La curación, parte integrante de la salvación, es inherente a la teología de la Ciencia Cristiana. La curación incluye el abandonar todo lo irreal, todo lo desemejante a Dios y Su creación, y aceptar lo real.
Cristo Jesús enseñó: “Yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:7, 8; Y la Sra. Eddy nos asegura: “Posible es, — sí, es deber y privilegio de todo niño, hombre y mujer,— seguir en cierto grado el ejemplo del Maestro mediante la demostración de la Verdad y la Vida, la salud y la santidad”. En la misma página agrega: “Oíd estos imperiosos mandatos: ‘¡Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre celestial es perfecto!’ ‘¡Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura!’ ‘¡Sanad enfermos!’ ” Ciencia y Salud, pág. 37;
La práctica en bien propio podría decirse que es el obedecer el mandato de Jesús de echar la red a la derecha, y la práctica pública el dejar las redes. La práctica en bien propio por lo general lleva de manera natural hacia la práctica pública. Para estar preparados para esta práctica debemos esforzarnos por lograr perfección en todo lo que a diario hacemos.
La Sra. Eddy nos hace notar: “Cierta enseñanza sistemática y el desarrollo espiritual del discípulo así como su experiencia en la práctica son requisitos para una comprensión cabal de la Ciencia Cristiana”.ibid., págs. 461–462; El sistema educativo sin igual de la Sra. Eddy nos proporciona ampliamente la enseñanza sistemática de la letra. La Escuela Dominical, la Lección-Sermón semanal, las publicaciones periódicas, nuestro estudio individual profundo de la Biblia y de los escritos de nuestra Guía, todo ello establece una base activa para la práctica. Nos conducen directamente a tomar instrucción en clase Primaria, lo que nos aporta una comprensión sistemática del Principio, las reglas y la práctica de la curación cristiana científica.
Una de las acepciones de la palabra “practicar” es ejercitarse en alguna cosa para adquirir destreza en ella. La Sra. Eddy explica: “El Principio de la metafísica divina es Dios; la práctica de la metafísica divina es la utilización del poder de la Verdad sobre el error; sus reglas demuestran su Ciencia”.ibid., pág. 111; Esta Ciencia requiere comprender la aplicación de la práctica mental correcta y la defensa eficaz contra la mala práctica mental. La base de la Ciencia es la bondad de Dios, Sus leyes divinas y Su parentesco con el hombre.
Desarrollar las facultades espirituales, purificarse de pensamientos erróneos, cristianizar el carácter, todo ello tiene un efecto sanador en la mente y el cuerpo humanos. El valor que destaca esta práctica sanadora de todas las demás radica en que su propósito es religioso y espiritual, no médico. La curación es un despertar de la creencia de que hay vida en la materia, con sus efectos desconcertantes, al entendimiento de la vida en el Espíritu, que resulta en santidad, salud e inmortalidad. La curación nos saca de las tinieblas a la luz, de la discordancia a la armonía, de la impureza a la pureza. Dios es el Principio de esta potente y segura acción del Cristo. La curación es una consecuencia del progreso espiritual.
Para que la práctica sea eficaz, la enseñanza sistemática debe ir acompañada de progreso espiritual. El estudio de la letra indica lo que el espíritu requiere de nosotros. Si inhalamos verdad, debemos exhalar amor. El espíritu del Cristo, con todas sus demandas cristianas según se hallan en el Sermón del Monte (Mateo 5–7), cumple la letra de la Ciencia divina. En la proporción en que abrigamos el espíritu del Cristo podemos sanar mediante la comprensión espiritual.
Nuestro anhelo de justicia nos acerca a la atmósfera de la Ciencia divina: la Ciencia que impulsa al éxito en la curación. La humildad y la receptividad nos inician en este ministerio, el más elevado de todos los ministerios. El amor abnegado, el deseo de servir, el llevar la cruz, nos mantienen en el camino. La inocencia, la pureza, la mansedumbre, nos conducen a hacer la voluntad perfecta de Dios. La santidad demuestra la convicción gobernada por Dios de que la armonía y la salud son una realidad. El espíritu del Cristo es el agente sanador en la redención y la salvación.
Con la sencillez del Cristo ponemos en práctica lo que sabemos acerca de la compasión, del afecto y de la comprensión científica. Nos veremos continuamente desafiados a buscar más y más comprensión. El Cristo obra en nosotros para que hagamos la voluntad de nuestro Padre, para que manifestemos Su obra perfecta.
La salud es la voluntad de Dios. Sanar es hacer la voluntad de Dios. Realmente con ello no estamos más que demostrando lo que ya es verdadero y real acerca de Dios y del hombre. Al ser honestos y sinceros para con nosotros mismos y para con los demás, reflejamos el poder de Dios.
