Mi vida entera ha sido bendecida por la Ciencia Cristiana. De niña tuve muchas curaciones, tanto mediante la oración de mis padres y de practicistas de la Ciencia Cristiana como por mis propias oraciones.
En mi adolescencia sufría de fuertes dolores de cabeza. En una de esas ocasiones, en medio de un gran malestar, pensé en algunas de las instrucciones dadas en el capítulo titulado "La práctica de la Ciencia Cristiana" en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Un pasaje que a menudo me ha ayudado dice: "Sed firmes en vuestra comprensión de que la Mente divina gobierna y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios. No temáis que la materia pueda doler, hincharse e inflamarse como resultado de una ley de cualquier índole, cuando es evidente que la materia no puede tener dolor ni padecer inflamación" (pág. 393). Traté de aferrarme a esta verdad, y también a otra enseñanza de Ciencia y Salud: "Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento" (pág. 495).
Comencé a meditar sobre los sinónimos de Dios que da la Biblia, como se comprenden en la Ciencia Cristiana: Vida, Verdad, Amor, Mente, Espíritu, Alma, Principio. Traté de ver lo que constituye la semejanza de Dios. Cualidades como la inteligencia, la bondad, el amor y muchas, muchas más vinieron a mi pensamiento. Me esforcé por identificarme con esta semejanza, y no simplemente con un cuerpo físico. No sé en qué momento desapareció el dolor de cabeza, pero poco después había sanado. Nunca más volví a sentir ese intenso dolor de cabeza; y de esto hace treinta años.
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