Mientras escribo esto, todavía estamos sintiendo los temblores posteriores a un terremoto que afectó el sur de California con una intensidad de 6,1 en la escala Richter, de acuerdo con la primera información de los noticiarios. Mi casa está sólo a unos pocos kilómetros de lo que determinó como el epicentro del terremoto, y aunque tuvimos algunos daños leves, todos salimos ilesos. Desafortunadamente, no fue éste el caso en todas partes.
Hay ciertas precauciones, de sentido común, que uno debiera adoptar. Como, por ejemplo, permanecer alejado de las ventanas en caso de que se rompan los vidrios, evitar estar cerca de todo lo que se pueda caer, etc. Cuando habíamos tomado todas estas medidas, y nos aseguramos de que todos en casa estaban seguros — y nos cercioramos de que nuestros vecinos también lo estaban — mi esposa y yo comenzamos a leer el Salmo cuarenta y seis en la Biblia. Este dice en parte: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida... y tiemblen los montes...” Después de estos pasajes tan vívidamente descritos, el Salmista se refiere a la ciudad de Dios, y dice: “Dios está en medio de ella; no será conmoviad”. Salmo 46:1–5.
¡Qué consuelo y ayuda es saber que la ciudad de Dios no puede ser removida ni conmovida! Tal vez esto nos proporcione un punto de partida útil en nuestras oraciones, porque si podemos comenzar a ver que cada uno de nosotros mora en la ciudad de Dios, también podemos empezar a ver la naturaleza inamovible e invulnerable de nuestra vida y bienestar.
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