El remedio para sanar una enfermedad puede ser más amor. Ya se trate de un problema emocional, social, económico o físico, un amor más grande para Dios y para con la idea de Dios, el hombre, hará mucho más para aliviar los síntomas. Y en muchos casos corrige la causa y elimina la enfermedad.
Sin embargo, es posible que, en algunos casos, nuestros esfuerzos por amar más pudieran parecer infructuosos. Derramamos nuestros pensamientos de amor sobre todo y todas las personas, y ese amor nos da una íntima satisfacción pero parece que exteriormente nada ocurre. Entonces, tenemos que examinar cuidadosa y devotamente la naturaleza del amor que estamos expresando. ¿Qué es este amor? ¿De dónde proviene?
La vida de Cristo Jesús ilustra lo que es el amor verdadero. Sus obras sanadoras demostraron el poder de ese amor, y su sacrificio en la cruz reveló una característica esencial de su amor. El verdadero amor aparece cuando y donde el ego mortal se somete a la identidad espiritual. Jesús dijo: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Juan 15:12, 13.
El amor que sana es mucho más que sólo los pensamientos amorosos que tiene un mortal. Es el Amor divino expresándose, sin que el ego mortal se lo impida. Si pensamos que somos mortales expresando mucho amor, el ego tiende a interponerse en el camino del amor. Muy a menudo el amor expresado es poco más que la expresión del amor por uno mismo, es el yo mortal que goza al contemplar sus propias emociones. Los pensamientos de amor son, naturalmente, muy superiores a los pensamientos apáticos o egoístas. Pero el amor que sana es más que un amor desinteresado. Es un amor que no está consciente de un sentido de identidad corpóreo.
Juan dijo: “Dios es amor”. 1 Juan 4:16. La Ciencia Cristiana revela a Dios como el Ego inmortal, como la consciencia divina o Mente, que siempre está presente en todas partes, como el único Amor infinito. El hombre es el reflejo o idea de Dios.
Cuando sintamos la presencia del Amor divino, y en la proporción en que conscientemente nos identifiquemos con el Amor como idea del Amor, entonces el amor que expresemos sanará. En la medida en que nuestra consciencia esté imbuida de lo divino, en esa medida amará desinteresadamente. Reflejará al Todo-poder. La falsificación de esta consciencia llena de amor es un yo mortal consciente de sí mismo que está expresando algo que llama amor. Por lo general, podemos descubrirlo por nuestra reacción a la manera en que responden los demás. Una sensación de orgullo cuando la gente responde con ternura o una sensación de amargura cuando no lo hacen pone al descubierto la falsificación. El verdadero amor ama porque eso es lo que hace el Amor. Es el reflejo del Amor. Una respuesta antagónica o indiferente sólo demuestra lo necesario que es el amor.
El verdadero amor no es abstracto. Pero el sentido mortal se queja de que lo es. Jesús amó a los que lo amaron, y amó a los que lo persiguieron. Y su amor sanó al enfermo y reformó al pecador, aun cuando enfurecía a sus enemigos.
¿Por qué sería que alguien que amaba con tanta pureza podía tener enemigos? Porque su amor desenmascaraba la falsedad del amor de ellos, pues sólo se amaban a sí mismos. Les dijo a sus opositores: “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer”. Juan 8:43, 44. La Sra. Eddy escribe: “El egoísmo es más opaco que un cuerpo sólido”.Ciencia y Salud, pág. 242.
Cuando el ego mortal haya cedido a la verdadera identidad del hombre como la creación, la expresión, el reflejo, de Dios, el Amor divino, los males de la existencia mortal cederán a la armonía y la salud. Y cuando éstos ceden, vemos la curación en la Ciencia Cristiana. Si no se obtiene la curación, es porque el verdadero amor ha sido oscurecido por su falsificación, el amor de sí mismo.
Uno puede decir en tono de queja: “Amo todo lo que puedo”. Pero siempre podemos estar menos conscientes del yo mortal. Y sólo a medida que dejamos de estar conscientes de un yo que ama o que no ama y estamos conscientes del amor impersonal, podemos expresar y sentir el Amor que sana.
Pensemos en el amor más profundo que jamás hayamos sentido: tal vez el amor de madre o de hijo, de hermano, esposo o esposa, o un gran amor por una hermosa obra de arte, por la música o por la naturaleza. ¿Estuvo o está ese amor más consciente de un limitado ego personal expresando o sintiendo ese amor? ¿O acaso ese pensamiento de amor pierde de vista a ese ego? ¿Cómo nos sentimos cuando pensamos que este amor tal vez no sea bien recibido, que sea rechazado, o que se responda a él con odio? ¿Tiene en realidad importancia cómo es aceptado el amor, excepto que su rechazo indique que se debe tomar un curso de acción en el cual expresemos mejor el verdadero amor?
Ahora quitemos el “yo” egoísta y mortal de nuestros sentimientos. A nuestro sentido humano del ego no le parece fácil. Todo lo que pensamos o hacemos tiene algo de ese “yo” finito. Y lo que es más, la perspectiva de amar sin ese “yo” personal parece atemorizarnos. Pero no tenemos por qué temer. El “yo” que desaparece con un sentido mortal y material del ego reaparecerá como una entidad espiritual. Cada uno de nosotros es un reflejo inmortal del infinito Yo soy, la Mente divina, Dios. Al dejar de personalizar nuestro amor, perdemos sólo lo opuesto de lo que somos. Y si temporalmente pareciera que estamos perdiendo nuestra identidad, la fe en el amor de Dios por Sus hijos nos llevará a comprender nuestra verdadera identidad como hombres y mujeres en Cristo, la Verdad.
La Sra. Eddy en su excelente artículo “Una sola causa y un solo efecto” escribe: “Los mortales sólo pueden reconocer la piedra como sustancia si primero admiten que es sustancial. Suprímase el concepto mortal de sustancia, y la piedra misma desaparecerá, sólo para reaparecer en el concepto espiritual acerca de ella”.Escritos Misceláneos, págs. 27–28. Si una piedra puede reaparecer “en el concepto espiritual acerca de ella”, ¡con más razón reaparecerá nuestra identidad verdadera cuando renunciemos al sentido finito y material del amor, y amemos con el amor que refleja al Amor divino! Y mientras se lleva a cabo esta desaparición y reaparición, comprenderemos el poder de la oración para purificar nuestro corazón y sanar nuestras enfermedades.
Como escribe la Sra. Eddy: “La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que para Dios todas las cosas son posibles, — un entendimiento espiritual de Él, un amor abnegado”.Ciencia y Salud, pág. 1. Esto es en sustancia lo que Jesús dijo cuando se le preguntó: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” Él respondió: “Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios”. Marcos 10:26, 27. “Para los hombres [el sentido mortal del ego] es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios [el Amor divino].”