Hay un dato fascinante en el hecho de que Tomás Edison y su equipo de investigadores llevaron a cabo cincuenta mil experimentos en un período de diez años, de 1900 a 1909, antes de producir una batería alcalina. ¡Eso sí que es perseverancia! Y apunta hacia una lección más profunda: la gran diferencia que existe entre simplemente intentar y hacer.
¿En qué punto hubiéramos dejado de seguir intentando? ¿Tal vez después de cinco, cincuenta, quinientos o cinco mil experimentos? ¿En qué momento hubiéramos sentido que ya habíamos hecho suficientes intentos y que no podíamos o no deseábamos seguir insistiendo? Esto hace que uno se pregunte por qué Edison no abandonó sus experimentos. Quizás él pensó en términos de hacer — en llegar realmente a la solución — en lugar de hacerlo en términos de intentar.
Es evidente que existe un claro contraste entre intentar y hacer. Por ejemplo, si encaramos un trabajo con una sensación de fracaso, aunque nos esforcemos por esmerarnos, hay un punto débil que socava nuestros esfuerzos. Por otra parte, cuando emprendemos una tarea con la expectativa de llevarla a cabo con éxito, nos fortalecemos con la energía que proviene de la persistencia.
Esta clase de persistencia ¿no es acaso la misma que ilustra Cristo Jesús en su parábola del hombre importuno? El hombre continuó golpeando la puerta de su vecino hasta que éste abrió y le dio los panes que necesitaba. Ver Lucas 11:5–8. La Biblia está llena de ejemplos de hombres y mujeres que persistieron ante grandes dificultades. ¿Podríamos imaginar a Pablo, por ejemplo, haciéndose cargo de su misión con ánimo débil para resolver inconvenientes?
La Fundadora de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy, sin duda pertenece al grupo de los que “hacen”. Podemos tener una idea de su concepto de hacer, a través de un episodio relatado por Annie M. Knott, una de sus alumnas y practicista de la Ciencia Cristiana en Detroit. Al describir este incidente, ella mencionó el reconocimiento cada vez más firme de la Sra. Eddy de “que la humanidad no sólo necesitaba conocer a Dios, sino que también necesitaba una iglesia”. Y las iglesias de la Ciencia Cristiana podrían “establecer y mantener la curación por medio del Cristo”.
La Sra. Knott continúa diciendo: “En octubre de 1888, la Sra. Eddy me invitó a visitarla a su casa, en 385 Commonwealth Avenue y pasó más de una hora conmigo diciendo que yo debía realizar servicios religiosos públicos en Detroit y predicar sermones.
“Después de esta larga entrevista, cuando me puse de pie para marcharme, la Sra. Eddy me tomó de la mano y dijo: '¿Entonces ,harás lo que te he dicho?' Le respondí que lo iba a 'intentar'. A lo cual la Sra. Eddy replicó con mucha firmeza: 'No, eso no es suficiente. ¿Lo vas a hacer?' Y, por supuesto, la única respuesta correcta era decirle '¡Sí!' ” We Knew Mary Baker Eddy (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1979), págs. 78–79.
Poco después de comenzar mi estudio de la Ciencia Cristiana, tuve la oportunidad de aprender la importancia de la persistencia cristiana al enfrentar un problema físico rebelde. Cuando uno de mis hijos tenía alrededor de seis semanas, mis dos manos se cubrieron de llagas. Una de las cosas que había comprendido al estudiar la Ciencia Cristiana era que nuestro amor por Dios aumenta a medida que aprendemos a confiar en El. Sentí que a través de ese amor y esa confianza yo obedecería el Primer Mandamiento de no tener otros dioses. También comprendí que esta confianza era una respuesta diaria al requerimiento cristiano de lograr mi propia salvación. Reconocí que este era el verdadero móvil que había al fondo de la curación cristiana.
Me aferré a Dios aun cuando el problema se agudizó de tal manera que me llevaba más tiempo de lo usual cambiar un pañal y más de una hora lavar los platos.
Continué orando e insistí en seguir haciendo todas las tareas de la casa. Mi familia trató de persuadirme para que buscara ayuda en la medicina, pero yo anhelaba algo más. Estaba aprendiendo mucho en mi estudio de la Ciencia Cristiana. A pesar de las dificultades, me sentía gozosa y estaba confiada en el poder sanador del Amor divino.
