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No somos presa del sensualismo

Del número de mayo de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El siguiente relato puede parecer poco usual para algunos lectores debido a lo directo de su exposición. A juzgar por las numerosas entrevistas y conversaciones que hemos mantenido con estudiantes universitarios, la descripción que presenta es precisa y útil. Muestra cómo una estudiante — mediante la oración consecuente y el tratamiento en la Ciencia Cristiana — logró finalmente superar un serio desafío a su inocencia y a su pureza espiritual. Por supuesto que su experiencia, al aprender cómo controlar la intrusión del sensualismo, fue individual; no significa que para otros sea el mejor de los modelos. Es, simplemente, un relato — verídico y verificado — de cómo una estudiante universitaria descubrió que Dios, el Amor divino, es una ayuda y un sanador digno de confianza en momentos difíciles.

Había manejado durante varios miles de kilómetros a través del país para asistir a una universidad que no conocía. Durante las primeras semanas de mi estadía allí, me hice de una sola amiga. Por eso, me alegró escuchar un golpecito en la puerta de mi habitación y una voz amistosa preguntando: “Hola, ¿hay alguien en casa?”

Pero cuando esta visitante decidió marcharse y cerré suavemente la puerta tras ella, yo estaba decidida a empacar todo, ponerlo en el auto y regresar a casa. Ella me había dicho: “Todas en tu departamento son lesbianas. ¿No lo sabías?” Mi única amiga estaba incluida en ese “todas”. Mi relación con ella, que hasta ese entonces había sido afectuosa y que me servía de apoyo, de pronto apareció entrelazada con motivos dudosos y una sutil manipulación. Ahora me sentía aterrada de identificarme con ese grupo; y, por otro lado, estaba en el único departamento académico que me permitía expresar con gozo mi más íntimo ser.

Durante el resto del primer trimestre me sentí cada vez más atrapada por el pensamiento de las relaciones entre mujeres. Las mujeres involucradas en el estilo de vida lesbiana me parecían fuertes, que se conocían a sí mismas y que eran un prototipo de lo que la mujer moderna, autosuficiente, debe ser. Descubrí que estaba cautivada por mi amiga. Pensé que podría estar enamorada de ella. Ingenuamente, me presté a una especie de cacería romántica, como el gato que juega con el ratón.

Precisamente poco antes de las vacaciones de Navidad, mi amiga me pidió que me acostara con ella. Me negué, y con delicadeza logré zafarme de la situación. Al confirmar mis sospechas acerca de los matices de nuestra relación, tuve entonces que hacer frente al problema de cómo controlar los sentimientos conflictivos que se agitaban dentro de mí.

Cuando volví a casa para pasar las vacaciones comencé a vomitar mucho sin poder retener el alimento; esto continuó durante tres semanas. Pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara por medio de la oración. Pero estaba demasiado turbada para decirle que tenía temor de volver a la universidad y enfrentar este problema de relaciones, aunque sentía que mis pensamientos turbulentos con respecto a eso tenían relación con mi malestar. Estaba luchando con emociones que me confundían.

Sin embargo, sentí el poder de las vigorosas protestas de la practicista de que la evidencia del malestar no era una evidencia real de mi verdadera identidad espiritual. Me sentí fortalecida por la autoridad espiritual que expresó al afirmar que, como hija de Dios hecha a Su semejanza, yo estaba sana y no tenía nada que temer. Su convicción de que Dios me cuidaba logró calmarme y dejarme gozar de la tibieza de Su amor. Fue entonces que recordé que mi amiga también era hija de Dios.

Pensé en la manera en que ella se empeñaba en lograr excelencia en su profesión, en su pensamiento vital y preciso, en su tranquilo sentido de dignidad. Sabía que ella podía expresar estas cualidades de Dios debido a que El la amaba como a Su idea espiritual. Si Dios la amaba, entonces estaba bien que yo amara y apreciara su verdadero ser, sin temer que pudiese haber cualquier clase de malentendidos o sentimientos equívocos.

Sabiendo que Dios nos amaba a ambas y que El gobierna las relaciones de todas Sus ideas, pude volver a la universidad, sintiéndome restablecida.

Un poco más adelante, la frase “lo abrumen una sensación de la odiosidad del pecado” vino a mi pensamiento. Está en Ciencia y Salud, y la Sra. Eddy explica dónde se origina realmente la calma. Dice así: “El sanador debe velar también para que no lo abrumen una sensación de la odiosidad del pecado y el descubrimiento de pecado en su propio pensamiento. Los enfermos están aterrorizados por sus creencias enfermizas, y los pecadores debieran estar atemorizados por sus creencias pecaminosas; mas el Científico Cristiano quedará sereno en presencia tanto del pecado como de la enfermedad, sabiendo, como sabe, que la Vida es Dios y que Dios es Todo”.Ciencia y Salud, pág. 366.

Un diccionario define odioso como “excitante o merecedor de odio o repugnancia”. Cuando medité sobre el significado del pasaje mencionado, advertí que se refería a lo odioso que es el pecado, y no a que el individuo víctima del pecado sea odioso. Esta diferencia me permitió percibir que la verdadera naturaleza de mi amiga era íntegra e inocente y no estaba pervertida por impulsos físicos. Sentí que era correcto ver a mi amiga como la hija inocente de Dios. Ella no “excitaba” ni era “merecedora” de “odio o repugnancia”. Pero la depravación del sensualismo sí.

