Cuando tenía trece años una pelota de béisbol arrojada con mucha fuerza me golpeó en la cara. A partir de ese momento comencé a sufrir regularmente de hemorragias nasales. Un doctor me dijo que la membrana de mi nariz era tan delgada que tendría hemorragias el resto de mi vida. Dijo que esa condición era congénita, y se había agravado por el incidente con la pelota de béisbol.
Las hemorragias nasales persistieron y empeoraron. Cuando vivía en el dormitorio de la universidad eran tan serias que asustaban a quienes estaban conmigo. Muchas veces me enviaron a la enfermería de la universidad donde el diagnóstico era el mismo que el que me habían dado. Más tarde, cuando estaba de servicio en la Marina, los doctores dijeron que tenía presión sanguínea alta, y que ésa era la causa de las persistentes hemorragias. Dado que mi padre sufría de lo mismo, sacaron en conclusión que esos problemas eran hereditarios.
Después de casarme me pareció prudente solicitar un seguro de vida. Al principio me rechazaron por la presión alta. Más tarde me aceptaron, pero con una prima de alto riesgo. Las hemorragias nasales continuaron todo ese tiempo. Mientras tanto, yo había comenzado a estudiar Ciencia Cristiana.
Un año después de nacer, a nuestra segunda hija le apareció una llaga en la espalda, que a veces sangraba. Un día yo estaba estudiando este pasaje de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: "En la Ciencia el hombre es linaje del Espíritu. Lo bello, lo bueno y lo puro constituyen su ascendencia. Su origen no está, como el de los mortales, en el instinto bruto, ni pasa él por condiciones materiales antes de alcanzar la inteligencia. El Espíritu es la fuente primitiva y última de su ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su existencia" (pág. 63).
Comprendí que, puesto que el Espíritu es el verdadero Padre-Madre del hombre, éste no podía nunca haber heredado ninguna condición material, debilidad o enfermedad incurable. Mi padre, como "linaje del Espíritu", en realidad, nunca había tenido presión alta ni hemorragias nasales. Mi hija tampoco podía estar sujeta a ninguna condición material discordante, porque ella es, en realidad, la hija espiritual de Dios.
Un día después, mi esposa y yo vimos que la llaga en la espalda de nuestra hija había dejado de sangrar, y pronto sanó por completo. Desde entonces ha crecido y se ha transformado en una joven muy activa, y el problema no se ha repetido. También yo sentí un cambio físico, y me di cuenta de que la presión sanguínea alta había sanado. Volví a la compañía de seguros para que me realizaran un nuevo examen, y me exoneraron completamente del diagnóstico anterior; posteriormente, me dieron una prima normal en mi póliza de seguros. Varios años más tarde, cuando cambié de trabajo, mi nuevo empleador solicitó un examen médico. El doctor me examinó extensa y exhaustivamente, y llegó a la conclusión de que no había rastros de enfermedad.
Aproximadamente un año después de la curación de nuestra hija, recordé las hemorragias nasales y me di cuenta de que no había sufrido ninguna desde aquel momento, ni he sufrido ninguna hasta hoy, veinte años después.
He tenido otras curaciones, entre ellas de pie plano, desgarramiento de los ligamentos de la rodilla, torcedura de muñeca y síntomas de gripe, para mencionar unas pocas. Mi gratitud por la Ciencia Cristiana no tiene límites.
Glen Mills, Pennsylvania, E.U.A.