Pasaron dos o tres semanas. Entonces, una mañana vi con mucha claridad que era imposible que Dios, el Amor, creara algo tan desagradable como manos enfermas. Vi la crueldad de ese estado y su consiguiente irrealidad. Durante ese mismo día desapareció rápidamente y ese fue su fin, en forma permanente.
Aunque mi familia y yo hemos tenido muchas curaciones desde entonces, esa fue para mí una de las más significativas. Aprendí muchas cosas y sentí que me preparó para ser más receptiva a la instrucción en clase de Ciencia Cristiana unos meses más tarde.
Esa experiencia realmente abrió mis ojos a la necesidad de responder a los desafíos de la vida con la expectativa de continuar con la tarea emprendida hasta que estuviese terminada. Aprendí que poseemos — y podemos ejercer — el poder espiritual de ser persistentes con la Verdad contra la oposición material.
Desde un punto de vista humano esto a veces parece un esfuerzo abrumador. Pero cuando encaramos la tarea desde el punto de vista de la omnipotencia de Dios y que nuestro ser es la verdadera imagen y semejanza espiritual de Dios, podemos empezar a considerar la victoria como natural, normal e ineludible. ¿Y cuál es la fuerza motivadora que nos sostiene para marchar firme y gozosamente por la senda de la salvación cristiana? Es el poder del Amor divino.
Depender del Amor para tener firmeza puede parecer extraño al principio, puesto que generalmente se piensa que el amor es emocional y cambiante. Pero en realidad el Amor es un sinónimo de Dios, el Principio invariable. El Amor divino, cuyo poder está expresado como la fuerza motivadora y creativa del universo, es el creador, o Padre, del hombre, y el hombre es hijo del Amor.
Es maravilloso comprender que el hombre, el verdadero usted, el verdadero yo, tiene como Padre al Amor divino. Esto significa que nuestra naturaleza genuina expresa todas las cualidades del Amor. Esto nos otorga, a cada uno de nosotros, una herencia espiritual y el poder de percibir la creación de Dios al conocer y utilizar las cualidades de Dios. Cuando comenzamos a darnos cuenta de que la ternura, la firmeza y la fortaleza no son simplemente características de la personalidad, sino que en realidad son cualidades de Dios, podemos empezar a expresar estas cualidades con convicción, conociéndonos como la imagen y semejanza de Dios.
La habilidad innata de percibir la creación de Dios mediante el sentido espiritual del amor, nos permite sentir la sustancia del hombre como hijo del Amor y reconocer la falta de sustancia en el mal, que carece de Amor y, por lo tanto, carece de creador. De este modo, cuando percibimos que nosotros somos el hombre de la creación de Dios, vemos la posibilidad de llevar a cabo el bien que deseamos. Encontramos en el Amor divino la poderosa fuerza espiritual que nos permite persistir contra el mal y sus falsas pretensiones de poder.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “En todo momento, y bajo toda circunstancia, vence con el bien al mal. Conócete a ti mismo, y Dios proveerá la sabiduría y la ocasión para una victoria sobre el mal”.Ciencia y Salud, pág. 571.
Cuando aprendemos que nuestro poder para hacer el bien viene de Dios, nos damos cuenta de que ya poseemos la energía espiritual necesaria para llevar a cabo todo lo que sea necesario hacer. El Amor divino provee las ideas, la comprensión y el poder espiritual que necesitamos para vencer el mal y llevar a buen término todo esfuerzo cristiano.
Es el amor a Dios, el amor al bien, el amor a la Verdad, el amor a nuestro prójimo, lo que nos permite percibir las cualidades de la creación, para captar las ideas espirituales que responden a nuestra necesidad. Comprobamos que el Amor divino nos está dando lo que necesitamos, en el momento en que lo necesitamos, y de la manera que lo necesitamos, porque nos damos cuenta de que somos la amada expresión del Amor.
Cada día me siento más agradecida por la “actitud para hacer” que fomenta la Ciencia Cristiana. El progreso espirital y la demostración del dominio que Dios da al hombre son la recompensa de quienes se proponen ser hacedores espirituales.
Santiago nos dice: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”. Sant. 1:22. Los Científicos Cristianos saben que pueden cumplir con esa indicación, porque saben que el hombre es la creación del único creador, el Amor. Cada uno de nosotros puede conocer y comprobar que el Amor nos permite ser siempre “hacedores de la palabra” y llevar a cabo nuestra propia salvación de una manera firme, persistente y victoriosa.