El pasaje citado anteriormente establece que “el sanador debe velar” para no permitir que “lo abrumen... el descubrimiento de pecado en su propio pensamiento”. Había orado con diligencia, pero resultaba claro que necesitaba orar más. En ese segundo trimestre, mi amiga y yo compartíamos la misma residencia, y durante ese período de vivir juntas hubo muchas ocasiones en las que no “velé”. Tuve una gran lucha para no aceptar que los pensamientos sensuales pudiesen ser míos. Puesto que la Sra. Eddy establece que los miembros de la Iglesia de Cristo, Científico, “deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente”, Ver Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sec. 1. trabajé con firmeza para mantener mi pensamiento unido a Dios, y protegerlo de la influencia de la sensualidad. No fue fácil, y estuve tentada de dejarme envolver sexualmente. A veces pensaba: “Quiero a mi amiga y deseo expresar mi amor físicamente. ¿Por qué no?”

Cuando discutíamos sobre el amor, ella decía que en todas las relaciones — de amistad, de amor heterosexual, en el matrimonio — había áreas grises. La vida no era simplemente blanco y negro. Ese punto de vista de que no había una estructura definida, ordenada, racional, en las relaciones humanas, me hacía sentir perdida y confundida. Toda esta experiencia era totalmente nueva para mí.

Sin embargo, encontré algo que la Sra. Eddy dice acerca de que no hay dos realidades, y eso me ayudó a aferrarme a las relaciones honestas y morales. Ella escribe: “Uno no puede servir simultáneamente a los dioses de la materialidad y al Dios de la espiritualidad. No existen dos realidades del ser, dos estados opuestos de existencia. Uno debiera parecernos real, y el otro irreal, de lo contrario, perdemos la Ciencia del ser. No estando firmes en la Verdad fundamental, hacemos 'de la peor razón la mejor' y lo irreal pasa por real en nuestro pensamiento”.La unidad del bien, pág. 49.

Cuando Cristo Jesús se encontró con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, le dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”. La mujer samaritana le pidió de esa “agua viva” que tenía Jesús y él dijo: “Vé, llama a tu marido y ven acá”. La mujer entonces admitió que ella no tenía marido. Jesús percibió su historia: “Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido”. Ver Juan 4:5–19. Sin lugar a dudas, esta mujer podía encontrar una relación mucho más satisfactoria, una relación en Dios.

Al mantener mis acciones, deseos y motivos tan espirituales como me era posible, y unida a Dios mediante la oración, fue más fácil distinguir entre pensamientos “enmascarados” que simulaban ser míos y pensamientos que se basaban en la verdadera idea de mi relación con Dios y Su creación. Yo estaba segura de que una vez que mi pensamiento se purificase por completo, yo iba a poder demostrar una base más profunda, más satisfactoria, para la amistad; una base donde se encuentra nutrimento espiritual en lugar de la satisfacción de deseos egocéntricos.

El temor y la vergüenza de admitir mi enredo finalmente se disolvieron. Pude pedir a una practicista de la Ciencia Cristiana que me diese tratamiento y hablamos con toda franqueza. Esto me ayudó a sentir de manera más firme la presencia de Dios. Comencé a analizar y a comprender la atmósfera altruista, educativa y ordenada que la amistad, el matrimonio y la familia traen a la sociedad. Siempre había dado esto por sentado. Ahora quería salir del “área gris” del pensamiento. Logré tener la fortaleza para defender las relaciones morales, centradas en Dios, con todas mis amigas, mi familia y los hombres con quienes fuese a iniciar una relación.

Poco tiempo después de haber solicitado ayuda a la practicista, todo lo que había estado reprimido en mi relación con mi amiga salió a la superficie en forma turbulenta. Después de un choque emocional, abandoné violentamente la casa.

En medio de lo que parecía ser la destrucción de lo que yo había considerado como mi hogar y de la pérdida de mi mejor amiga, me volví a Dios con todo mi corazón. Me hice un examen con toda honestidad para ver qué era lo que debía aprender a fin de sentir en mi vida un mejor sentido del amor, o sea, del amor de Dios. Dejando todo en Sus manos, encontré otro lugar donde vivir, y abrí mi pensamiento a nuevos intereses y amistades. Puse mi pensamiento a tono con la última parte del pasaje sobre “la odiosidad del pecado” que establece: “... el Científico Cristiano quedará sereno en presencia tanto del pecado como de la enfermedad, sabiendo, como sabe, que la Vida es Dios y que Dios es Todo”.

Cada vez que veía a mi amiga, afirmaba con convicción: “Dios está aquí mismo, en este preciso momento, y Su amor nos está abrazando, a ella y a mí”. Como resultado, en los momentos que pasamos juntas no sentimos ninguna incomodidad. Trabajábamos las dos en actividades constructivas, sosteníamos conversaciones interesantes y, cuando hacía falta, nos ayudábamos mutuamente.

El efecto de aferrarme a la verdad de la relación de Dios con Sus hijos y negarles poder a las sugestiones de que el hijo de Dios pueda ser presa del sensualismo, fue como arrancar malas hierbas de un jardín, dejando que las flores brotaran y crecieran en toda su lozanía y hermosura. Los pensamientos sensuales finalmente dejaron de presentarse. La bondad y la fortaleza dadas por Dios que caracterizaban a mi amiga, al igual que a nuestra sólida amistad, han permanecido. Y cuando ella se casó hace algunos años, mi vida se enriqueció con la amistad de su esposo, una persona muy agradable.

La Biblia profetiza el reino apacible del Cristo: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará”. Isa. 11:6. La naturaleza depredadora del sensualismo puede ser anulada reconociendo la pureza e inocencia del hombre y el afecto puro que Dios tiene por cada uno de Sus hijos. Cuando basamos nuestras relaciones en este conocimiento, experimentamos el apacible reino del Cristo.


Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero,
todo lo honesto,
todo lo justo,
todo lo puro,
todo lo amable,
todo lo que es de buen nombre;
si hay virtud alguna,
si algo digno de alabanza,
en esto pensad.

Filipenses 4:8

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