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Nunca estamos solos

Del número de mayo de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace unos días, me llamó la atención una carta de agradecimiento de una persona que escucha el programa radial de onda corta, El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Al escuchar el programa que se titulaba “Nunca estamos separados de Dios”, esta persona sanó de un sentido de soledad.

Parte de su carta dice: “Su transmisión. .. fue una directa respuesta de Dios a mis oraciones. .. oraciones que estuve dirigiendo a Dios pocas horas antes de que el programa comenzara (a la 1:00 de la mañana hora local)”. Y continúa diciendo: “Desde. .. 1986 comencé a conocer a Dios. Pero desde que empecé a escuchar el programa de ustedes, este conocimiento se ha vuelto más y más preciso, a medida que veo que el hombre es espiritual, hecho a la imagen de Dios, que es. .. Espíritu.

“Ustedes han hecho un milagro en mi problema de soledad. Después de escuchar su programa mi sentido de soledad desapareció”.

¿No es evidente que este hombre captó una vislumbre de su verdadera identidad espiritual como imagen y reflejo de Dios? Sintió la presencia de Dios con él y ya no se sintió solo. En la Ciencia Cristiana aprendemos que debido a que somos, en verdad, el reflejo de Dios, este reflejo nunca puede existir solo, tiene que tener un original. Esto es lo maravilloso acerca de nosotros y de toda la creación espiritual: ¡Los hijos de Dios lo expresan a El en toda Su magnificencia!

Este hecho espiritual puede ayudarnos cuando nos sentimos solos y separados de Dios. Es posible que hayamos experimentado algunos de los duros golpes relacionados con un concepto material de la existencia: separación de nuestra familia, pérdida de trabajo y sueldo, o depresión. No obstante, la verdad es que nunca puede haber un reflejo perdido.

Hace poco capté una vislumbre de esto cuando visité una zona destinada a la preservación de la fauna salvaje, famosa por sus caimanes. Nos dijeron a una amiga y a mí que había uno “muy grande” en el manglar, junto a la carretera donde nos encontrábamos. Fuimos al lugar y comenzamos a buscar el caimán. Miramos con atención todo el pantano, y vimos indiscutiblemente las escamas de la cola de un caimán reflejadas en el agua. ¿Pero dónde estaba el caimán? Evidentemente no podía estar muy lejos, pero nos tomó varios minutos encontrarlo. Estaba durmiendo a la orilla del pantano, bien oculto entre las raíces grises y las ramas del manglar, que brindaban un perfecto camuflaje para su descomunal tamaño. Para mí, esto fue un interesante ejemplo de que un reflejo jamás puede existir solo. Donde hay un reflejo tiene que haber un original.

Esta verdad puede revelarnos la realidad más profunda de que por ser espiritual, el hombre es la imagen y semejanza de Dios, como dice la Biblia, Ver Gén. 1:26. por tanto, nunca puede estar separado de su fuente divina, el Espíritu. La Sra. Eddy, Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, se refiere a la ley espiritual que fundamenta el reflejo, de esta manera: “Hombre es el nombre de familia de todas las ideas — los hijos y las hijas de Dios. Todo lo que Dios imparte se mueve de acuerdo con El, reflejando bondad y poder”.Ciencia y Salud, pág. 515.

Así como cuando nos miramos en el espejo vemos nuestra propia imagen, así también podemos ver nuestra identidad espiritual claramente a medida que aprendemos a mirar en el espejo de la ley de Dios. Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, explica: "Comparad ahora al hombre ante el espejo con su Principio divino, Dios. Llamad al espejo Ciencia divina, y llamad al hombre el reflejo. Entonces notad cuán fiel, según la Ciencia Cristiana, es el reflejo a su original. Tal como vuestro reflejo aparece en el espejo, así vosotros, siendo espirituales, sois el reflejo de Dios".Ibid., págs. 515-516.

¿No nos abre esta explicación vastos horizontes? Al mirar en el espejo, la "Ciencia divina", comenzamos a ver a nuestro alrededor las variadas y multicolores glorias de la creación espiritual, todas reflejando la grandeza, belleza y perfección de Dios. Vemos que no hay ni una sola idea espiritual que pueda jamás estar separada de Dios, la Mente divina que crea y mantiene todas sus ideas.

¿Cómo nos puede ayudar todo esto ante un problema de soledad, en el sentido de estar separados de la bondad y del amor de Dios? Pues bien, así como al comienzo yo sólo pude ver la cola del caimán reflejada en el agua del manglar, también a veces la visión que tenemos acerca de nosotros mismos como cabal reflejo de Dios acaso pueda ser oscurecida y oculta por una maraña de pensamientos mortales, por dudas, temores, o desaliento. No obstante, siempre podemos ayudarnos, no tratando de "parchar" el reflejo, por así decirlo, sino apartando el pensamiento de la borrosa e incompleta imagen que el pensamiento humano y mortal trata de presentarnos y dirigirlo, en cambio, hacia nuestro origen espiritual en Dios. Entonces percibimos la visión que la Mente divina tiene del hombre como la imagen de Dios, una imagen que es siempre perfecta y completa.

Jesús sabía que su naturaleza verdadera y divina era el Cristo, la Verdad. Jesús dirigía su mirada hacia Dios, su origen, para todo lo que necesitaba. Inequívocamente dijo: "Yo y el Padre uno somos". Juan 10:30. Fue esta comprensión de su unidad con el Padre lo que lo capacitó para llevar a cabo sus curaciones sin paralelo.

El Maestro no veía simplemente su propia unidad con Dios, sino que reconocía que cada uno, en su verdadera identidad espiritual, es uno con el Padre, así como el efecto es uno con la causa. No puede haber efecto sin causa, ni causa sin efecto.

Nuestro conocimiento de Dios se vuelve "más y más preciso", como nos dice el hombre en la carta que nos envió, cuando nosotros también, mediante nuestra consagrada oración, estudio y humilde vida cristiana encontramos la alegría y el consuelo de saber que nunca estamos solos.

Jesús en cierta ocasión oró, no sólo por sus discípulos más inmediatos, sino por todos los que creyeran en sus enseñanzas. Dijo: "Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros". Juan 17:21. Es mediante el Cristo que encontramos nuestra unidad con Dios. Entonces sabemos que todos somos los preciados hijos del Amor divino.

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