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Un Dios al que podemos encontrar

Del número de febrero de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


Hace Unos Meses estaba leyendo una columna en el diario escrita por un prestigioso teólogo que escribió sobre los desafíos de servirle a “un Dios que se esconde”. El escritor es un hombre de fe firme que vive una vida de considerable servicio cristiano. Pero uno no puede dejar de sentir en esta frase “un Dios que se esconde” un anhelo por un Dios que se manifieste, un Dios que se haga más evidente en la vida diaria. ¿Acaso no compartimos todos el anhelo que muchos tienen de un Dios que sea más evidente en aliviar las ansiedades y los sufrimientos que tantos experimentan en su vida?

Ciertamente no es extraño sentir anhelo por lo espiritual. Aun en las vidas más estables, los desafíos de criar a nuestros hijos, de tomar decisiones en el trabajo, de responder a los dilemas morales y éticos que aparecen en la interacción diaria, nos hacen preguntar: ¿Estoy haciendo lo correcto? ¿Cómo podría mejorar? Los deslices en la conducta o la enfermedad de un colega o de un amigo, hasta las noticias diarias, pueden hacernos desear alguna esencia espiritual, alguna base, que nos pueda fundamentar, guiar o, por lo menos, dar esperanza.

Por supuesto, la religión ha sido tildada con frecuencia de opio, de placebo. Sí, hay días en que nos gustaría escondernos y no enfrentar al mundo. Pero el hambre espiritual es radicalmente diferente de esto. Es el corazón el que se rebela al pensar que debemos tolerar el statu quo.

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