Las aglomeraciones humanas apiladas en las así llamadas “villas miseria” que rodean muchas ciudades representan un agudo problema. Son un foco de atención de los políticos, los economistas y las iglesias. Poetas y literatos se han unido con esa masa aparentemente marginada, y su grito de solidaridad ha ayudado a que se le dé gran atención a la situación. Frecuentemente ese grito de solidaridad lleva un tono de resignación, como si nada pudiese hacerse. O la protesta puede asumir un tono violento que pretende resolver el problema por vías revolucionarias.
En el centro de algunas de estas ciudades hay una iglesia de la Ciencia Cristiana, y es como si estos barrios marginales circundaran la iglesia misma. Esto exige mucho de nuestra iglesia. En la medida en que veamos y sigamos la visión de nuestra Guía, la Sra. Eddy, nuestras iglesias serán lo suficientemente grandes para hacer frente a este directo desafío a la autenticidad del amor cristiano que ellas expresan.
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy define el concepto científicamente cristiano de Iglesia con una dimensión que es inigualable: “La estructura de la Verdad y el Amor; todo lo que descansa en el Principio divino y procede de él”.Ciencia y Salud, pág. 583; Este concepto espiritual no conoce limitaciones, ya sean geográficas, políticas o sociales. Es inclusivo, no exclusivo. La Verdad y el Amor son nombres para Dios, y Dios está tan presente en todas las barriadas marginales como en los centros de las ciudades, o en nuestras iglesias. La Verdad y su comprensión, o Ciencia, son herencia inherente a cada ser humano; pueden aparecer en cada persona y transformarla. La Verdad no es algo que haya que “poner” en alguien, sino que es el ser mismo de cada uno.
Nuestro concepto de Iglesia debe ser amplio, amplísimo; y nuestra oración por nuestras iglesias — nuestra comprensión de lo que la Iglesia realmente es — debe incluir a todos, sin excepción. Si nos plantamos en esta base, veremos cómo el Verbo, el Cristo sanador y liberador, empieza a manifestarse. Los brazos abiertos de nuestra hermandad consciente recibirán al sediento, y las aguas de curación y redención fluirán con abundancia. Entonces oraremos cuando veamos lugares grises y medrosos, y no descansaremos hasta que veamos asomarse allí mismo el brillo promisorio de la realidad espiritual reemplazando el sufrimiento, la pobreza y el desaliento.
Podemos contrarrestar la imagen del hombre alienado, que no es otra cosa que la suposición de que Dios, el bien, puede estar distante de algunas personas. En esta forma, nuestro pensamiento coincidirá con el Cristo, la Verdad, y será fortalecido, llegando a ser una influencia potente que contribuirá a ayudar a estas masas humanas agobiadas por la pobreza. Veremos que cada hombre o mujer es verdaderamente la imagen del Espíritu, y tiene así un sitio específico en el conjunto total para desarrollar sus talentos y gozar de satisfacciones. A medida que mantengamos firmemente en nuestro pensamiento la verdad absoluta del hombre, contribuiremos a que ella se manifieste en el contexto relativo de la vida humana.
Si estas masas se convierten para nosotros en un tema de preocupación — por ejemplo, cuando las vemos en nuestra propia ciudad — deberíamos meditar sobre las visiones siempre valederas del libro de Isaías: “En aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la oscuridad y de las tinieblas. Entonces los humildes crecerán en alegría en Jehová, y aun los más pobres de los hombres se gozarán en el Santo de Israel”. Isa. 29:18, 19; Esta promesa es válida para todos, sea cual fuere su condición.
¿Necesitamos enseñar a una persona ignorante a leer antes que pueda penetrar estas verdades de Dios? Conozco a una Científica Cristiana que abrió su casa en un barrio pobre a sus vecinos, leyéndoles las Lecciones-Sermón de la Ciencia Cristiana en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. a los que no sabían leer, explicando, ayudando y sanando. Poco a poco la comprensión que obtuvieron de la “estructura de la Verdad y el Amor” tomó forma visible y organizada, y al final este grupo se constituyó en una Sociedad de la Ciencia Cristiana. Se encontró para sus servicios religiosos un local apropiado, y sus actividades trajeron esclarecimiento, curación y muchas bendiciones a un número creciente de personas. Más tarde, mi amiga se retiró amistosamente de la sociedad y comenzó a reunir un nuevo grupo porque “es tan grande la necesidad”, me dijo. Pero la tarea no es demasiado grande porque el poder de Dios está asequible y se expresa por medio del Cristo.
¿Será perjudicial para el nivel cultural de nuestra iglesia si fluyen a nosotros muchas personas sin el nivel de preparación suficiente? Quizás sea útil dar vuelta a la pregunta: “¿No habrá valores que nos puedan llegar desde estos barrios? ” Los sociólogos saben que muchos de los pobladores de las “villas miseria” han venido del campo a la ciudad en busca de mejores empleos, de mejores oportunidades.
Estos barrios son en cierto sentido indicaciones de actitudes potencialmente promisorias: de optimismo, de la decisión valiente de ir en busca de lo mejor, del empeño de hacer algo mejor. El que las recorra con ojos abiertos verá en medio de la sordidez el deseo de progresar, los niños y adultos ávidos de aprender, el pequeño detalle en la choza que señala una aspiración a la cultura. Quizás sería más apropiado llamarlas “villas de esperanza”.
¿No son estas aspiraciones algo que puede tonificar la vida de nuestras iglesias? Cada idea de Dios que llega a nosotros nos enriquece. Cada individuo que acude a nuestra iglesia también acarrea sus problemas por solucionar, pero no por eso hemos de rechazarlo. Todo lo contrario, es precisamente ahí, en ese punto, donde se hará efectivo nuestro sentido de hermandad. La migración hacia la ciudad puede que sea una fase de la búsqueda de la Verdad, la Vida y el Amor, que son móviles fundamentales de la vida humana. ¿Nos cerraremos ante el que busca a Dios, debido a una imaginaria barrera cultural? Si el que se acerca a nosotros ha captado algo del entendimiento espiritual, encontrará en su vida lo que se llama cultura, junto con todo lo demás. Y los demás tendremos la magnífica oportunidad de ayudarlo a conseguir esto, así como él nos alentará con el ejemplo de su confianza. Juntos creceremos, como dice Isaías, en “alegría en Jehová”.
Nadie está separado de Dios. Si detectamos esta falsa suposición en nuestro pensamiento, lo primero que debemos hacer es sanar el pensamiento erróneo de que alguna de las ideas de Dios haya podido quedar separada de Dios. En realidad, nadie está fuera del Amor divino, y nuestro consciente reflejo de la presencia del Amor disipa los apremios de la pobreza, el mal y la enfermedad. El bien omnipresente es posesión de los que parecen marginados, y nosotros podemos ayudar a que ese bien se haga palpable en su diario vivir.
No ignoremos la capacidad de la Mente divina para solucionar problemas. Silenciemos en nuestro pensamiento todo desaliento. Dios abrirá caminos para que seamos Sus testigos en nuestras ciudades, y ayudará a otros para que comprendan la verdad que tenemos para compartir.
Ciertamente no son sólo los pobres los que pueden estar encadenados en su pobreza; los orgullosos pueden estarlo en su orgullo. La liberación espiritual no hace distinción entre barrios o niveles sociales, pero sí indica una alta meta para la hermandad de los hombres. No perdamos de vista esa meta, e incluyamos conscientemente a todos nuestros hermanos — cada uno de ellos — entre aquellos que la alcanzarán.