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Marejada

Del número de octubre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Susana era una buena nadadora. Le gustaba surcar las grandes olas que rompían en la playa cerca de su casa. Durante unas vacaciones de verano de su escuela primaria (después de haber terminado las tareas que debía hacer en su casa), ella y su amiga Lisa iban a la playa a deslizarse sobre las olas y jugar.

Un día, Susana estaba nadando sola más allá de la línea de las rompientes. De pronto vio que en ese lugar el agua estaba muy agitada. Al no poder salir de allí a nado, Susana se dio cuenta de que era una marejada, o sea, dos corrientes opuestas que se encuentran durante un tiempo y pueden arrastrar a una persona. El impulso de sentir miedo era muy fuerte. Pero luego una buena razón para no sentir miedo prevaleció con más fuerza.

Esa mañana temprano, Susana y su mamá habían leído partes de la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana. Se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. El tema para esa semana era “Dios, preservador del hombre”. Habían hablado sobre cómo Dios siempre las había cuidado. Aun cuando habían tenido problemas de salud o cuando no tenían suficiente dinero, la confianza en el amor de Dios había traído gran ayuda.

De modo que, en medio de esa marejada, Susana decidió que, en realidad, ella no tenía por qué asustarse. Pensó: “Dios está aquí en este preciso momento, sosteniéndome”; y luego recordó algo de los Salmos de la lección de esa mañana: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?... Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. Salmo 139:7, 9, 10.

Entonces tuvo la idea de darse vuelta y simplemente flotar, y así lo hizo. Flotar sobre la cresta de las agitadas olas, en vez de luchar contra ellas, hizo que, incluso, se sintiera relajada. Miró hacia lo alto, al cielo azul y el hermoso día y pensó: “Dios, Tú realmente estás aquí y en todas partes, y Tú me estás sosteniendo siempre a mí y a todos en Tu amor”. Susana se sintió muy aliviada y agradecida. En lugar de sentirse amenazada, se sintió realmente segura. Después de unos minutos se dio cuenta de que la marejada había desaparecido, y que podía nadar de vuelta a la orilla.

No le mencionó en seguida a Lisa lo que había sucedido. Quería decírselo primero a su mamá y estaba impaciente por llegar a su casa. Después que la mamá escuchó todo el relato, le dijo: —¿Sabes una cosa? Te has dado un tratamiento de Ciencia Cristiana. No te quedaste dentro del problema (o con el temor a la marejada) ni te desesperaste por salir de esa situación. Confiaste en Dios y en Su amor como el único poder y tu verdadera ayuda. En cierta manera, cuando decidiste darte vuelta y flotar, le diste la espalda al temor. Dios estaba sosteniéndote en Su amor, y tú confiaste en que te cuidaría.

La mamá recordó algunas de las palabras de la Sra. Eddy sobre la importancia de echar las evidencias materiales fuera del pensamiento a fin de poder percibir los hechos espirituales. Ver Ciencia y Salud 428:8–12. Susana se dio cuenta de que eso era lo que había sucedido. Fue maravilloso haberse sentido tan segura en el océano. Había tenido una sensación especial, como de libertad. Sin duda eso le demostró lo práctico que es orar y mantener el pensamiento muy cerca de Dios.

Una de las cosas que Susana había aprendido en la Escuela Dominical fue lo que Cristo Jesús dijo a sus discípulos: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan 8:31, 32. Le resultaba muy grato el pensamiento de continuar siendo una seguidora de Jesús, y de sentir esa clase de libertad espiritual. Susana sintió que estaba comenzando a tener una idea más clara de lo que era real y de lo que no lo era. ¡Dios era real, y el miedo no!

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