Mientras escribo esto, todavía estamos sintiendo los temblores posteriores a un terremoto que afectó el sur de California con una intensidad de 6,1 en la escala Richter, de acuerdo con la primera información de los noticiarios. Mi casa está sólo a unos pocos kilómetros de lo que determinó como el epicentro del terremoto, y aunque tuvimos algunos daños leves, todos salimos ilesos. Desafortunadamente, no fue éste el caso en todas partes.
Hay ciertas precauciones, de sentido común, que uno debiera adoptar. Como, por ejemplo, permanecer alejado de las ventanas en caso de que se rompan los vidrios, evitar estar cerca de todo lo que se pueda caer, etc. Cuando habíamos tomado todas estas medidas, y nos aseguramos de que todos en casa estaban seguros — y nos cercioramos de que nuestros vecinos también lo estaban — mi esposa y yo comenzamos a leer el Salmo cuarenta y seis en la Biblia. Este dice en parte: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida... y tiemblen los montes...” Después de estos pasajes tan vívidamente descritos, el Salmista se refiere a la ciudad de Dios, y dice: “Dios está en medio de ella; no será conmoviad”. Salmo 46:1–5.
¡Qué consuelo y ayuda es saber que la ciudad de Dios no puede ser removida ni conmovida! Tal vez esto nos proporcione un punto de partida útil en nuestras oraciones, porque si podemos comenzar a ver que cada uno de nosotros mora en la ciudad de Dios, también podemos empezar a ver la naturaleza inamovible e invulnerable de nuestra vida y bienestar.
Es la naturaleza de Dios, quien es el Principio divino del universo, mantener a Su creación en un estado de perpetua armonía. Los desastres no son parte de Su plan, pero la armonía, la seguridad y el bienestar ciertamente lo son. Estas son cualidades espirituales que El expresa y sostiene a través de toda Su creación espiritual. Es el designio de Dios sostener al hombre y al universo en un estado de permanente estabilidad. Y se puede ver que esta ley espiritual se relaciona de una forma práctica con la escena humana.
La Ciencia Cristiana, en armonía con las enseñanzas de Cristo Jesús, indica la base mental de la existencia. Las palabras de Jesús exponen claramente la importancia de cultivar ese estado puro de pensamiento que nos permite discernir a Dios, obtener una vislumbre de la realidad de Su reino que está a nuestro alcance, y reflejar algo del poder divino que sana. Sus enseñanzas también demuestran la influencia destructiva de la manera de pensar carnal y materialista.
Es posible que al comienzo parezca absurdo considerar un terremoto en términos mentales. Pero, considerar esto en relación con el impacto que tiene el pensamiento en nuestra experiencia, y a la luz de la naturaleza real y espiritual de lo que Dios ha creado, puede llegar a tener un efecto positivo. La Sra. Eddy escribe: “Los llamados gases y fuerzas materiales son contrahechuras de las fuerzas espirituales de la Mente divina, cuya potencia es la Verdad, cuya atracción es el Amor, cuya adhesión y cohesión son la Vida, que perpetúan las realidades eternas del ser”. Entonces, usando el término mente mortal en forma similar al término mente carnal que usa la Biblia, ella explica más adelante: “No hay vana furia de la mente mortal — expresada en terremotos, vientos, olas, relámpagos, fuego y ferocidad bestial — y esa llamada mente se destruye a sí misma”.Science and Health (Ciencia y Salud), pág. 293: “The material so-called gases and forces are counterfeits of the spiritual forces of divine Mind, whose potency is Truth, whose attraction is Love, whose adhesion and cohesion are Life, perpetuating the eternal facts of being.... There is no vapid fury of mortal mind — expressed in earthquake, wind, wave, lightning, fire, bestial ferocity — and this so-called mind is self-destroyed.”
Quizás lo que necesitamos es una comprensión más profunda del poder de Dios, de la única Mente divina, para aquietar los estruendos del pensamiento mortal — los pecados, temores, etc.— que son la base de los fenómenos destructivos.
El aminorar la destrucción de un terremoto por medios mentales, por medio de la oración que refleje, en cierta medida, el poder armonizador de la Mente divina, puede parecer que está más allá de nuestra capacidad actual, de nuestra comprensión actual de la oración. Pero, dominar los elementos del pensamiento que promueven la discordia — la codicia, la sensualidad, la envidia y demás — no está más allá de nuestra capacidad actual. Es una tarea que podemos empezar hoy en nuestros pensamientos y acciones, así como en nuestras oraciones por la humanidad. Podemos esforzarnos por discernir que la realidad acerca del hombre es algo infinitamente mejor de lo que presenta un mortal pecador motivado por la codicia, el egoísmo o la estupidez, y esa oración tiene que tener un efecto sanador. Podemos comprender que la verdadera naturaleza de cada uno de nosotros es la semejanza de Dios, expresando Su sabiduría, integridad, orden, pureza y amor.
Y, por lo menos, podemos empezar a comprender que en verdad el hombre siempre mora en la ciudad de Dios y que realmente “Dios está en medio de ella; no será conmovida”.
