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La ayuda de Dios estaba donde yo estaba

Del número de mayo de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para mi hermana y para mí las vacaciones junto al mar eran muy divertidas. Nuestra cabaña estaba en la playa, de modo que la mayor parte del tiempo lo pasábamos en traje de baño, salpicándonos entre las olas y juntando caracoles.

Un día en que la marea estaba baja, fui caminando por el agua hasta el banco de arena. Saludé de lejos a Bárbara que estaba haciendo un castillo de arena en la orilla. Al agacharme para recoger un caracol, una cosa ancha y chata me atravesó el pie. El pie empezó a dolerme, de modo que, caminando por el agua, volví a la playa. Cuando salí del agua, el dedo gordo del pie estaba sangrando y eso me asustó.

Bárbara dejó que me apoyara en ella al regresar cojeando a la cabaña. A esa altura de los hechos yo estaba llorando desconsoladamente. Mamá había salido a hacer una visita, pero papá estaba en casa y trató de consolarme. La señora de al lado al oírme llorar acudió a ver qué sucedía. Ella era enfermera. Cuando vio el pie y le conté lo que me había pasado, dijo que me había cortado una pastinaca (pez grande y chato con espinas venenosas en su larga cola), y que podía enfermar seriamente. Dijo que llamaría a un médico. Papá estaba muy preocupado, de modo que le dijo que lo hiciera.

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