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Antes de que mi esposo y yo nos casáramos, él se había interesado...

Del número de mayo de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Antes de que mi esposo y yo nos casáramos, él se había interesado en la Ciencia Cristiana. Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando su médico ya no pudo hacer nada por él, fue sanado de una profunda depresión por medio de esta Ciencia.

Comencé a asistir con mi esposo a una filial de la Iglesia de Cristo, Científico. Pronto me di cuenta de que nada perdería si renunciaba a la iglesia en la que había sido bautizada y confirmada, y que había mucho que ganar al afiliarme a la Iglesia de Cristo, Científico.

Una de mis primeras curaciones en la Ciencia Cristiana fue de reumatismo, condición que se consideraba hereditaria. Muchas veces en mi juventud me había sido difícil caminar, y ya de adulta, de vez en cuando tenía que quedarme en cama por varias semanas. Las medicinas que me daban aliviaban el dolor, pero no sanaban la enfermedad.

Cuando nuestro hijo tenía nueve meses, tuve que estar otra vez en cama. Una querida amiga, que era Científica Cristiana, vino a visitarme. Al ver mi necesidad me ofreció llevarme a su casa en donde ella podría atendernos al bebé y a mí. Siempre le estaré agradecida por su ayuda y apoyo y por sus amorosas reprensiones ocasionales cuando yo sentía lástima de mí misma. En esas ocasiones cantábamos himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana hasta que yo sentía que podía volver a estudiar. Tenía confianza en que Dios me sanaría, y ni una sola vez pensé en tomar alguna medicina para calmar el dolor.

Sin embargo, al principio, resentía que la dificultad se repitiera después de haberme vuelto estudiante de Ciencia Cristiana. Pero me hicieron ver que el problema nunca había sido sanado antes, sólo se había aliviado temporalmente, y ahora iba a ser destruido para siempre.

Comprendí que la herencia, como todas las otras teorías mortales, no estaba apoyada en la ley divina y, por consiguiente, nunca había tocado al perfecto reflejo de Dios, el hombre, mi verdadera identidad espiritual.

Después de varias semanas, y con mucha dificultad, pude volver a caminar hasta el autobús y asistir a la iglesia. Al terminar el servicio le dije a un apreciado amigo que sentía que estaba progresando un poco. El me contestó amorosamente que tal vez había llegado el momento en que debía regresar a casa y atender de nuevo a mi familia. Al principio me sentí consternada y pensé: "¿Sabe él acaso, lo que me cuesta caminar, y qué decir de tener que cuidar de un marido y un bebé?" Sin embargo, después de orar sobre esta posibilidad me di cuenta de que debía hacer lo que era correcto y no dejarme gobernar por la voluntad humana.

Regresé a mi hogar. Al principio fue difícil subir y bajar las escaleras, pero cada día fui progresando. En la página 385 de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, leemos lo siguiente: "El trabajo pesado continuo, los privaciones, las exposiciones a la intemperie y toda clase de condiciones desfavorables, si libres de pecado, pueden soportarse sin sufrimiento. Sea cual fuere vuestro deber, lo podéis hacer sin perjudicaros".

Durante las siguientes semanas y meses tuve que aprender mucho espiritualmente, y llegué a expresar la cualidad de la paciencia de una manera más total.

Como resultado de la oración y del estudio de la Ciencia Cristiana, poco a poco tuvo lugar la curación. De pronto un día me di cuenta de que estaba caminando normalmente. De hecho había estado liberada desde hacía varios días sin que yo me diera cuenta de ello. ¡Cómo me regocijé con esa libertad! Esta curación sucedió hace muchos años, y ha sido permanente.

Dios fue el único médico en quien confiamos mi esposo y yo al criar una familia de tres hijos. La única enfermedad infantil (así llamada) fue un caso leve de sarampión cuando el niño mayor tenía tres años. Buscamos la ayuda mediante la oración de una practicista de la Ciencia Cristiana, y dos días después el niño no tenía ni rastros de esa enfermedad.

No me puedo imaginar la vida sin la Ciencia Cristiana. "¡Gracias a Dios por su don inefable!" (2 Corintios 9:15).


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