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¿Quién sana? ¿Quién puede sanarse?

Del número de febrero de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ami Padre le agradaba contar sobre una curación que tuvo cuando se enfermó durante un viaje de negocios. Se encontraba en una ciudad donde nunca había estado y donde no conocía a nadie. Oró, como había aprendido en la Ciencia Cristiana, para lograr la curación, pero sintiendo que necesitaba más ayuda de la que le proporcionaba su propia oración, buscó el nombre de un practicista en las páginas del directorio de The Christian Science Journal y le solicitó una entrevista.

Cuando finalmente ubicó la oficina, ésta se encontraba en una parte de la ciudad que no le impresionó bien. No había ascensor en el edificio, y subir cinco pisos por la escalera tampoco le causó muy buena impresión. Cuando conoció al practicista la impresión no fue mejor, pero cuando salió de su oficina había sanado.

Es muy común que la persona que oye hablar de la Ciencia Cristiana por primera vez, se pregunte qué clase de persona es la que se ocupa de la curación mediante el tratamiento de la Ciencia Cristiana, es decir, mediante la oración que se aplica específicamente a la enfermedad o a la necesidad de alguien. ¿De qué edad será la persona? ¿Qué presencia tendrá? ¿Cuál será su comportamiento?

Las respuestas pueden ser casi infinitas. Si bien la honestidad y la ética, la moralidad y la compasión cristianas son esenciales, no es una determinada personalidad humana la que sana, sino la verdad espiritual a la cual esa persona responde. Un Científico Cristiano diría que el Cristo, o la verdadera idea espiritual de Dios, al revelar que el hombre es la semejanza de Dios, es el sanador.

Este concepto puede ser útil ya sea que busquemos la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana o que oremos por nosotros mismos. Podemos tener serias dudas sobre nuestra propia capacidad para orar y sanarnos. En otras palabras, al pensar en nuestra propia habilidad tal vez nos digamos: “¡Por supuesto que no pareces ser el tipo adecuado de persona para tener una curación mediante la Ciencia Cristiana!”

Pero esa manera de pensar no es muy sensata ni provechosa. No es la perfección de la mente o de la personalidad de un ser humano mortal lo que sana, sino el grado en que el ser humano cede a algo muy diferente: al hecho científico de la Mente perfecta, o Dios. Sobre esta base, la curación es natural para cualquier persona.

Si la curación por medio de la oración requiriese cierta norma de perfección humana como prerequisito para obtenerla, habría muy poca curación. Pero el descubrimiento que representa la Ciencia Cristiana muestra que las respuestas a la oración no son algo raro y milagroso, como la gente a veces supone que son. La respuesta de Dios a la oración es constante, siempre la misma. Su “respuesta” es Su amor invariable por el hombre, y nuestra oración nos ayuda a estar conscientes de la presencia del Amor divino.

Dios no elige con criterio selectivo cuáles oraciones va a contestar. Una divinidad que actuara de esa forma, en realidad no infundiría mucho amor o respeto. Y esa clase de Dios no estaría de acuerdo en lo más mínimo con las enseñanzas de Cristo Jesús. Fue Jesús quien dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis... ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?”

Estamos acostumbrados al amor variable en la vida corriente. Y a veces parece no ser lo suficientemente amplio como para ayudarnos en los momentos difíciles. Pero la Ciencia del cristianismo nos muestra que Dios es el Amor divino, y comenzamos a darnos cuenta de que todo el amor humano desinteresado que hemos encontrado en nuestro camino, simplemente manifiesta el Amor infinito que es Dios. El amor de Dios no es variable; no se agota ni es probado más allá de su paciencia por los fracasos humanos. La parábola de Jesús sobre el hijo pródigo nos ayuda a ver que el amor de Dios es semejante al de un padre amoroso que está siempre pronto para recibir a un hijo o una hija. Es el Amor que es tan invariable y tan importante para el universo, que puede ser comprendido como Principio divino.

Cuando comenzamos a sentir algo de este Amor infinito, empezamos a hallar curación. Con esta nueva comprensión, profundamente conmovedora y práctica, nos damos cuenta de que podemos dejar atrás nuestras suposiciones sobre la personalidad de una persona que se dedica a sanar a los demás, o sobre nuestra propia aptitud para hacerlo, y estamos dispuestos a avanzar con este nuevo concepto más espiritual. El Amor divino, que es Dios, hace evidente que Dios no sería el creador de un hombre enfermo ni de un hombre hecho de elementos materiales que fallan, al igual que un elemento defectuoso de una computadora. El Amor debe haber amado mucho al hombre desde el principio para que sea merecedor de todo el bien y para crearlo espiritual y eterno. De manera que llegamos a conocernos mejor, como la imagen y semejanza de Dios, el Espíritu, a medida que conocemos mejor a Dios. Obtenemos una nueva perspectiva de nuestra identidad espiritual que está unida a todo lo bueno, y que merece todo el bien.

¡Qué importante es que abandonemos un sentido de mérito personal como base de la curación cristianamente científica! Muy importante. La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, consideró que era este sentido personal el que tendría el efecto de limitar cualquier reconocimiento significativo de la naturaleza de Dios y del hombre verdadero de Su creación. Ella escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Si suplicamos a Dios como si fuera una persona corpórea, eso nos impedirá desechar las dudas y temores humanos que acompañan tal creencia, y así no podremos comprender las maravillas realizadas por el Amor infinito e incorpóreo, para quien todas las cosas son posibles”.

La aptitud para ayudarnos y ayudar al mundo mediante la oración, no puede basarse, por su naturaleza, en determinado conocimiento y habilidad personales. ¿No será que la verdadera aptitud es la humildad que está pronta y dispuesta a aprender más del Principio del universo, que es el Amor?

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