Mucho se oye hablar sobre defensa: defensa contra enfermedades, contra enemigos políticos, contra la inflación, y así por el estilo. La posición más eficaz que podemos adoptar bajo cualquier circunstancia es la espiritual.
Dios, el Espíritu, debido a Su naturaleza misma de omnipotencia y omnipresencia, goza de una perfecta autodefensa, o sea, en razón de que la universalidad de Dios está eternamente establecida, Dios no está abocado a ninguna circunstancia que requiera defensa. El hombre (y qué concepto tan radical es éste para el pensamiento humano) no es una pequeña y amenazada entidad temporal, sino que es el reflejo real de Dios. El hombre no puede ser encarado por nada que no encare a Dios. Saber esto es nuestra mejor defensa contra la discordancia, el fracaso, la enfermedad y los accidentes. Para disfrutar de una vida más segura, tenemos que identificarnos como reflejo de Dios y, poco a poco, desprendernos del concepto mortal acerca de nosotros mismos. Lo que necesitamos hacer es colocar el concepto que tenemos acerca de nosotros mismos, de nuestro hogar, nuestra sustancia, nuestra iglesia y nuestro ambiente, en el Espíritu, no en la materia.
La negligencia de un Científico Cristiano para llevar esto a cabo es espiritualmente indefensible. ¿Hay aquí una paradoja? ¿Debemos defendernos contra irrealidades? ¿No nos dice la Ciencia que el mal es irreal?
Desde un punto de vista humano, por cierto que tenemos una responsabilidad individual de saber que somos uno con la Verdad autodefensiva. Al hacer esto pelearemos contra las pretensiones de enfermedad y aniquilación, y las negaremos. Tenemos que saber que todos los conceptos espirituales (y sólo hay conceptos espirituales, jamás hay conceptos materiales genuinos) se originan en el Espíritu, permanecen con el Espíritu y son circundados por el Espíritu.
No se trata de rodearnos de una coraza protectora de pensamientos religiosos y buenas obras humanas. La defensa entraña acción, acción mental y espiritual. Tenemos que ser inocentes del mal — y lo somos en nuestro ser verdadero — pero no ingenuos en cuanto al mal. Tenemos que hacer algo para protegernos. Mary Baker Eddy pregunta: “¿Puede la eternidad terminar? ¿Puede la Vida morir? ¿Puede la Verdad ser incierta? ¿Puede el Amor ser menos que ilimitado?” Y más adelante declara: “Sabed, entonces, que poseéis poder soberano para pensar y actuar correctamente, y que nada puede privaros de esta herencia y contravenir al Amor. Si mantenéis esta posición, ¿quién o qué puede haceros pecar o sufrir? Nuestra seguridad radica en nuestra confianza de que verdaderamente moramos en la Verdad y el Amor, la eterna mansión del hombre”.Pulpit and Press, pág. 3;
Así como tenemos que identificarnos con el hombre, la idea de la Mente, así también tenemos que identificar a nuestra iglesia con el concepto espiritual que da de ella la Sra. Eddy en su definición de “Iglesia”: “La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”.Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 583; La Iglesia, la idea divina del Amor, es tan real y está tan presente como el hombre, el reflejo inmortal del Amor. Al cuidar mental y espiritualmente de nuestro concepto acerca del uno, hacemos mucho por el cuidado de nuestro concepto acerca de la otra. Es en nuestro pensamiento donde los conceptos necesitan de defensa. Así probamos que el hombre y la Iglesia son inviolables. Los conceptos divinos jamás pueden fallar. Necesitamos defender nuestro pensamiento, y defender así nuestra vida, contra las agresivas pretensiones del pensamiento mortal que declaran que las ideas espirituales pueden decaer.
La Biblia dice que Nehemías logró construir el muro, pese al desdeñoso escepticismo humano, porque confió en que Dios era el verdadero defensor del hombre. Edificó el muro, podríamos decir, no como una defensa principal contra el enemigo, sino más bien para demostrar — para ilustrar — su fe en que Dios es el gran defensor.
Puede que a veces inadvertidamente incurramos en el error de defender la creencia mortal. Esto es lo que hacemos cuando intentamos justificar nuestra apatía o indiferencia hacia normas de vida meritorias y hacia nuestras obligaciones espirituales. La creencia mortal quisiera defenderse contra la Verdad, y por cierto que no debiéramos estar de su parte. El error no tiene poder y, por tanto, carece de defensas eficaces. La única acción que puede ejecutar el error es la de aplastarse a sí mismo.
En su edad avanzada, algunas personas puede que encaren una pequeña oleada de argumentos de desamparo e incapacidad. Estos argumentos son tan falaces en la edad avanzada como lo son en cualquier otra etapa de la vida. El identificarse a sí mismo con el hombre del Alma anula las pretensiones de fragilidad y debilidad. El hombre jamás es vulnerable, pese a lo que el pensamiento mortal convencional pueda afirmar o predecir. Saber esto es encarar nuestros asuntos con un sentido no menoscabado de inteligencia y buen juicio. Siempre tenemos poder soberano para pensar correctamente acerca de cualquier punto sobre el cual tengamos que decidir, y podemos ejercitar este poder. El calendario no puede hablar. Pero el Amor divino sí puede y lo hace. Nos habla de sustancia permanente y de nuestras siempre agudas facultades espirituales. Al escuchar al Amor, escuchamos las ideas, las verdades espirituales, con las cuales podemos abatir cualquier olita u oleada de desamparo o incapacidad. Debido a que Dios es nuestra Mente y es eterno, jamás podemos estar desamparados. Para el sentido humano, puede que creamos que lo estamos, pero, en realidad, esto jamás es así. Lo que necesitamos botar no es el desamparo, no es la incapacidad, ya que, espiritualmente hablando, no hay tal cosa. De lo que necesitamos desprendernos es de la vacua pretensión de incapacidad y desamparo.
En el Manual de La Iglesia Madre, nuestra Guía, la Sra. Eddy, nos dice: “Será deber de todo miembro de esta Iglesia defenderse a diario de toda sugestión mental agresiva, y no dejarse inducir a olvido o negligencia en cuanto a su deber para con Dios, para con su Guía y para con la humanidad. Por sus obras será juzgado, — y justificado o condenado”.Man., Art. VIII, Sec. 6. Ésta es una firme exigencia dirigida a los Científicos Cristianos para que hagan su trabajo individual defensivo. Es una exigencia que se puede satisfacer mediante demostración científica.