Pongamos por caso a una persona enferma que se ha desilusionado con los sistemas médicos y convencionales de curación. Puede ser que esta persona haya oído de curaciones aparentemente exitosas mediante otros medios. Pero sería prudente que investigara las premisas fundamentales de estas prácticas y las creencias de quienes las practican, antes de someterse a estas prácticas.
De acuerdo con la Ciencia Cristiana, la enfermedad y el pecado son síntomas de interpretaciones teológicas equivocadas. Son la consecuencia de puntos de vista erróneos sobre la naturaleza y la voluntad de Dios. Entender el verdadero carácter del Espíritu Santo es estar consciente de la presencia y poder exclusivo del bien, la gracia del Amor divino. La enfermedad y el pecado son fases de la ignorancia respecto a lo maravilloso que son, en realidad, la Vida y el hombre. La enfermedad y el pecado indican una inseguridad fundamental, un desasosiego e insatisfacción latentes con uno mismo y con nuestra relación con el bien, con nuestro concepto de amar y ser amado, de entender y ser entendido, con nuestro concepto del talento y la oportunidad para expresarlo.
Sentir que no se nos ama o que no hemos sido bien dotados, puede causar temor, ira y desaliento. Éstas son fuentes de enfermedad y de pecado.
Si la persona enferma decide investigar la Ciencia Cristiana, se dará cuenta de que esta enseñanza acepta, literalmente, la definición de que Dios es Todo, y que es el bien absoluto y todopoderoso. Por consiguiente, es lógico que el mal sea una invención de la ignorancia, una ilusión, una mala interpretación.
La doctrina de la Ciencia Cristiana está firmemente basada en la definición que dan las Escrituras del hombre como el reflejo espiritual del Espíritu, que es todo amor, infalible, e infinitamente inteligente. El enfermo descubrirá que su sentido de insuficiencia, vulnerabilidad y desilusión, no tiene fundamento. Con alegría descubrirá cuán maravilloso él es. El investigador se dará cuenta de que él, como la expresión de la Mente infinita, tiene acceso directo a todos los recursos del bien; a la creatividad, al poder espiritual, al amor, en fin, a una vida eterna y completa. Comprenderá que no hay nada que temer en la omnipresencia de la omnisapiente omnipotencia. Para su gozo, llegará a entender que no tiene que ajustarse a la insuficiencia, a la mediocridad o al infortunio. La voluntad de Dios ha dotado al hombre — imparcialmente, universalmente — con todo lo que es bueno y permanente.
El entendimiento de esta verdad penetra profundamente el sentir latente del investigador, y resuelve su inevitable perplejidad acerca de la dudosa teología que trata de reconciliar opuestos: el bien y el mal, el Espíritu y la materia; una teología que ve a Dios como si tuviera favoritos. Comprender la totalidad del bien y la nulidad del mal requiere una fe sencilla; pero la sencillez no es ceguera. A medida que con la práctica llegamos a la completa comprensión de esta gran verdad, sus ramificaciones en el pensamiento del aprendiz desalojarán y disolverán las discordias, los temores y las dudas que lo han enfermado.
Los métodos curativos de la medicina, la hipnosis y la fe, difieren grandemente de la Ciencia Cristiana porque éstos aceptan que el mal y la materia son reales, y, entonces, tratan de echar a un lado esta realidad. Pero la realidad nunca puede ser destruida, es decir, transformada en su opuesto, la irrealidad. Tratar de lograrlo equivaldría a una clase de charlatanismo. La Ciencia Cristiana acepta la armonía, la salud y el bien como la única realidad. Su sencilla premisa es que Dios, el bien, lo es Todo, y, por lo tanto, el mal y la materia son ilusiones producidas por la ignorancia de lo que es Dios.
¿Qué es lo que hace el hipnotizador? Ese individuo tiene que dominar, mediante la acción de la voluntad humana, el gobierno propio del sujeto; echar a un lado la libertad mental y moral del paciente, y controlar sus impresiones e impulsos. En este estado de sujeción mental el paciente puede sentirse impelido a abandonar los síntomas. La causa fundamental, sin embargo, permanece enterrada y sin ser molestada. Estas creencias arraigadas pueden causar que los síntomas tarde o temprano vuelvan a repetirse o que sean reemplazados por otros más tenaces. Por lo tanto, el paciente permanece con la causa de sus problemas intacta; con la posibilidad de nuevas dificultades; y lo que es peor, con debilitada resistencia a las sugestiones hipnóticas de toda clase, desde los anuncios agresivos hasta las tentaciones peligrosas.
