En un libro que apareció hace poco: An Agenda for the 21st Century, la moralidad básica está considerada como un asunto principal que la sociedad debe encarar con firmeza en los próximos años. El redactor del libro, al citar a uno de los historiadores más respetados de nuestro tiempo, hace esta observación: “Cuando se le pidió que caracterizara el presente, Bárbara Tuchman lo llamó 'una era de desorganización'. Y ella dijo que la desorganización más grande se halla en 'el deterioro de la moralidad pública' ”. Rushworth M. Kidder, An Agenda for the 21st Century (Cambridge, Massachusetts: The MIT Press, 1987), pág. 201.
Mucha de la inmoralidad de hoy en día parece estar fomentada por un egoísmo que se preocupa, principalmente, sólo en lo que es “bueno para mí”. Y esto llamado “bueno” es definido casi exclusivamente en términos materiales: por lo que se siente bien o por lo que promete aumentar el poder, influencia o control personales.
En muchas formas, la inmoralidad está basada en un sentido muy limitado del bien. Es una clase de sistema de creencia la que ha decidido que sencillamente no hay suficiente bien para todos y que, por lo tanto, es necesario obtener tanto como podamos y tan rápidamente como podamos y en cualquier forma que podamos. En consecuencia, la inmoralidad busca atajos, abusa de los derechos y perjudica a la gente. Cualquier ventaja temporaria que parece ganar, es con frecuencia a expensas de otros. Y puede muy pronto degradar nuestro propio respeto y sentido de dignidad. Peor aún, la inmoralidad puede con el tiempo destruir carreras, familias, aun literalmente nuestra existencia humana.
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