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La prioridad en la oración

Del número de abril de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hay muchos sucesos que merecen nuestra oración eficaz. Tal vez usted ha hecho una lista, por lo menos una lista mental, de las cosas que debieran tener prioridad. Probablemente su propio bienestar está en primer lugar. Por supuesto que diversas circunstancias familiares pueden necesitar atención. Luego está la comunidad, su iglesia — no olvidemos la reunión de miembros de la semana próxima — y, qué decir del panorama político nacional. Es posible que bajo un enfoque más amplio, el mundo, como un todo, también esté en la lista.

Y ¿qué clase de oración nos exige la Ciencia Cristiana para realizar una firme obra sanadora? Si estamos pensando en la oración solamente como petición, ¿no es entonces muy probable que Dios responda a las oraciones de cualquier cristiano — si vamos al caso — las de cualquier musulmán, judío o sintoísta? La oración, según explica la Ciencia Cristiana, no es tanto pedir a Dios que haga algo por nosotros, como lo es percibir con mayor claridad lo que Él ya está haciendo por nosotros. La oración incluye el reconocer y discernir inteligente y espiritualmente que Dios es infinitamente perfecto, que Su creación expresa impecablemente esta perfección.

Es obvio que un enfoque así se aparta radicalmente de los puntos de vista materiales. La oración científica requiere entendimiento espiritual; exige una disciplina de pensamiento, un razonamiento de causa a efecto. Dios es infinitamente bueno, y a medida que aceptamos que Él es la Causa suprema, vemos con mayor claridad que el hombre y el universo deben ser Su efecto puro. Tal razonamiento no está basado en una teoría humana sino que está de acuerdo con la ley divina.

Traer esta clase de esmero a las docenas de asuntos que encaramos todos los días es lo que muy a menudo nos elude. Más allá de esos problemas más específicos que exigen nuestra firme atención personal, problemas que merecen — y obtienen — una profunda consideración individual, debe haber una alternativa para una lista de asuntos menores que se anotan pero que nunca se tachan.

Si bien es posible que no encontremos tiempo para orar por cada acontecimiento que sale a la superficie, ciertamente que podemos orar cabal y eficazmente para tener una actitud, un estado de pensamiento que nos dé un punto de vista nuevo y más claro de todas las cosas que tenemos que enfrentar diariamente. Este concepto espiritualizado constituye por sí mismo un elemento esencial de la oración, elevándonos para sentir la influencia positiva, sanadora del Amor. Quizás era ése el punto de vista que Pablo tenía en mente cuando nos aconsejó: “Orad sin cesar”. 1 Tesal. 5:17. Si bien Pablo no esperaba que pasáramos toda nuestra vida arrodillados en un aposento, existe algo muy realista respecto a la oración constante, por lo menos si la consideramos como una actitud, o elevación espiritual de consciencia.

Podemos dedicar tiempo a orar para tener una convicción espiritual, puntos de vista inspirados, compasión. Cuando nos esforzamos por expresar cualidades de pensamiento que proceden de Dios, esos atributos, establecidos firmemente en la consciencia, nos ofrecen una actitud mental más centrada en lo divino, y tal actitud es perdurable.

Tomemos el olvido de sí mismo como ejemplo. Vivir realmente lo que este término implica es vivir una oración eficaz. El hombre no es una individualidad corpórea, mortal. El hombre es la expresión incorpórea del Principio: evidencia clara que revela Su naturaleza invariable, perpetua. Cuanto más olvidemos el ego, abandonemos la creencia en una identidad finita, que comete errores, tanto más apreciaremos que la verdadera individualidad del hombre es la idea del Principio. Entonces nuestro concepto acerca de los demás es más exacto, en contraste con nuestra manera de juzgar a otros según nuestras percepciones personales. El despojarnos de la individualidad mortal nos capacita para permanecer bajo la luz del Principio divino; de este modo vemos a los demás desde un punto de vista espiritualmente iluminado. De una manera importante estamos encarando a las personas y a las circunstancias por medio de la oración constante cuando discernimos que el Principio, y no la individualidad mortal, es la fuente del ser.

La pureza y el afecto son cualidades que forman nuestra perspectiva de modo que nos capacitan para ayudar a nuestro prójimo, y al mundo. En una oportunidad, una joven venció sus sentimientos de amargura hacia un compañero de trabajo al dejar que el afecto sirviera de oración en su vida. Una amistad verdadera reemplazó las crecientes hostilidades y antagonismos. En muchas ocasiones el sentido profundo de pureza de una sola persona ha preservado la integridad moral de una relación. Una pureza fuertemente arraigada ha sido en realidad una oración de acción, protección en una cita, preservación en un matrimonio.

El amar y desarrollar algunos de los atributos basados en lo espiritual puede servir como oración incesante. “El olvido de sí mismo, la pureza y los sentimientos afectuosos son oraciones constantes”,Ciencia y Salud, pág. 15. nos asegura la Sra. Eddy. Sus escritos mencionan muchas, muchísimas cualidades que, cuando se las adopta y se las vive, actúan como oraciones constantes.

En lugar de agregar cosas a una lista por las cuales tenemos la intención de orar algún día, sería más conveniente orar para olvidarnos de nosotros mismos, para expresar pureza, afecto, o cualquier cualidad que se deriva de Dios, y después aplicar la actitud resultante a toda situación en nuestra vida diaria. Podemos confiar en que tal estado de pensamiento traiga muchas curaciones a situaciones que de otro modo nunca llegaríamos a darles tratamiento específico.

Entonces la oración será algo más que simplemente establecer prioridades. Empezaremos a seguir mejor el ejemplo de Cristo Jesús al expresar una actitud sanadora poderosa en todo lo que enfrentamos en nuestro diario vivir.

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