Mi vida entera ha sido bendecida por la Ciencia Cristiana. De niña tuve muchas curaciones, tanto mediante la oración de mis padres y de practicistas de la Ciencia Cristiana como por mis propias oraciones.
En mi adolescencia sufría de fuertes dolores de cabeza. En una de esas ocasiones, en medio de un gran malestar, pensé en algunas de las instrucciones dadas en el capítulo titulado "La práctica de la Ciencia Cristiana" en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Un pasaje que a menudo me ha ayudado dice: "Sed firmes en vuestra comprensión de que la Mente divina gobierna y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios. No temáis que la materia pueda doler, hincharse e inflamarse como resultado de una ley de cualquier índole, cuando es evidente que la materia no puede tener dolor ni padecer inflamación" (pág. 393). Traté de aferrarme a esta verdad, y también a otra enseñanza de Ciencia y Salud: "Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento" (pág. 495).
Comencé a meditar sobre los sinónimos de Dios que da la Biblia, como se comprenden en la Ciencia Cristiana: Vida, Verdad, Amor, Mente, Espíritu, Alma, Principio. Traté de ver lo que constituye la semejanza de Dios. Cualidades como la inteligencia, la bondad, el amor y muchas, muchas más vinieron a mi pensamiento. Me esforcé por identificarme con esta semejanza, y no simplemente con un cuerpo físico. No sé en qué momento desapareció el dolor de cabeza, pero poco después había sanado. Nunca más volví a sentir ese intenso dolor de cabeza; y de esto hace treinta años.
Algunos años después, cuando estudiaba en la universidad, tuve una curación que marcó un hito para mí. Sentía mucho dolor al tragar debido a un bulto que me había aparecido en la garganta. Llamé por teléfono a una practicista quien con todo afecto aceptó ayudarme. También me dijo que amara de verdad. Creí que lo estaba haciendo, pero en realidad estaba pensando sobre el amor en lugar de amar, lisa y llanamente.
Una noche en una cena a la cual había sido invitada, el dolor era tan intenso que me era imposible tragar la comida. Me excusé al levantarme de la mesa, y pedí permiso para usar el teléfono. Al conversar con la practicista me di cuenta de que no estaba cumpliendo con lo que ella me había recomendado. Mientras regresaba a la mesa pensé: "Padre, muéstrame cómo amar". Vi que podía comenzar por olvidarme de mí y demostrar un interés afectuoso por todos lo que estaban allí. !Eso sería un comienzo!
Recordé algo que la Sra. Eddy dijo a sus estudiantes en una de sus clases, como se relata en We Knew Mary Baker Eddy. Le preguntaron cómo efectuar una curación instantánea y ella contestó: "Es amar. Simplemente vivir el amor — ser amor — amar, amar, amar. No conozcáis nada más que el Amor. Sed todo amor. No hay nada más. Eso efectuará la curación. Sanará todo; levantará a los muertos. No seáis más que amor" (pág. 134).
A medida que transcurría la noche, mi sentido del continuo fluir del amor fue más espontáneo y sincero. Me esforcé por ver y conocer a cada persona allí presente, inclusive a mí misma, como hija de Dios, y a todos merecedores sólo del amor. Sabía que estaba expresando amor y que, en realidad, no existía nada para mí sino el amor. A la mañana siguiente cuando me desperté, me di cuenta de que el bulto había desaparecido. Estaba sanada. Sentí que había encontrado a Dios, la realidad misma de Dios. Comprendí que había sanado al expresar mi unidad con el Amor, el único Ego, el único Yo soy.
En otra ocasión, mi esposo y yo debíamos viajar de Londres a Australia vía América por avión, un viaje cuya duración se estimaba en cuarenta horas. Muchas personas estaban desalentadas por el viaje tan largo que debíamos hacer, seguras de que íbamos a terminar exhaustos. Pero decidimos rechazar esta sugestión con firmeza. Oramos para reconocer lo que nos dice Hechos 17, versículo 28 que "en él [Dios, la Mente, no la materia] vivimos, y nos movemos, y somos". Por lo tanto, dondequiera que estemos, nuestra armonía y bienestar permanecen intactos puesto que están a salvo en Dios.
Continuamos orando de este modo durante todo el viaje y, ni en éste ni en muchos, muchos vuelos transcontinentales que hemos efectuado durante el correr de los años, hemos sufrido de la llamada secuela de viajar en jet.
Mi corazón rebosa de gratitud por la obra de la Sra. Eddy al compartir la Ciencia Cristiana con el mundo, y por Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino, quien nos ha enseñado lo que somos en realidad como hijos de Dios.
Mount Waverly, Victoria, Australia