El otro día tomé un taxi para regresar a casa, y el amistoso chofer me preguntó por qué había venido a vivir a los Estados Unidos. Cuando pasamos frente a La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana le dije que trabajaba ahí para las publicaciones periódicas de la Iglesia.
Me preguntó: “¿No tiene uno que ser muy inteligente para ser Científico Cristiano... para comprender toda esa lectura y las enseñanzas de la Biblia?” Le respondí: “No realmente, hasta los niños más pequeños en la Escuela Dominical pueden comenzar a comprender la Ciencia Cristiana. Hay solamente dos cosas que uno tiene que saber para comenzar, y éstas son: saber cuánto lo ama Dios y cuánto ama usted a Dios”.
El chofer guardó silencio por un momento, luego suavemente me dijo: “¿Sabe señora? Nadie jamás me había dicho cuánto me ama Dios. Gracias por habérmelo dicho”. Pude compartir con él algunas otras ideas acerca del Amor que Dios tiene para nosotros. Cuando llegamos a mi casa me agradeció una vez más, y se fue.
Después no podía dejar de pensar en lo importante que es para cada uno de nosotros saber que Dios nos ama y lo valiosos que somos para El. La Biblia nos dice: “La porción de Jehová es su pueblo” y “lo guardó como a la niña de su ojo”. Deut. 32:9, 10. Siempre estamos ante la vista de Dios y El se regocija en nosotros como un Padre, porque, en realidad, somos Sus hijos.
Valoramos aquellos momentos en que encontramos las palabras exactas para comunicar a otros algo del cariño y la ternura del amor de Dios que nos rodea, y de poder revelarles una vislumbre de su verdadera naturaleza espiritual como prístino linaje de Dios.
Cristo Jesús hizo esto constantemente. Aportó a la humanidad su comprensión de Dios como Amor y mostró a hombres y mujeres la naturaleza espiritual que poseían como expresión del Amor. Sus discípulos sintieron el amor desinteresado del Maestro; fueron inducidos a abandonar sus maneras limitadas de pensar y actuar a medida que percibían el camino del Cristo que Jesús les estaba señalando: el camino del Amor divino.
Se requiere un gran sacrificio de nuestro yo para disponerse a renunciar a los modelos egotistas del pensar convencional y reemplazarlos con la consciencia pura a la semejanza del Cristo, la cual reconoce solamente la sustancia y realidad del bien. Esto requiere mucho de nosotros, y, por cierto, esto no se logra de un solo salto, pero Jesús enseñó a sus seguidores a amar a Dios con todo su ser. Los alentó a poner sin reservas todo su corazón y mente en la adoración a Dios. Les enseñó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mateo 22:37.
La devoción del Salvador a las cosas del Espíritu, lo capacitó para desafiar y vencer las decepciones de un concepto de existencia carnal y material. Jesús sanó a los enfermos con autoridad y silenció la justificación propia del pecado, mostrando a la humanidad el camino para salir de la mortalidad. Enseñó que es mediante la espiritualización del pensamiento y de la vida, que la humanidad tiene acceso a la abundancia del bien del reino de Dios que está a nuestro alcance.
Todos podemos aprender a dejar que Dios tenga prioridad en nuestras vidas, y a medida que nos esforzamos por hacerlo, encontramos que los altibajos de nuestro diario vivir van cediendo a la realidad de nuestra vida espiritual en Dios, el Amor divino. La manera inestable y siempre cambiante del pensar material, poco a poco se reemplaza con conceptos espirituales sustanciales; o sea, a medida que vamos reconociendo y aceptando como reales las alegrías del Alma divina y las bendiciones que aportan.
Cuando hacemos esto, naturalmente deseamos compartir con otros la verdad sanadora del Cristo. La Sra. Eddy, quien descubrió la Ciencia del cristianismo, siguió en su propia obra sanadora, el método del Maestro. Espontáneamente su corazón alcanzó, con compasión cristiana, a muchos que sufrían de condiciones físicas, y los sanó. Por ejemplo, cuando vivía en Lynn vio sentado en la acera a un hombre “tan lisiado que sus rodillas le tocaban el mentón”. Ver Clifford P. Smith, Historical Sketches (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1941), pág. 78. La Sra. Eddy se acercó y le habló del gran amor que Dios le tenía. Alguien que presenció lo ocurrido dijo que el hombre se levantó casi de inmediato y anduvo. Inmediatamente el hombre se dio a la tarea de averiguar quién era la mujer que lo había sanado.
A medida que comenzamos a amar espiritualmente, empezamos a estar más conscientes del amor que nos tiene Dios. Sentimos la ternura del Amor en nuestros corazones. El Amor nos enriquece y fluye de manera natural hacia aquellos con quienes tratamos. La generosidad, la pureza, la humildad y la alegría transforman nuestra naturaleza, y estas cualidades a la manera del Cristo no pueden ser encerradas, tienen que expresarse y compartirse. Cuando ejercemos nuestra espiritualidad, nuestros afectos aumentan y se purifican. En lugar de centrar nuestros sentimientos únicamente en nuestro propio círculo familiar, comenzamos a amar más universalmente. Entonces comprendemos que estamos expresando el amor de Dios, y otros son atraídos para recibir este amor.
Cuando reflejamos el amor de Dios de esta manera, aunque algunos lo rechacen, es natural para nosotros sanar y consolar a otros como lo hicieron los discípulos de Jesús. La Sra. Eddy nos dice: “El Amor divino es la sustancia de la Ciencia Cristiana, la base de su demostración, sí, su fundamento y superestructura. El Amor impulsa las buenas obras”.Escritos Misceláneos, págs. 357–358. Seamos motivados por el impulso del Amor. El Amor nos eleva por encima de la consciencia tímida y nos capacita para compartir el mensaje de la Ciencia del cristianismo con otros, y esto trae curación.
