia y vida, vi que la creencia en la materialidad es lo que nubla nuestra visión y nos hace sentir separados de Dios. El mensaje que recibí del Padre reprendió la creencia de separación y me mostró que el Espíritu está siempre presente.
En la playa, en el hogar con nuestra familia, en la oficina, la armonía, la paz y la alegría que vemos expresadas revelan a Dios. Cristo Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja...” Juan 5:17. Ésta es la forma en que conocemos, sentimos y vemos a Dios. En este mismo momento todo lo que nos rodea evidencia que Dios se está expresando a Sí mismo en nuestra propia vida y en la de los demás. Debemos hallar esta evidencia, atesorarla y dejarla que se desarrolle silenciosamente en nuestro pensamiento si realmente hemos de encontrar a Dios.