En años recientes he trabajado con varias organizaciones sin fines de lucro con el propósito de desarrollar un programa que da subsidios para construir viviendas para personas descapacitadas. La Ciencia Cristiana me sirve de guía en mis relaciones de trabajo con una gran variedad de clientes, inclusive aquellos que son considerados mental y físicamente descapacitados.
La mayoría de las personas descapacitadas quiere que se las trate como personas comunes y corrientes, como usted y yo. La Ciencia Cristiana me ha hecho comprender que la identidad verdadera y espiritual de cada persona es bella y completa, como hijo de Dios. Esta comprensión me permite eliminar el paternalismo y la lástima — que frecuentemente están unidas al “yo” y a la preocupación por nuestra propia reacción — y reemplazarlos con la interacción normal y solícita.
Cuando parto desde la base de que todos somos individual y espiritualmente perfectos, ya no me impresiona el cuadro que presentan los sentidos materiales. Y mi trato con las personas descapacitadas se desenvuelve naturalmente dentro de un patrón común y corriente, pudiendo así aprender el uno del otro. Podemos progresar juntos para lograr que las necesidades humanas sean satisfechas de una manera práctica. A menudo me parece que Dios nos une y todos somos bendecidos.
El vencer la discriminación contra personas descapacitadas es una parte importante en el movimiento de los derechos civiles hoy en día. He comenzado a reconocer que mi contribución más importante y perdurable a los asuntos de los derechos de los descapacitados es mi oración vigorosa. Mi afirmación callada y espiritual de mi propia perfección creada por Dios y mi reconocimiento de Su continuo apoyo y protección de cada uno de Sus hijos, ayudan a todos con quienes trabajo. La fortaleza espiritual en esta oración es a la que se refiere la Biblia cuando dice “tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen”. Es verdaderamente mucho más duradera que las viviendas que edifico.
Bendito sea
el Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de misericordias
y Dios de toda consolación,
el cual nos consuela
en todas nuestras
tribulaciones,
para que podamos
también nosotros
consolar a los que están
en cualquier tribulación,
por medio de
la consolación
con que nosotros somos
consolados por Dios.
2 Corintios 1:3, 4
    