“Me quiero casar”. “Estoy cansada de vivir sola”. “Quiero tener una familia”. Esta era la conversación que sostenían en una fiesta algunas de las mujeres solteras con quienes yo trabajaba.
El acontecimiento social se había transformado de una placentera reunión en una serie deprimente de quejas. Al escuchar a cada una expresar su opinión, comencé a orar en silencio. Hacía poco que había empezado mi estudio de Ciencia Cristiana y estaba aprendiendo que, puesto que Dios, el Espíritu, es Todo, la vida es espiritual. Es gozosa, completa, libre y satisfactoria. Yo deseaba compartir con cada una de ellas lo que estaba aprendiendo acerca del verdadero ser de cada uno como hombre espiritual, la imagen de Dios.
Alguien me preguntó cómo me sentía acerca de ser soltera. Los pocos minutos que había orado me dieron la respuesta: “¡Yo voy a ser feliz! Soltera o casada, voy a vivir una vida feliz. Sé que soy amada y voy a confiar mi vida a Dios”.
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