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Hace cerca de catorce años que concurro a la Escuela Dominical de...

Del número de febrero de 1981 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace cerca de catorce años que concurro a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, desde que tenía unos cuatro años. Estoy realmente agradecida por las maravillosas curaciones que he tenido, especialmente por ésta que voy a relatar, pues me enseñó que todo lo que Dios ha hecho es bueno, y que Él le ha dado al hombre dominio.

Mi hermana y yo estábamos en el jardín y me senté, sin darme cuenta, sobre un avispero. De repente fue como si mi cuerpo estuviese cubierto por miles de avispas. Estaban en mi ropa y en mi cabello, se me subían por todas partes. Mis gritos atrajeron la atención de mi mamá y de mi papá, y juntos afirmamos que yo siempre estaba a salvo, protegida por la ley divina del Amor. También reconocimos que Dios, que es el bien omnipotente, nunca creó algo que pudiese ser venenoso o dañino. A medida que fui percibiendo que todas las criaturas son realmente ideas de Dios y viven para expresarlo a Él, comencé a sentir sólo amor por las avispas.

Mi mamá llamó por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana, quien nos recordó que la Biblia dice que Dios le dio al hombre dominio sobre “toda la tierra, y [sobre] todo animal que se arrastra sobre la tierra” y que “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:26, 31). La practicista comenzó a orar y se me fue todo el temor, a pesar de que seguía aún cubierta por las avispas.

Casi en seguida pensamos en llenar la bañera con agua. Me sumergí en ella, dejando abierta la ventana que estaba cerca de la bañera. Resultó la solución perfecta: las avispas salían a la superficie del agua y con un poco de ayuda todas pudieron salir volando por la ventana sin sufrir daño ni ellas ni yo.

La gente que se enteró de esto dijo que era un milagro que sólo una avispa me hubiese picado; pero nosotros sabíamos que era simplemente la evidencia del tierno cuidado protector de Dios. Al día siguiente no había ningún rastro de la picadura que había recibido. Esta curación fue una hermosa prueba de la declaración que hace la Sra. Eddy en Ciencia y Salud (pág. 514): “Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles”.


Con gran gozo verifico el testimonio de mi hija. Su amor y receptividad a la verdad ha guiado a toda nuestra familia a un mejor entendimiento de nuestro Padre-Madre.

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