A la mayoría de nosotros nos encanta estar entre familiares y amigos, oyendo, no importa cuán a menudo, sus anécdotas e intercambiando ideas con ellos. Pero ¿tendemos a sentirnos solos a veces, hasta abandonados, cuando ellos no están cerca? No tenemos por qué sentirnos así cuando incluimos entre nuestras amistades a quienes posiblemente nunca vayamos a ver o con quienes probablemente nunca conversemos. Los llegamos a conocer a través de los libros que leemos. Cristo Jesús, sus discípulos, los primeros cristianos y Mary Baker Eddy, por ejemplo, encabezan mi lista de “amigos que he encontrado en mi lectura”. Y, naturalmente, están Moisés, Eliseo, Pedro, Pablo y tantos otros personajes que encontramos en la Biblia. Por eso, jamás pueden faltarnos amigos que nos den ideas estimulantes que absorban nuestra atención, pensamientos útiles y sanadores, e inspiración práctica para enfrentar cualquier situación que pueda presentarse en nuestras vidas.
Leer la Biblia para disfrutarla y recibir inspiración puede ser una actividad valiosa. Y, obviamente contamos como amigos a quienes nos proporcionan felicidad y satisfacción. Pero nuestros amigos de la Biblia hacen más que esto. Nos hablan del Dios en quien ellos han dependido para ser salvados y sanados. Podemos confiar en lo que nos dicen, en lo que leemos. Sus experiencias nos aportan lecciones que podemos usar con total confianza.
Moisés, por ejemplo, con su paciencia, obediencia y dedicación, nos muestra la importancia de estas cualidades al hacer parte de nuestras vidas el legado que nos dejó, los Diez Mandamientos.
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