Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Preservando nuestra integridad en cuestiones sexuales

Del número de febrero de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A medida que profundizamos y ampliamos nuestro amor por Dios, observamos que una meta inevitable surge en nuestra vida. Comenzamos a reconocer la posibilidad de superar — tanto en el pensamiento como en la acción — todas las limitaciones de la existencia mortal. Debido a un amor genuino por nuestro prójimo, abrigamos la esperanza — por medio de este crecimiento espiritual — de contribuir, aunque sea en una forma modesta, al progreso de la humanidad hacia lo espiritual.

El resultado final, para el individuo y, en último análisis, para la sociedad como un todo, es un completo despertar espiritual: el descubrimiento de la realidad. Nuestra verdadera identidad individual es idea. Es el hombre, la expresión sin límites de la consciencia divina. Individualmente el hombre representa la pureza y la totalidad del Alma, la bondad y la ternura del Amor y la integridad inmutable del Principio.

Cuando comenzamos a percibir y luego a apreciar esta sustancia verdadera del hombre, preservado en la exacta semejanza de Dios, nuestra vida empieza a reflejar un cuadro más preciso del ser verdadero. Nuestro progreso incluye no sólo un empeño mayor por alcanzar la espiritualidad, sino también un consciente abandono — y hasta sacrificio — de la materialidad.

Este progreso será más estable y permanente, tanto para el individuo como para la sociedad en este período de crecimiento, cuando, además de abandonar lo erróneo y adoptar lo correcto, preservamos intactos ciertos aspectos de nuestra vida, uno de los cuales es la integridad en relación con la sexualidad. Proteger y preservar este aspecto de nuestra experiencia humana es fundamental para el crecimiento espiritual.

¿Qué implica la preservación de esta integridad? Implica en alguna medida el honor y el respeto que necesitamos para nosotros y para los demás, a fin de controlar la naturaleza sexual de nuestra vida, en lugar de ceder ese control a un tercero o de abandonarlo a impulsos cambiantes, erráticos y temporarios.

La integridad se puede preservar y el control apropiado se puede ejercer sólo cuando nos sometemos al genuino dominio de nosotros mismos. “Reflejando el gobierno de Dios, el hombre se gobierna a sí mismo,” Ciencia y Salud, pág. 125; dice la Sra. Eddy. Dios Mismo — Alma, Amor y Principio — es la verdadera sustancia y base de nuestro ser verdadero. El adecuado gobierno de sí mismo — la senda de la libertad verdadera — radica en encontrar y expresar este ser, que tiene sus raíces en el Principio, la única fuente verdadera del ser.

Cuando poseemos la suficiente percepción espiritual para identificarnos con nuestro verdadero ser espiritual y amarlo profundamente, comenzamos a ejercer un genuino gobierno de nosotros mismos. Esto se convierte en una influencia profundamente estabilizadora en nuestra vida. La legislación humana, y aun los sinceros esfuerzos personales por obrar correctamente, no siempre tienen éxito, pero el correcto gobierno de sí mismo sustentará siempre nuestros deseos de rectitud.

Es la presencia salvadora de Dios — de Su Cristo — lo que nos protege de las relaciones sexuales erróneas. La Biblia nos habla de Abimelec, que se encontró en una comprometedora situación con Sara, la esposa de otro hombre. Su sentido de inocencia preservó su propia integridad y la de Sara. La virtud de su abstención fue confirmada en este mensaje de Dios: “Yo también sé que con integridad de tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra mí, y así no te permití que la tocases”. Gén. 20:6; Abimelec, Sara y muchos otros fueron grandemente bendecidos por la fidelidad de Abimelec a un impulso espiritual y no a un impulso material.

La preservación de la integridad en las cuestiones sexuales da un fundamento moral a nuestra vida. Establece una base de conducta que ampara y nutre un sentido íntimo de pureza y da a la virtud la oportunidad de arraigarse con firmeza. Sin un cimiento moral que gobierne el pensamiento y la actividad, la vida humana queda esencialmente desamparada frente a los ataques del materialismo.

Una relación sexual fuera de los límites del pacto matrimonial tiende a sacrificar en cierta medida la integridad animada por el Espíritu. Pero el individuo que persiste en dejarse gobernar por su verdadero ser preservará esta integridad. Y los que creyeron haberla perdido la verán restituida. Podrán sentir la consoladora presencia del Amor divino, como Joel, cuando dijo estas palabras de Dios: “... os restituiré los años que comió la oruga ... y nunca jamás será mi pueblo avergonzado”. Joel 2:25, 26;

La sociedad sufre cuando abandonamos nuestra integridad. Incluso si nuestro proceder parece apropiado desde un punto de vista individual, cuando perdemos, en alguna medida, nuestra integridad, la sociedad pierde, en cierta medida, su estabilidad. Nuestra responsabilidad no es solamente hacia nosotros mismos, va más allá. Va más allá de quienes nos son más íntimos. Tenemos una obligación para con toda la humanidad.

La sociedad no superará su esclavitud a la materialidad hasta que no posea la firme base moral que la capacite para comenzar a enfocar las cuestiones vinculadas con la espiritualidad pura. Si contribuimos a esta base moral, estamos contribuyendo a que la humanidad despierte más ampliamente a la realidad. Si estrechamos esta base al abandonar en alguna medida la integridad, nos perjudicamos y perjudicamos a la sociedad.

Una influencia protectora y moderadora debiera ser el ingrediente fundamental en una relación sexual. Entre sus muchas funciones, la institución humana del matrimonio fomenta esa importante influencia. Cuando se cumplen fielmente las obligaciones del matrimonio se establece un sólido compromiso no sólo entre los cónyuges, sino también entre estos dos individuos y la sociedad. Es un compromiso público que se traduce en fortaleza y estabilidad morales. De las posibilidades de ese compromiso en esta etapa de la experiencia humana la Sra. Eddy dice en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “El matrimonio debería mejorar la especie humana, llegando a ser una barrera contra el vicio, protección a la mujer, fuerza para el hombre y un centro para los afectos”.Ciencia y Salud, pág. 60.

La meta va mucho más allá de circunstancias humanas felices y estables; es la demostración de la perfección espiritual, un despertar a la eterna totalidad del Amor divino; es la plena realización del hombre creado a la semejanza del Espíritu y sostenido en esta semejanza. Esta meta es más asequible cuando las condiciones humanas sustentan nuestro crecimiento espiritual, en lugar de obstaculizarlo. La preservación de nuestra integridad añade una dimensión de estabilidad moral a nuestra vida, dimensión que es esencial para el progreso espiritual. Debemos apreciar y cultivar esta integridad.


Guarda mi alma, y líbrame;
no sea yo avergonzado,
porque en ti confié.
Integridad y rectitud
me guarden,
porque en ti he esperado.

Salmo 25:20, 21

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / febrero de 1981

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.