De acuerdo con la alegoría, la historia de la humanidad empezó con la expulsión de Adán y Eva del huerto de Edén. Desde entonces, ha habido innumerables casos de personas expulsadas y que buscan refugio. Pero, verdaderamente, el hombre jamás es un desplazado. Jamás es un exiliado. La Ciencia Cristiana expone la mortalidad y los episodios mortales, con sus problemas concomitantes de inseguridad, como ficticios, falsos. Esta Ciencia restituye la percepción de refugio eterno, para todos, al revelar la unidad espiritual e inseparable del hombre con Dios, el Amor divino, quien gobierna el universo en perfección armoniosa e invariable. Ahora mismo.
En esta Ciencia aprendemos a aceptar la creación espiritual única y buena, descrita en el primer capítulo del Génesis, como nuestra base para la estabilidad fundamental, la cual es la única verdad del ser. Pese a todas las sugestiones opositoras, aprendemos que no tenemos por qué esperar a que se opere un ajuste correcto, o a que nos mudemos a otro lugar, o a que nos encontremos en un mundo venidero, para conocer la paz verdadera. Esta paz es nuestra ahora mismo.
No siendo jamás físico, nuestro verdadero refugio es un constante atesoramiento individual de nuestra seguridad espiritual atrincherada en Dios. No siendo jamás un estado de carencia, o de búsqueda y posible encuentro, nuestro refugio es la convicción de que tenemos todo lo bueno ahora mismo. Cuando este hecho se afirma por medio de la oración, la provisión siempre disponible de la Mente divina se demuestra prácticamente.
“Los mortales tienen que encontrar refugio en la Verdad para escapar del error de estos días postreros”,Ciencia y Salud, pág. 83; escribe la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. Algunas veces oímos decir que personas que han vivido por muchos años en un mismo lugar confiesan, sin embargo, sentirse inseguras o como extrañas entre sus vecinos. ¿Por qué? Porque el error quisiera sugerir que los mortales están inseguros dentro de sí mismos; que han sido separados del bien. Diferencias religiosas, raciales, nacionales o tribuales es posible que parezcan excusas legítimas para los trastornos que pueden afectar el buen compañerismo y la cooperación. Las divisiones entre una persona y otra se derivan de la creencia de que el hombre puede ser separado de Dios, la Vida, la Verdad y el Amor divinos.
Dios no está a la espera de la unidad con Su reflejo. Ni tenemos nosotros tampoco que esperar algún tiempo futuro para llegar a ser la imagen de Dios mediante grados de comprensión espiritual. Ahora mismo el hombre es la expresión espiritual de Dios en identidad individual. El darnos cuenta de este hecho pone toda situación a tono con la realidad eterna; lo humano entonces sigue el modelo de lo divino.
La verdad de que, en realidad, el hombre existe como la imagen reflejada de Dios, puede disipar nuestras creencias de desarmonía asociadas con cambios, venidas e idas. Los trastornos resultantes de tales cambios deben verse como conceptos falsos acerca de lo que constituye la perfecta cohesión espiritual, en la cual todos viven y actúan en el ser eterno. La infinita creación de Dios es el único cielo y tierra que puede haber, y lo incluye todo. En esta continuidad de lozanía espiritual no existe posibilidad de actividad estancada. El propósito iluminado es una consecuencia natural de todo móvil correcto.
Si creemos que estamos viviendo entre elementos conflictivos, podemos cambiar este concepto y discernir el reino de Dios a nuestro alcance. La Mente divina, conociendo sólo sus propias ideas armoniosas, nada sabe de mortales tristes e incompatibles o de mortales desplazados, ya sea que esto parezca ocurrir en un vecindario o en una carpa en el desierto. ¿Diríamos que una gota de agua en el mar está desplazada, o de sobra, o que es innecesaria? Dios y la expresión de Su reflejo es Todo-en-todo. La satisfacción espiritual indica el eterno e ilimitado refugio del hombre.
Dondequiera que la creencia humana sugiera que hay separación e inseguridad, la Mente divina está expresando amplia realización. Allí mismo donde los mortales pueden sentirse temerosos, tensos, restringidos, Dios está gobernándolo todo afectuosamente en Su universo infinito. Refiriéndose al hecho de que el Amor ilumina el universo, la Sra. Eddy escribe: “De ahí la eterna maravilla, — que el espacio infinito está poblado de las ideas de Dios, que Le reflejan en incontables formas espirituales”.ibid., pág. 503;
Ya sea que vivamos solos en una ciudad densamente poblada, o que compartamos un espacio estrecho en un centro comunal o que vayamos en tránsito, siempre podemos saber que estamos a salvo dentro de la amante atmósfera del Amor divino. Con esta consciencia de la Verdad no nos sentimos solos. Aferrándonos a nuestra unidad con Dios, no vamos a la deriva sin designio. No existen exiliados en la familia universal de Dios, y Su bondad fluye para todos continua e imparcialmente, en todas partes. Un reconocimiento valeroso de este hecho nos hace percibir que la acción de la voluntad divina está prevaleciendo en bien de todos y que actúa como un reajuste en la escena humana.
Cristo Jesús se refirió al refugio verdadero en estas palabras: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado antes de la fundación del mundo”. Juan 17:24; A medida que conscientemente moramos en nuestra identidad verdadera como ideas espirituales existentes en la Mente divina, y no como personas corpóreas residiendo en una localidad del mundo, nuestros alrededores permanecerán tranquilos, sin restricciones, libres. Si expresamos amor de manera práctica hacia todos los que nos rodean, repudiamos la tentación de creer que nuestro refugio pueda ser una mera armazón o un santuario para recuerdos.
En realidad, no estamos a la espera de futuras posibilidades del bien, procedentes de un Dios vacilante. Dondequiera que pueda parecer que hay inestabilidad o inseguridad, la Verdad subyacente está siempre ahí para disolver el temor. A medida que la creencia discordante de que somos extranjeros en la tierra es reemplazada con el concepto de participación universal, nuestra experiencia en este mundo hace suyos los matices del reino de los cielos, tanto interior como exteriormente. Si tenemos que mudarnos de una zona bienamada a otros lugares, podemos apreciar cada nueva localidad como una nueva perspectiva de cielo que viene a nuestra percepción y experiencia aquí en la tierra. Además, nuestra constante afirmación del gobierno que el Amor divino ejerce en la tierra como en el cielo, ayudará a sanar problemas mundiales relacionados con el desplazamiento de personas por doquier.
Nuestro único refugio está en la Verdad, donde el hombre, como idea de Dios, está eternamente unido a su Padre-Madre universal del todo amante y omnímodo. El Salmista nos asegura a todos: “En Dios está mi salvación y mi gloria; en Dios está mi roca fuerte, y mi refugio”. Salmo 62:7. Cada uno de nosotros puede sentir el consuelo, la seguridad y la paz que se derivan de un reconocimiento de que el hombre es el eterno reflejo de Dios, por siempre morando en su refugio verdadero.