Para muchos, encontrar a alguien con quien compartir una relación permanente puede ser un anhelo insatisfecho que causa estragos a la felicidad. Cuando yo era adolescente, lo más importante en mi vida — y en la vida de muchas de mis amigas — eran los muchachos. Me sentía terriblemente insegura y necesitaba ser especial para alguien a fin de sentirme importante. Para mí, eso significaba tener un novio.
Cuando no tenía un compañero constante, sentía como si hubiera un gran vacío en mi vida; y la parte de mi ser a la cual no parecía faltarle nada, estaba llena de depresión y lágrimas de “¿qué hay de malo en mí?” Aun cuando tenía novio, nunca podía disfrutar de esa relación. Siempre estaba convencida de que yo no era lo suficientemente buena para él y que encontraría a otra que le gustara más que yo. Esta era, definitivamente, una situación que no podía tener éxito: me sentía desdichada cuando no tenía lo que quería y angustiada de perderlo cuando lo tenía.
Aunque había dejado de ir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, todavía hojeaba algunas veces los ejemplares del Christian Science Sentinel de mi madre. Cada vez que encontraba un artículo acerca de compañerismo o de amor, me detenía y lo leía, esperando encontrar la solución mágica. Pero la solución que yo quería era tener un novio y que el artículo me dijera cómo orar para conseguir uno. Yo no quería orar para ver mi compleción como imagen de Dios o comprender que debido a que el hombre es totalmente espiritual, el reflejo de Dios, realmente no había un vacío en mi vida. No quería oír que no necesitaba de otro ser humano para sentirme especial, digna y feliz. Así que siempre dejaba el Sentinel desilusionada.
Cuando llegué a mi edad adulta aprendí a interesarme en muchas otras cosas y me mantuve ocupada en ellas, con mi trabajo y con el colegio. Pero aún consideraba que de alguna manera yo era menos que cuando compartía mis actividades con un hombre. Seguía buscando a mi “otra mitad”, y preocupada en perderlo cuando lo tenía.
Mi madre se daba cuenta de la difícil situación en que me encontraba y me enviaba artículos de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana que venían al caso, los cuales yo siempre leía. Yo también iba a las Salas de Lectura de la Ciencia Cristiana, en busca de otra literatura que pudiera ayudarme. Todo lo que leía insistía en lo mismo: debido a que el hombre es imagen de Dios, Su expresión, él es completo e íntegro. Aceptaba que yo tenía todo lo que necesitaba en cuanto a alimento, alojamiento y vestimenta. Pero que yo dejara de sentirme vacía sin un compañero no me parecía lógico. No me sentía completa, por mucho que me dijera a mí misma que lo estaba.
Me ayudó un folleto de la Ciencia Cristiana que hallé. A pesar de que no pude digerir todo lo que leí, me dio consuelo, particularmente la idea de que si el amor que ofrecemos a alguien no es correspondido de la manera en que queremos, amar jamás es en vano, porque el amor desinteresado nos mejora. También empecé a ver que Dios siempre nos ama.
Tengo que admitir que en esa época quería que la respuesta fuera un novio, no Dios. El amor de Dios no parecía ser suficiente o la clase de amor que yo quería. No obstante, llegué a comprender que era Su amor lo que yo debía querer. De manera que continué orando y leyendo esos artículos del Sentinel que me estaban diciendo cosas que yo no quería escuchar. También fui a la iglesia con más frecuencia y, hasta cierto grado, leía la Lección Bíblica Del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. todos los días.
Gradualmente vi que necesitaba obtener un sentido más claro de mi identidad espiritual como imagen, o reflejo, de Dios heredera de todo lo que Dios provee. Necesitaba comprender que yo no era un mortal que necesitaba de otro mortal para completar mi vida. Tuve que reconocer mi valor innato como hija de Dios, un valor que no se encuentra o compra o se puede quitar. A pesar de que aún no sabía exactamente cómo aplicar esas verdades, empecé a recordarlas siempre que me sentía sola o sentía conmiseración por mí misma.
Finalmente, todo se redujo a que Dios tenía que ser la Persona más importante en mi vida. Esa fue una de las cosas que Cristo Jesús enseñó en el Sermón del Monte: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”, Mateo 6:33. Cuando puse a Dios primero, entonces todo lo demás, sencilla y naturalmente se acomodó y obtuve la perspectiva correcta. La incertidumbre — la sensación de que no era apta para esto o para aquello — desapareció. En realidad, empecé a sentir, creer y saber que soy el reflejo de Dios, sin vacíos o vacuidades que llenar. Sí, tengo todo lo que necesito porque estoy provista por Dios, no por otro mortal individual, y eso incluye amor y compañerismo.
Aquí hay un punto que a veces es difícil distinguir. Si bien las soluciones vienen de maneras que satisfacen nuestras necesidades humanas, y con frecuencia parecen venir mediante otra persona, su fuente siempre es Dios. El esperar que el mundo material y sus habitantes satisfagan nuestras necesidades nos dejan con las manos vacías. Pero al recurrir a Dios para satisfacer nuestras necesidades legítimas y comprender que El responderá a ellas, jamás quedamos necesitados. La Sra. Eddy explica: “Cristo, la Verdad, da a los mortales alimento y vestido temporarios, hasta que lo material, transformado por lo ideal, desaparezca, y el hombre sea vestido y alimentado espiritualmente”.Ciencia y Salud, pág. 442.
De la misma manera, si necesitamos un compañero, nuestra respuesta viene en una forma aceptable a la consciencia humana, aunque tengamos que cambiar nuestra perspectiva y comprender que Dios es la fuente de la provisión y no otra persona. Esta es, probablemente, la razón de por qué todos esos artículos que leí terminaban diciendo que sus escritores veían satisfechas sus necesidades una vez que habían aprendido las lecciones espirituales, y ellos habían comprendido algo de su compleción como reflejo de Dios.
Aprendí que Dios no sólo es una respuesta, sino que El es la respuesta. Y adivinen. Ahora estoy casada. Pero no considero eso mi recompensa. Lo más importante para mí es haberme liberado de la triste y deprimente incertidumbre que había sentido. No me pregunto qué ve mi esposo en mí, ni me pregunto cuándo pensará que cometió una equivocación y se irá. Amo a mi esposo y gozo de nuestro matrimonio, pero eso no es la fuente de mi felicidad; Dios es la fuente. Por cierto, si no hubiera vencido finalmente las angustias pasadas, mi matrimonio no sería más feliz de lo que fueron cualesquiera de mis otras relaciones.
No obstante, esto no significa que soy indiferente y que no me importaría que mi matrimonio fracasara, tampoco creo que soy tan maravillosa que nunca fracasará. Significa que ahora sé que la fuente de mi alegría está en Dios, y que, por lo tanto, nada me la puede quitar.
El hombre, como reflejo de Dios, vive por siempre en el reino de los cielos. Toda la creación de Dios expresa esta armonía. No hay piezas de acertijo que acomodar para tener el cuadro completo. Cada uno de nosotros es una idea completa que refleja a Dios, y el compañerismo que satisface resulta de vivir este hecho espiritual.
