Las buenas nuevas en el mundo actual son que el poder sanador de Dios está presente y activo y es plenamente capaz de sanar divisiones dentro de la sociedad y entre las naciones.
Las buenas nuevas son que la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) nos da una comprensión de este poder sanador y cómo usarlo, tanto en las grandes capitales del mundo como hasta en las aldeas y campos de batalla más remotos de la tierra.
Las buenas nuevas son que cada uno de nosotros puede tomar parte en esta misión sanadora. Podemos ayudar a vencer el mal y a sanar males de alcance mundial al igual que contribuimos a sanar disensiones en nuestra patria, dentro del seno familiar, en las iglesias, escuelas, oficinas y comunidades.
En todo continente se encuentra alguna forma de división. Es necesario poner en práctica más decisivamente el poder sanador de Dios. Vemos a una raza contra otra, a la juventud contra los que están en autoridad, los derechos de la mujer contra el actual estado de cosas. En ciertos países la desunión es entre grupos étnicos. En otros, tensiones latentes entre tribus y razas han estallado en ataques de guerrilleros. Diferencias ideológicas y diferencias entre naciones en desarrollo y naciones industrializadas aún persisten.
Los Científicos Cristianos no pueden dar la espalda a “las malas nuevas” que anuncia la prensa. El trabajo del Científico Cristiano consiste primeramente en ver y después en no ver las malas nuevas, o sea, privar al mal de su hipotético poder sabiendo y demostrando la verdad básica declarada por el Salmista: “De Dios es el poder”. Salmo 62:11; El poder sólo pertenece al bien y no a las opuestas llamadas fuerzas del mal. Ésta es la verdad para toda época y para todas las naciones.
La misión de alcance mundial de aquellos que disciernen la Ciencia del Cristo, fue descrita en Un Siglo de Curación por la Ciencia Cristiana, obra que apareció cuando el movimiento de la Ciencia Cristiana se preparaba para entrar en su segundo siglo. En la sección intitulada “La Sanidad de las Naciones” se señala que “hace un siglo el énfasis en las iglesias cristianas se centraba casi enteramente en la salvación individual”. Y más adelante el libro indica: “... la mayoría de los Científicos Cristianos posiblemente estarían de acuerdo en que hasta ahora sólo una pequeña fracción del poder dinámico de la curación en su religión ha sido utilizado, en relación con los urgentes problemas colectivos que enfrentan al mundo”. Y agrega: “Toda la raza humana clama por ser sanada del estado de división en que se encuentra. ‘El Amor tiene sólo una raza, un reino y un poder’ escribe la Sra. Eddy en sus Poems (pág. 22) y desde el punto de vista de esta comprensión, muchas de las luchas más angustiosas del presente se pueden comparar con los dolores del alumbramiento de un concepto más elevado del hombre”.Un Siglo de Curación por la Ciencia Cristiana (Boston: La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, 1966), págs. 244–246;
Entre las buenas nuevas que vinieron con el descubrimiento de la Ciencia Cristiana está aquella que la raza humana no tiene por qué aceptar las guerras, las contiendas, el odio y las desuniones como la realidad de la existencia. Dios es el único poder. Este único poder, enteramente bueno, es la única Mente del hombre, la cual bendice a sus hijos y los mantiene en lazos de hermandad. El reconocer este hecho reemplaza la discordancia con la armonía en la escena humana. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, declara: “Cuando llegamos a comprender que no hay más que una Mente, la ley divina de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos se revela; mientras que una creencia en muchas mentes gobernantes impide la inclinación normal del hombre hacia la Mente única, el Dios único, y conduce el pensamiento humano por vías opuestas, donde impera el egoísmo”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 205;
El hecho espiritual — en contraste con el punto de vista distorsionado, la ilusión — es que todos los individuos son verdaderamente ideas espirituales que expresan la misma Mente. Ya somos una familia que vive en unidad, y esto puede probarse mediante la Ciencia. “Cuando los preceptos divinos son entendidos”, escribe la Sra. Eddy, “estos desenvuelven la base de la fraternidad, en la cual una mente no está en guerra con otra, sino todas tienen un solo Espíritu, Dios, un mismo origen inteligente, de acuerdo con el mandato bíblico: ‘Tened dentro de vosotros esta Mente que estaba también en Cristo Jesús’ ”.ibid., pág. 276; Jesús invirtió — para siempre — la llamada “ley de la selva” con la ley irresistible del Amor cuando nos dio el nuevo mandamiento: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Juan 13:34;
Es privilegio de todo Científico Cristiano demostrar el poder del Amor divino ayudando a sanar los problemas del mundo mediante la oración y viviendo las verdades de la Ciencia Cristiana. Hace algunos años participé en una conferencia internacional en la cual tuve la oportunidad de comprobar el poder sanador del Amor. Habíamos iniciado la tarea de analizar varios asuntos sumamente delicados y contenciosos. Muy pronto vimos que nuestra conferencia para establecer normas degeneró en una hostil oposición internacional de voluntades.
Éramos más o menos veinticuatro, y representábamos instituciones gubernamentales, comerciales y educacionales de Europa Occidental y de América del Norte. Cada lado del Atlántico pensaba que sus posiciones y problemas no eran comprendidos con justicia; de manera que muy pronto se establecieron “líneas de batalla”.
Los ánimos se irritaron. Pude ver que se perfilaba en el horizonte el feo espectro de la ruptura de las negociaciones, así como una serie de represalias y contrarrepresalias entre los continentes. Me sentí inclinado a perpetuar el antagonismo. Pero el Cristo y la Ciencia Cristiana corrigieron ese impulso. No hay curación en una actitud de “ojo por ojo, diente por diente”. Cristo Jesús invirtió todo eso con las leyes del Amor.
El cuadro humano era que había allí muchos mortales hostiles en esa mesa, cada uno creyendo que el bien está encerrado en cosas materiales, que no había suficiente bien para repartir y que cada uno iba a apoderarse de todo lo que pudiera en beneficio de su país. Cada uno de nosotros estaba reaccionando movido por el temor y por un sentido de limitación.
Negué esta mentira de limitación y en silencio afirmé la verdad acerca de la ilimitada e imparcial bondad de Dios y que el hombre refleja esta bondad. Me di cuenta de que sólo había una Mente gobernando en esa sala: Dios, la fuente de todo bien. Afirmé que cada uno de nosotros era el reflejo de esa Mente única, la que estaba revelando allí mismo su provisión infinita para cada uno de nosotros.
Entonces oré para que el Amor dirigiera mi disertación. Pedí la palabra, sin saber lo que sería inspirado a decir, pero las palabras apropiadas vinieron.
Pude sentir el poder del Amor. Todos lo sentimos. Todos pudimos ver que la resistencia cedía dentro de nosotros. Cordialidad, compañerismo y progreso caracterizaron el resto de la reunión.
Cuando vemos los conflictos de nuestros días a la luz de la Ciencia Cristiana, encontramos que los opositores no son realmente el Este contra el Oeste, el Norte contra el Sur, el hombre contra la mujer, una raza contra otra. Siempre es el conflicto irresistible entre el Espíritu y la materialidad, y el Espíritu tiene que salir victorioso. El Amor divino destruye el odio, y el bien derrota al mal. El bien es el único poder.
Cristo Jesús nos ordenó divulgar las buenas nuevas en cada nación. Y cuando envió a sus discípulos por primera vez, les dijo: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia”. Mateo 10:7, 8.
¿Podemos hacer menos nosotros?