No disfrutaba realmente del espectáculo
representado en el escenario de mi consciencia,
triste, deprimente, alarmante,
con personajes
que nadie podía amar.
“El espectáculo debe continuar”. ¿Debe?
¿Debe continuar algo tan malo en cartel?
Entonces llegó una idea angelical:
Dejé de mirar; saqué al espectador.
¡Y el espectáculo terminó!
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