Me siento agradecida porque mi madre haya comenzado a estudiar la Ciencia Cristiana antes de mi nacimiento. Como consecuencia, desde el principio de mi vida fui sanada y protegida por la comprensión de la bondad y el amor de Dios. El Salmo 91 nos ofrece esta seguridad confortadora: "El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente... Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré" (versículos 1 y 15).
Un día de verano, cuando tenía nueve años, mi hermana, su esposo y algunos amigos me llevaron de paseo a orillas de un río a varios kilómetros de distancia del pueblo. Una de las parejas había llevado su magnífico y enorme perro. El perro y yo jugamos con alegría toda la mañana, entrando y saliendo del agua cerca de la playa; el perro estuvo muy amigable y manso.
Poco después del almuerzo descansaba yo a la sombra de los autos, y el perro estaba echado a unos pocos pasos de distancia; lo llamé por su nombre, y sorpresivamente saltó sobre mí y me agarró por la quijada. El ataque fue tan violento que inmediatamente perdí el conocimiento. A la fuerza separaron el perro de mi cara, y cuando me lavaban con el agua fría de la corriente recobré el conocimiento.
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