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Me siento agradecida porque mi madre haya comenzado a estudiar...

Del número de mayo de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me siento agradecida porque mi madre haya comenzado a estudiar la Ciencia Cristiana antes de mi nacimiento. Como consecuencia, desde el principio de mi vida fui sanada y protegida por la comprensión de la bondad y el amor de Dios. El Salmo 91 nos ofrece esta seguridad confortadora: "El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente... Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré y le glorificaré" (versículos 1 y 15).

Un día de verano, cuando tenía nueve años, mi hermana, su esposo y algunos amigos me llevaron de paseo a orillas de un río a varios kilómetros de distancia del pueblo. Una de las parejas había llevado su magnífico y enorme perro. El perro y yo jugamos con alegría toda la mañana, entrando y saliendo del agua cerca de la playa; el perro estuvo muy amigable y manso.

Poco después del almuerzo descansaba yo a la sombra de los autos, y el perro estaba echado a unos pocos pasos de distancia; lo llamé por su nombre, y sorpresivamente saltó sobre mí y me agarró por la quijada. El ataque fue tan violento que inmediatamente perdí el conocimiento. A la fuerza separaron el perro de mi cara, y cuando me lavaban con el agua fría de la corriente recobré el conocimiento.

Todos los presentes expresaron mucha consternación y temor; pero mi hermana pidió a todos que nos dejaran solas por un momento. Entonces ella me dijo: "Tú estás asistiendo a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y sabes cómo orar. Yo también estoy orando y juntas vamos a recitar el 'Padre Nuestro' y nos vamos a ir directamente a casa de mamá". Ambas sabíamos que las oraciones de nuestra madre siempre habían satisfecho nuestras necesidades.

Más o menos una hora más tarde llegamos a la casa. Durante todo este tiempo yo no había sentido dolor, con excepción del momento cuando me salpicaron la cara con el agua helada del río para revivirme.

Había dos heridas profundas: una había traspasado la parte inferior de la quijada y llegaba hasta el interior de la boca. Mamá nos tranquilizó inmediatamente, asegurándonos a mi hermana y a mí que el amor de Dios nos estaba bendiciendo, no solamente a nosotras, sino a todos los que habían estado presentes, incluso al perro y a sus angustiados dueños.

Mi padre, que no era Científico Cristiano, estaba muy preocupado. Sin embargo, al poco tiempo me oyó reír mientras mi madre me bañaba y me hablaba acerca de la verdad espiritual y de la curación repitiendo citas de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. La risa calmó el miedo y la ira de mi padre. A la hora de la cena pude comer cosas blandas. Por un par de días no pude jugar, pero como era verano no perdí la escuela. (En esa época no existían los reglamentos sobre control de animales que hay hoy en día, pero mi padre se mantuvo en contacto con los dueños del perro para asegurarse de que no padecía de enfermedad alguna y de que tenía las licencias apropiadas.)

Esta curación se ha mantenido muy presente en mí a través de los años. No sufrí dolor, no me quedaron cicatrices, y no he tenido temor de esas maravillosas criaturas, los perros. He tenido muchas y excelentes relaciones con gran variedad de perros grandes y pequeños.

Hoy, honestamente no puedo decir cuáles fueron las verdades espirituales exactas que mi madre compartió conmigo durante esos pocos minutos mientras me bañaba, pero estoy segura de que incluyó el Salmo 91, "la exposición científica del ser" que se encuentra en la página 468 de Ciencia y Salud, la cual yo conocía de memoria y con la cual oramos diariamente junto con el "Padre Nuestro", y un poema de la Sra. Eddy, "Apacienta mis ovejas", que se encuentra en el Himnario de la Ciencia Cristiana bajo el número 304. Este himno es uno de los favoritos de los estudiantes de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.

Estoy muy agradecida porque Dios es nuestro Padre-Madre y nos gobierna a todos en completa armonía.


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