Hay un dato fascinante en el hecho de que Tomás Edison y su equipo de investigadores llevaron a cabo cincuenta mil experimentos en un período de diez años, de 1900 a 1909, antes de producir una batería alcalina. ¡Eso sí que es perseverancia! Y apunta hacia una lección más profunda: la gran diferencia que existe entre simplemente intentar y hacer.
¿En qué punto hubiéramos dejado de seguir intentando? ¿Tal vez después de cinco, cincuenta, quinientos o cinco mil experimentos? ¿En qué momento hubiéramos sentido que ya habíamos hecho suficientes intentos y que no podíamos o no deseábamos seguir insistiendo? Esto hace que uno se pregunte por qué Edison no abandonó sus experimentos. Quizás él pensó en términos de hacer — en llegar realmente a la solución — en lugar de hacerlo en términos de intentar.
Es evidente que existe un claro contraste entre intentar y hacer. Por ejemplo, si encaramos un trabajo con una sensación de fracaso, aunque nos esforcemos por esmerarnos, hay un punto débil que socava nuestros esfuerzos. Por otra parte, cuando emprendemos una tarea con la expectativa de llevarla a cabo con éxito, nos fortalecemos con la energía que proviene de la persistencia.
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