Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

¿No obtienes ningún provecho de la Escuela Dominical?

Del número de abril de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todavía me parece ver la expresión de mi madre cuando, a la edad de diecisiete años, le dije que iba a dejar de asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y, en vez, iba a asistir a los cultos de la iglesia. ¿Qué razón tenía para ello? Que ya no obtenía ningún provecho de la Escuela Dominical.

Entonces durante una de las vacaciones de Pascua, asistí a una conferencia sobre Ciencia Cristiana. No puedo recordar con precisión lo que me dijo mi madre para que yo fuera a esa conferencia, pero, cuando ésta terminó yo no era la misma persona. No sólo no me aburrí, sino que tuve mi primera vislumbre del Cristo, que revela la verdad de Dios, del hombre, y su mutua relación. Comencé a comprender que la idea del ser es completamente espiritual; y las lágrimas rodaron por mis mejillas. Había despertado a la percepción de lo vívidas que eran las ideas espirituales, y, por un momento, sentí la realidad de la existencia espiritual.

También fui lo suficientemente humilde para expresar abiertamente mi decepción por la Escuela Dominical. Le pregunté a este amable conferenciante si podía hablar a solas con él. Él consintió. “Ya no estoy obteniendo ningún provecho de la Escuela Dominical”, le dije algo malhumorada.

Me miró con amor y firmeza al mismo tiempo. Luego con gran bondad me dijo cinco palabras que cambiaron el enfoque básico de mi vida entera: “¿Obteniendo? ¿Qué estás tú dando?” No tuve que decir otra palabra. Sentí que había sanado. ¿Sanado, de qué? ¿Acaso había sanado de la necesidad de obtener un mayor entendimiento de la Ciencia Cristiana? Difícilmente. No obstante, había sanado de encarar la vida egoístamente y de esperar que el conocimiento, la satisfacción y el gozo, se me presentaran en bandeja de plata. Comprendí que una vida motivada por el deseo de dar permite que brille la compleción del hombre verdadero. Este versículo de Eclesiastés indica la base de la compleción del hombre como creación de Dios: “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá”. Ecl. 3:14. Pues el hombre como imagen de Dios no tiene nada que obtener, ni nada que perder. Practicando el arte de dar, podemos empezar hoy a sentir y conocer el gozo de esta verdad acerca de nuestra verdadera identidad. Después de todo, ¿acaso no se derrama el contenido de una copa cuando está llena?

Precisamente eso fue lo que hice el domingo siguiente. En vez de sentarme como una batería vieja esperando ser recargada, casi no podía contener mi alegría y esa nueva convicción que había obtenido. Esa semana vino a la Escuela Dominical una joven a quien nunca había visto antes. En realidad, nunca más la volví a ver. Pero, varias semanas después, un miembro de la iglesia me mostró una carta de esta joven, contando lo que le había sucedido cuando visitó nuestra clase. Decía que ella era la única Científica Cristiana que asistía a una escuela parroquial de otra religión y que le parecía imposible poder resistir la presión de sus compañeras para que renunciara a su religión. Aguijoneada por quienes la ridiculizaban, había estado a punto de dejar de estudiar y practicar la Ciencia Cristiana. Pero agregaba, había una joven en la Escuela Dominical que demostró tal entusiasmo y amor por la Ciencia, que le ayudó a sentir el valor y la fortaleza para continuar, sin tener en cuenta lo que sus amigas en la escuela le dijesen. ¡Y estaba haciendo exactamente eso! Se pueden imaginar cómo me sentí en ese momento.

Ese año me afilié a La Iglesia Madre y pasé dos años muy felices en la Escuela Dominical, preparándome cada domingo para dar algo a la clase. Un año después de terminar la Escuela Dominical tomé instrucción en clase de Ciencia Cristiana con el conferenciante que tan repentinamente cambió mi punto de vista.

Muy rara vez un solo suceso es tan significativo que podemos ver retrospectivamente un cambio total en el curso de nuestra vida. Mi conversación con el conferenciante fue uno de esos puntos decisivos. Desde ese momento en adelante, en vez de evaluar una clase de la escuela, una amistad, un culto de la iglesia, un trabajo, incluso una fiesta, desde la base de lo que yo quería u obtenía, lo evalué desde la base de lo que yo podía dar. A veces el dar consiste solamente en orar en el culto de la iglesia u orar en beneficio de la Escuela Dominical, o quizás en una buena acción hecha en el momento apropiado. Pero he aprendido que nunca podemos decir que no tenemos algo que dar. El quejarse de que una experiencia es monótona y aburrida es como si uno fuera una lata de canela y se quejara de que nada tiene sabor.

Los problemas que enfrentamos no siempre son de fácil solución. La creencia de que uno es una personalidad física y limitada, en lugar de la expresión de Dios, incluye egoísmo, por consiguiente, se resiste a dar. Y también incluye pereza, por tanto, se resiste a la actividad individual. Después de todo, debido a que Dios, la Mente divina, es infinita, la mente mortal no tiene origen, por tanto, no tiene impulso ni continuidad. Es siempre limitada, siempre hipnotizada por sus propias ilusiones; por eso nunca está satisfecha. Constantemente se queja: “¿Qué hay en esto para mí?” No obstante, si el dar pareciera una carga personal, es preciso razonar de esta manera: Dios es Amor y nos creó con la disposición de dar; Él es Vida y nos creó con la capacidad de dar; Él es Alma y por ello es hermoso dar y aporta satisfacción. Puesto que las ideas verdaderas — producto de la Mente infinita — están ya en todas partes, la acción de dar simplemente ilustra la omnipresencia de estas ideas verdaderas.

En su libro The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, la Sra. Eddy vincula estrechamente la identidad con la capacidad de dar o impartir. Escribe: “Como parte activa de un todo estupendo, la bondad identifica al hombre con el bien universal. Así cada miembro de esta iglesia puede elevarse por encima de la pregunta tantas veces repetida: ¿Qué soy? a la respuesta científica: Yo soy capaz de impartir verdad, salud y felicidad, y ésta es mi roca de salvación y la razón de mi existencia”.Miscellany, pág. 165.

En ese inolvidable año cuando yo tenía diecisiete años de edad, capté una vislumbre de la verdad de que siendo Dios, nuestra Vida, el dador eterno, en realidad vivimos y nos identificamos al reflejar Su manera de dar.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / abril de 1982

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.