Para mi hermana y para mí las vacaciones junto al mar eran muy divertidas. Nuestra cabaña estaba en la playa, de modo que la mayor parte del tiempo lo pasábamos en traje de baño, salpicándonos entre las olas y juntando caracoles.
Un día en que la marea estaba baja, fui caminando por el agua hasta el banco de arena. Saludé de lejos a Bárbara que estaba haciendo un castillo de arena en la orilla. Al agacharme para recoger un caracol, una cosa ancha y chata me atravesó el pie. El pie empezó a dolerme, de modo que, caminando por el agua, volví a la playa. Cuando salí del agua, el dedo gordo del pie estaba sangrando y eso me asustó.
Bárbara dejó que me apoyara en ella al regresar cojeando a la cabaña. A esa altura de los hechos yo estaba llorando desconsoladamente. Mamá había salido a hacer una visita, pero papá estaba en casa y trató de consolarme. La señora de al lado al oírme llorar acudió a ver qué sucedía. Ella era enfermera. Cuando vio el pie y le conté lo que me había pasado, dijo que me había cortado una pastinaca (pez grande y chato con espinas venenosas en su larga cola), y que podía enfermar seriamente. Dijo que llamaría a un médico. Papá estaba muy preocupado, de modo que le dijo que lo hiciera.
Yo sabía que nuestra vecina iba a procurar la mejor ayuda que ella pensaba que era necesaria. Pero yo también sabía que la ayuda de Dios ya estaba ahí mismo donde yo estaba. Todas las noches antes de acostarme yo oraba estas palabras de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “Dios está en todas partes, y nada fuera de El está presente ni tiene poder“.Ciencia y Salud, pág. 473.
El poder de Dios es bueno, y todo lo que El hace tiene que ser bueno. Pensé en eso, y en cómo Sus criaturas son realmente inofensivas, y que en la creación de Dios nada puede herir ni ser herido.
Mientras cojeaba de un lado a otro por el vestíbulo de la cabaña, me acordé de algo más que había aprendido en mi clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Es de la Biblia: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos. .. y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Hebr. 4:12. Lo repetí en voz alta una y otra vez. Para mí eso significaba que yo no tenía necesidad de esperar a Dios para que me sanara. Entonces, el dolor en el pie cesó. También dejó de sangrar y me senté en una silla.
Nuestra vecina regresó muy pronto. Dijo que ninguno de los médicos a quienes había llamado estaba en su consultorio. Cuando me vio sentada, y que ya no lloraba, se sorprendió. Miró el dedo del pie y no pudo encontrar ninguna marca de la herida que me había hecho la pastinaca. Se puso muy contenta de ver que todo estaba bien.
¡Papá y Bárbara también estaban contentos, y yo también! Cuando mamá volvió le contamos lo que había ocurrido. Todos nos sentíamos contentos de comprobar — una vez más — que el poder amoroso de Dios sana. Fue un poco como el relato de la Biblia, cuando una víbora venenosa se prendió de la mano de Pablo, y él simplemente la sacudió sin que la víbora le hiciera daño alguno. Ver Hechos 28:3–5. (Siempre me agradaba recordar que Pablo fue quien dijo que él estaba seguro de que no había nada que pudiese separarnos del amor de Dios. Ver Rom. 8:38, 39.)
Después que finalizaron las vacaciones y estuvimos nuevamente en casa, me hice un collar con algunos de los caracoles que había encontrado en la playa. Cada vez que usaba el collar, me acordaba de nuestras vacaciones y de mi curación.