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En junio de 1976 mi hija, que iba a cumplir diez y siete años, sanó de...

Del número de febrero de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En junio de 1976 mi hija, que iba a cumplir diez y siete años, sanó de una parálisis total de las piernas y de otras complicaciones. La curación tuvo lugar de la siguiente manera: Durante muchos años yo había deseado asistir a una Asamblea Anual de La Iglesia Madre en Boston. Ese año, aunque a mi esposa no le era posible dejar sus ocupaciones, me animó para que yo fuera.

Antes de mi partida para la asamblea, nuestra hija parecía que se había resfriado y tenía fiebre. Llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara científicamente por ella. Me fui a la Asamblea Anual. En la mañana del día anterior a mi regreso, recibí una llamada de mi esposa, diciéndome que nuestra hija se había caído al suelo y no podía pararse.

Tomé el avión para regresar a casa, y a mi llegada vi que nuestra hija tenía las piernas completamente inmóviles. Llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien en ese momento estaba en otra parte del país, para que orara por nuestra hija. Él nos recomendó que pidiéramos ayuda a un practicista local, y llamáramos a una enfermera de la Ciencia Cristiana para que ayudara a nuestra hija. El obtener los servicios de un practicista local ayudó a que las autoridades médicas y otras personas vieran que la joven estaba recibiendo una concienzuda y adecuada atención. La enfermera aceptó con gusto el trabajo.

Debido a que la enfermedad parecía ser de tal naturaleza que, de acuerdo con la ley, era necesario informar a las autoridades sanitarias, llamé al Departamento de Salubridad. Preguntaron si podían venir a la casa y hacerle un examen físico a nuestra hija. Nos rehusamos a ello puesto que la ley no lo exigía. Entonces preguntaron si podían venir para “darse cuenta de la situación”. Accedimos a esto.

En tres días el estado de salud de nuestra hija había mejorado definitivamente. Había cesado la tos, y ya no parecía ahogarse. Primero pudo mover la punta de un pie, después todo el pie y luego el otro. El Departamento de Salubridad nos llamó diciéndonos que no podían venir a nuestra casa sino hasta los últimos días de la semana. Además nos preguntaron si podrían sacarle sangre para hacer un análisis. Nuevamente nos rehusamos, puesto que tampoco lo exigía la ley. Para el fin de semana pudimos llamarlos y decirles que nuestra hija ya estaba levantada y caminando, y que no era necesario que vinieran a la casa. Tres semanas más tarde ella había sanado completamente, y no hubo efectos posteriores.

Durante esta experiencia el practicista local tuvo que ayudarnos muchas veces. Él nos indicó que el solo hecho de negarnos a usar medicamentos no nos hace Científicos Cristianos; lo que sí demuestra que lo somos es la aplicación de la oración científica para sanar toda discordia. Uno de los pasajes que nos dio para estudiar durante este tiempo fue de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, (pág. 495): “Cuando la ilusión de la enfermedad o del pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento. No consintáis que ni el temor ni la duda empañen vuestro claro sentido y la serena confianza en que el reconocimiento de la vida armoniosa — como lo es la Vida eternamente — pueda destruir cualquier creencia o concepto doloroso acerca de aquello que no es Vida”.

Siento que la inspiración que obtuve de la Asamblea Anual me dio fuerza espiritual para encarar este problema. El ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, y haber recibido instrucción en clase de Ciencia Cristiana, también fueron factores que contribuyeron a mi confianza en el poder sanador de Dios. Estoy profundamente agradecido a Dios porque Cristo Jesús nos mostró el camino, y porque la Sra. Eddy siguió su sendero para ser nuestra constante Guía.


Soy la hija a quien se refiere este testimonio. La curación tuvo lugar exactamente como mi papá lo atestigua.

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