Este tratamiento es una clase de charlatanismo que hará de la enfermedad una realidad y de la salud una ilusión hipnótica. Esto es lo opuesto de la Verdad; es el error.
Aun cuando los móviles del hipnotizador sean los mejores, éste no actúa en bien del paciente. Y solamente podemos imaginar los peligros concomitantes si los motivos del hipnotizador son pésimos.
Solamente Dios Todopoderoso tiene la sabiduría, la perspectiva infinita y la prerrogativa para dictar y dirigir el pensamiento correctamente. La Biblia dice que Él “anuncia al hombre su pensamiento”. Amós 4:13; La Mente universal sigue siendo la única fuente y sustancia de toda influencia verdadera. Todo el mundo tiene acceso a este Principio divino, imparcial, a la Vida armoniosa y eterna.
El enfermo hará bien en recurrir a la oración para liberarse de todo síntoma de enfermedad. Pero aún entonces debe tener discernimiento. Al consultar a uno que sana por medio de la fe, el enfermo pregunta: “¿En qué tiene usted fe?” “En Dios”, es la respuesta. “¿Cree usted que Dios nos hace susceptibles a la enfermedad? ¿Permite Él a veces que el diablo nos enferme? ¿Nos enferma Él Mismo a veces para castigarnos?”
Si la respuesta a cualesquiera de estas preguntas es afirmativa, ¿cómo podemos saber si Dios quiere o no quiere que nos enfermemos? ¿O si el Todopoderoso es incapaz de prevenir que el diablo nos haga daño? Por cierto que es difícil tener fe en una Deidad tan caprichosa. Necesitaríamos tener una fe ciega en un Dios incomprensible para aceptar estas contradicciones. En realidad, la fe ciega es una forma de autohipnosis e incluye todas las trampas del hipnotismo y el charlatanismo.
La Sra. Eddy dice: “No podemos presentar la prueba práctica del cristianismo, que Jesús requería, mientras el error nos parezca tan potente y real como la Verdad y mientras hagamos a un diablo personal y a un Dios antropomórfico nuestros puntos de partida, — especialmente si consideramos a Satanás como un ser coigual en poder a la Deidad, si no superior. Puesto que tales puntos de partida no son ni espirituales ni científicos, no pueden desarrollar la regla espiritual de la curación cristiana, la cual prueba la nada del error o la discordancia, demostrando que la Verdad armoniosa lo incluye todo”.Ciencia y Salud, pág. 351;
Los Científicos Cristianos saben que no pueden sanar a menos que estén trabajando con sinceridad diariamente, orando con humildad para purificar sus recursos interiores a fin de que su pensamiento esté lo suficientemente claro de manera que pueda ser una transparencia para la presencia y acción del amor de Dios. De otro modo no tendrán éxito para acercarse a sus pacientes. La convicción de que el mal es irreal destruye la fe en el mal o los efectos del mal. Esto nos incapacita para hacer daño, porque sabemos que el mal no tiene poder.
No podemos depender de la voluntad humana pero debemos tratar con profunda sinceridad de purificar nuestros más recónditos sentimientos, hacer que nuestros motivos coincidan con la tierna inocencia del Amor infinito. De esta manera estamos seguros de que la influencia de nuestro pensamiento no puede dañar a nadie.
En respuesta a un artículo de cierto profesor, la Sra. Eddy escribió: “Concuerdo con el Profesor en que todo sistema de medicina pretende más de lo que practica. Si el sistema es Ciencia, incluye necesariamente el Principio, el cual puede demostrar el aprendiz sólo en la proporción en que lo comprenda. La jactancia le es impropia al mortal cuya obra es inferior. Mis cristianos alumnos son proverbialmente modestos; sólo sus obras debieran acreditarlos, ya que mi sistema de medicina no es generalmente comprendido. Existen charlatanes en la ‘cura por la mente’ que la practican basándose en la materia, o voluntad humana, y no en la Mente”.Escritos Misceláneos, pág. 243;
Cristo Jesús no usó la voluntad propia o remedios materiales para curar. Más bien, él traía a la luz la voluntad del Padre. Y la voluntad de nuestro Padre-Madre Dios es salud, satisfacción, vida eterna y amor.
Jesús dijo que aquellos que le siguieran sanarían a los enfermos igual que él, y que al así hacerlo serían tan “inofensivos como palomas”. Mateo 10:16 (según la versión King James). Ésta es la naturaleza de la curación en la Ciencia Cristiana.