Pero Pablo nos advierte: “Temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo”. 2 Cor. 11:3; Debemos protegernos diariamente contra la mala práctica mental, los errores sutiles que nos impedirían empezar o continuar la práctica pública; o sea, protegernos contra las fuerzas mentales ocultas que corromperían nuestro propósito religioso en la curación. Gran parte del error tiene que ver con la voluntad, el yo, el sentido personal, y los falsos cuadros mentales que abrigamos acerca de nosotros mismos o de los demás, lo que pensamos de ellos, o hasta lo que pensamos que ellos piensan de nosotros, en lugar de conocernos como Dios nos conoce a todos. Estos errores se originan en la creencia de que podemos hacer algo por nosotros mismos, en lugar de por medio de Dios.
Las debilidades mortales, los valores humanos no redimidos, y las presiones sociales son la serpiente. Las debilidades mortales incluyen pecado, duda, lujuria, ignorancia, tendencia a reaccionar. Algunos valores humanos no redimidos pueden ser un falso sentido de responsabilidad o ambición, el dar consejos u opiniones, intentar llevar a cabo la obra de la salvación de otros, o hasta el sentirse orgulloso de ser practicista. Las presiones sociales tal vez incluyan aspectos de conceptos falsos abrigados en el campo de la medicina o de la religión o por la comunidad. El confiar diariamente en Dios y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos anula estas fantasías del error.
La experiencia en la práctica va paralela a la enseñanza sistemática y al progreso espiritual. Una máxima moderna dice: “Dios no nos pregunta acerca de nuestra habilidad o inhabilidad, sino sólo acerca de nuestra disponibilidad”. ¿Estamos disponibles? ¿Estamos dispuestos a ayudar? ¿A quién oye Dios? ¿Al que dice continuamente por diez — o cuarenta — años: “Voy a ser practicista” pero no hace nada al respecto? ¿O al que dice: “Deseo ser practicista” y dedica una hora o una tarde por semana para demostrarlo? Aún más, ¿qué hace uno durante ese tiempo? ¿Trabajar sobre problemas personales y ponerse al día en la lectura de las publicaciones periódicas? ¿U oramos por el mundo y nos esforzamos por aprender más del ministerio sanador, además de ayudar a otros cuando nos lo piden? Nuestra disponibilidad es una oración viviente y activa; es la puerta abierta a la experiencia.
Dios dirige todos los aspectos de la práctica, y Él nos prepara. Cuando Saulo quedó ciego en la experiencia que lo llevó a convertirse en Pablo, Ananías estaba esperando para traer curación. Pedro, al despojarse de su prejuicio nacional y religioso, estaba preparado para ayudar a Cornelio (ver Hechos 9–10). En ambos casos, ninguno de los protagonistas se conocían, pero el Espíritu Santo los llevó a encontrarse. Esta ley se comprueba en las palabras de Jesús: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Juan 6:44.
La meta es siempre la de satisfacer la necesidad espiritual del paciente. El efecto es la curación. Todos los problemas parten de un concepto erróneo acerca de Dios y del hombre. En el tratamiento, el practicista mira más allá de los síntomas corporales, más allá de los errores del pensamiento que producen esos síntomas, más allá del concepto equivocado que tiene el paciente acerca de Dios y del hombre, y dirige su mirada hacia el verdadero entendimiento de lo que es la creación.
Cuando trabajamos activamente en una iglesia filial, cuando hemos recibido instrucción en clase, cuando estamos activos todos los días en la práctica pública y totalmente libres de cualquier otro empleo, entonces estamos preparados para solicitar a La Junta Directiva de la Ciencia Cristiana que nuestro nombre aparezca en la lista de practicistas en el The Christian Science Journal y/o en el Heraldo — que es como hacemos saber al mundo que estamos disponibles para la práctica regularmente. Nunca estamos solos en nuestros esfuerzos sanadores; todo el poder de La Iglesia Madre está siempre con nosotros.
La edad y la educación no son factores determinantes para iniciarse en la práctica pública, ni tampoco lo son la situación económica, la familia o los años de estudio. Lo que cuenta es nuestro amor a Dios y al hombre y nuestra demostración de la ley divina. No usamos fórmulas, ni damos consejos sobre asuntos personales. A medida que el yo se somete a la identidad del Cristo, aquellos a quienes podamos ayudar porque estamos preparados para ello buscarán nuestra ayuda.
Confiando en Dios, orando y estudiando a fondo, dominando la serpiente, viviendo la sencillez del Cristo, la práctica pública es una experiencia santa de redención y salvación; es el más elevado de los ministerios.