El otro día tomé un taxi para regresar a casa, y el amistoso chofer me preguntó por qué había venido a vivir a los Estados Unidos. Cuando pasamos frente a La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana le dije que trabajaba ahí para las publicaciones periódicas de la Iglesia.
Me preguntó: “¿No tiene uno que ser muy inteligente para ser Científico Cristiano... para comprender toda esa lectura y las enseñanzas de la Biblia?” Le respondí: “No realmente, hasta los niños más pequeños en la Escuela Dominical pueden comenzar a comprender la Ciencia Cristiana. Hay solamente dos cosas que uno tiene que saber para comenzar, y éstas son: saber cuánto lo ama Dios y cuánto ama usted a Dios”.
El chofer guardó silencio por un momento, luego suavemente me dijo: “¿Sabe señora? Nadie jamás me había dicho cuánto me ama Dios. Gracias por habérmelo dicho”. Pude compartir con él algunas otras ideas acerca del Amor que Dios tiene para nosotros. Cuando llegamos a mi casa me agradeció una vez más, y se fue.
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