Conozco a un hombre que nunca deja pasar un día sin expresar bondad por lo menos a una persona. Una vez me llamó por teléfono para agradecerme por algo que yo había hecho por él, y cuando le dije que no tenía por qué haberse molestado en llamarme, rápidamente me dijo: “¡Oh, pero tenemos que hacer estas cosas!”
Muchas personas estarán de acuerdo con mi amigo. Tal vez sientan que aun cuando hay cosas que se pueden dejar para mañana, no deberíamos dejar para mañana el ser atentos con nuestro prójimo.
Vivir una vida altruista y compasiva no es simplemente una idea bonita. Es lo que Dios nos mueve a hacer, como demostró con tanta claridad y amplitud en sus enseñanzas, Su Hijo, nuestro Mostrador del camino. Por ejemplo, el capítulo trece del Evangelio según San Juan, nos ofrece estas palabras de Cristo Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Y en este mismo capítulo del Nuevo Testamento, en el versículo siguiente, el Maestro nos muestra el camino por el cual el mundo podrá decir que somos cristianos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Juan 13:34, 35.
Además, amar a nuestro prójimo con ese amor que participa de la naturaleza del Cristo, es la base para la curación espiritual, como lo demostró la vida de Cristo Jesús. Sus curaciones dieron testimonio de que la naturaleza de Dios es Amor, tierno y comprensivo, que sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos. La curación cristiana se basa en este conocimiento de Dios y del hombre, y la fe y la comprensión que tenemos del Amor divino constituyen el poder sanador de toda oración en la Ciencia Cristiana.
En cierta oración aprendí lo poderoso y sanador que puede ser el amar a la manera del Cristo. Hace varios años padecía de un problema en la garganta que me causaba repentinos e incontrolables accesos de tos. Me sentía físicamente débil y frustrada.
Como estudiante de Ciencia Cristiana había estado orando sinceramente acerca de este problema. La Sra. Eddy dice: “La comprensión, semejante a la de Cristo, del ser científico y de la curación divina, incluye un Principio perfecto y una idea perfecta — Dios perfecto y hombre perfecto — como base del pensamiento y de la demostración”.Ciencia y Salud, pág.259. Había estado orando para verme a mí misma de acuerdo con esta declaración y me había estado esforzando por apartar de mi vista la discordancia humana y reemplazarla con la idea perfecta. Pero no se veía mejoría. Comencé a sentirme desalentada.
Una noche, después de un acceso de tos más severo que nunca, recurrí a Dios con toda devoción para que me mostrara que más necesitaba yo saber o hacer para sanar. Calladamente vino la respuesta: Había alguien — una persona con la cual había trabajado en el pasado y en la cual por mucho tiempo no había pensado — a quien tenía no sólo que perdonar, sino también que amar. Percibí con claridad que mi progreso espiritual me estaba pidiendo que debía eliminar los sentimientos poco bondadosos que había estado albergando en mi corazón acerca de esta persona. Vi entonces que la curación comenzaba a manifestarse con mi disposición a dejar que el Amor divino elevara y purificara mis pensamientos.
Oré mucho para poder ver más allá de la falsa apariencia que presenta al hombre como mortal, expresando egoísmo, celos e injusticias. A medida que comenzaba a ver a la otra persona también como linaje espiritual de Dios, mis dificultades con la garganta comenzaron a desaparecer. En muy poco tiempo sané. Por supuesto que me sentí inmensamente aliviada y agradecida porque la condición física hubiera desaparecido. Pero lo mejor de esta curación fue para mí el mayor sentido de afecto y compasión que comencé a expresar hacia los demás como resultado de esa espiritual e iluminada oración que me había sentido impulsada a hacer.
Aun cuando probablemente haya muchas razones por las cuales a veces la gente no sea tan afectuosa como desearía serlo, una cosa es indudable: no tenemos por qué vivir una vida a medias, privando a aquellos que nos rodean, y privándonos a nosotros mismos de la profunda alegría y satisfacción que resultan de ser afectuosos y de preocuparse por los demás.
Todos podemos expresar más afecto a la semejanza del Cristo. El estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana aportan una mayor percepción espiritual que guían hacia un amor espiritual que aumenta cada vez más. La Ciencia muestra que como expresiones de Dios, como Su imagen y semejanza, tenemos la habilidad de amar; esto es natural para todos. Comprender esto nos estimula a ver a nuestro prójimo como realmente es — como el hombre de la creación de Dios, perfecto, santo y puro — la amada expresión de Dios, la Mente divina. Esta es la verdadera identidad espiritual de cada uno de nosotros. Y por más impía que una persona aparente ser, podemos saber que allí mismo está el hijo de Dios, espiritual y perfecto.
Este reconocimiento nos capacita para sentir por los demás una compasión más sanadora. ¿Por qué? Porque en la consciencia en que predomina el amor del Cristo, lo divino abraza a lo humano. Esto realmente hace que nuestros corazones cambien de una manera maravillosa y tangible. A medida que hacemos sinceros y persistentes esfuerzos por despojarnos “del viejo hombre” Ver Col. 3:9. (para usar las palabras de San Pablo), descubrimos con gozo y satisfacción que sentimos algo del afecto y ternura que motivaban a Jesús. Sentimos que el Cristo regenerador y sanador nos rodea y también rodea a aquellos con quienes tratamos. Esto nos ayuda a ver a través del cuadro limitado y espiritualmente oscuro que abrigamos acerca de nosotros mismos y de los demás, y que impediría la expresión de palabras bondadosas y de acciones afectuosas.
No hay duda de que muchos de nosotros a veces podemos sentir que hay un poquito de debilidad en ser afectuosos y bondadosos, algo que aquellos que se sienten fuertes y confiados en sí mismos simplemente no hacen. Pero pensemos en Jesús. ¿Dónde hemos tenido un ejemplo de una persona más valerosa y al mismo tiempo de tan tierno corazón? El tener un corazón compasivo no interfirió ni un ápice con su valor moral, o con su poder sanador o con su dinamismo espiritual.
El preocuparse por los demás y expresarles compasión puede requerir a veces una gran determinación espiritual. Aun si tenemos que recorrer la habitación de un lado a otro, por así decirlo, orando para cumplir con lo que el Maestro nos pide hacer, mediante el poder del Cristo podemos obtener perdón y amor sanador.
La Sra. Eddy dice en Escritos Misceláneos: “Un poco más de gracia, un móvil purificado, unas pocas verdades dichas con ternura, un corazón más suave, un carácter subyugado, una vida consagrada, restaurarían la acción correcta del mecanismo mental, y revelarían el movimiento de cuerpo y alma en consonancia con Dios”.Esc. Mis., pág. 354. Para ayudar a asegurar que no nos estamos privando ni privando a otros de la compasión sanadora que participa de la naturaleza del Cristo que todos necesitamos tanto, haremos bien en preguntarnos cada día: “¿En qué medida el amor de Dios está alcanzando a otros por mi intermedio?”