Piense Sobre Lo que estuvo pensando durante las últimas veinticuatro horas y probablemente descubra que estuvo abrigando pensamientos de preocupación acerca de algo que dijo o que no dijo, que hizo o que no hizo; por las cosas en que gastó su dinero o cómo va a poder comprar algo que necesita; de qué manera algo desagradable que sintió puede afectar su salud o cuánto se parece a una situación difícil que sintió antes; cómo pareció ser la actitud de un familiar la última vez que conversaron o cómo un amigo saldrá de tal o cual situación difícil; qué habrán pensado o estarán otros pensando de usted, y cosas por el estilo.
De hecho, al analizar nuestros pensamientos de esta manera es sorprendente ver lo poco que pensamos en el “ahora”.
Cuando rumiamos y especulamos, abrigamos temor: temor de que lo que ocurrió en el pasado o lo que vaya a ocurrir en el futuro pueda perjudicarnos o perjudicar a otros. Al hacerlo estamos realmente diciendo que Dios no está siempre presente y que no siempre es omnipotente, y que no cuida y eternamente gobierna a Su universo bueno y perfecto. Estamos desobedeciendo el Primer Mandamiento y dándole poder a otro dios llamado el mal.
¿Qué debemos hacer para dejar de rumiar y de especular temerosamente? Se necesita una oración o comunión con nuestro Padre-Madre Dios que siempre nos asegura que el hombre es bueno y perfecto por ser la semejanza de Dios. Cristo Jesús dijo a sus discípulos cómo hacerlo: “Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.
Para sentir la presencia y el poder de Dios, tenemos que mantener nuestros pensamientos a tono con El, caminando firmemente con El cada día. Debemos preguntarle: “¿Cómo ves Tú a esta persona o a esta situación?” Entonces debemos disciplinar nuestros pensamientos para hacer nuestra la percepción que tiene Dios (la cual es siempre espiritual y perfecta).
La gratitud es siempre una ayuda en tal oración y comunión porque reconoce la eterna presencia del bien y eleva la consciencia a percibir el tierno cuidado que Dios imparte a cada uno de Sus hijos. Ante la luz y el amor que emanan de tal seguridad, el rumiar y el especular son aniquilados. En la medida en que moramos con comprensión en la consciencia del bien omnipresente que procede de Dios, alabándolo y adorándolo a El por ser nuestra Vida, veremos que Su ley actúa en nuestra experiencia para darnos lo que humanamente necesitamos.
Pude demostrar algo de esta liberación en una época en que nuestra familia enfrentaba un futuro incierto. Me hallaba esperando nuestro tercer hijo y tendría que renunciar a mi puesto. Mi esposo se hallaba sin trabajo en esa época porque había regresado tomar cursos para graduados en la universidad. La casa arrendábamos era provisión de mi empleo, de manera que parecía que también íbamos a perder esto.
Al comienzo me sentí tentada a lamentar este embarazo. Pero a medida que oraba para sentirme cerca de Dios y para vencer los temores que me confrontaban, me di cuenta de que la lamentación y la aprensión eran fases del temor que minaban mis afirmaciones de la totalidad de Dios y de Su tierno cuidado. Decidí mantener mis pensamientos en el eterno “ahora”, como lo define la Sra. Eddy en ciencia y Saludde acuerdo con su interpretación espiritual del Padre Nuestro: “Venga Tu reino. Tu reino ha venido; Tú estás siempre presente”. Oré para saber que el gobierno de amor que procede de Dios es siempre en tiempo presente, está eternamente establecido para mí, para el bebé, para mi familia y para toda la humanidad. Esto me dio el valor para rechazar los temores que me asaltaban. El resultado fue que poco a poco, antes de que el bebé naciera, hicimos arreglos para comprar la casa que habíamos estado arrendando; también llegué a un acuerdo con mis empleadores para trabajar en casa, y mi esposo pudo desempeñar un trabajo a jornada parcial mientras asistía a la universidad. Todas nuestras necesidades fueron satisfechas de maneras que nunca hubiésemos imaginado, y ganamos un mayor sentido de dominio para vivir nuestra vida con una gratitud libre de temor por la provisión que Dios otorga a cada momento.
La Sra. Eddy menciona sólo una vez en sus escritos publicados la palabra “rumiar”, pero el contexto es de lo más revelador. Se encuentra en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, en el capítulo titulado “La práctica de la Ciencia Cristiana”. La Sra. Eddy ilustra, mediante una alegoría acerca de un caso tratado mentalmente en los tribunales, cómo la ley de la Mente divina libera a un hombre de la enfermedad. Cuidadosamente la Sra. Eddy detalla el caso hipotético de un hombre que, de acuerdo con las leyes mortales acerca de la salud, es acusado de haber “cometido el delito de mal de hígado”, y que debe morir a consecuencia de ello. Todo el caso comienza así: “El paciente se siente enfermo, se pone a rumiar, y el juicio comienza”. Cuando rumiamos o temerosamente especulamos ¿acaso no estamos cediendo a temores, limitaciones, enfermedades y pecados? Aunque el rumiar parezca ser consecuencia de nuestros propios temores o preocupaciones, realmente es una sugestión del mal que quisiera llevarnos a adorar a otro dios y entonces sentenciarnos a sufrir de acuerdo con las llamadas leyes del mal. De manera que si de pronto nos encontramos rumiando o especulando con temor, o ambas cosas a la vez, una advertencia puede llegar a nuestro pensamiento y podemos detener esta sentencia autoimpuesta. Podemos decir, en las palabras de Juan: “Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.
Sea cuál sea la situación que nos tiente a mirar con temor el pasado o el futuro, podemos estar ciertos de que el temor nunca nos ayudará a solucionar el problema. Dios jamás sanciona el temor ni lo autoriza como un medio para hacer frente a las necesidades humanas. Por el contrario, Dios destruye los temores y requiere que sólo a El adoremos y que sólo en El confiemos. Esto nos permite ceder al maravilloso cuidado con que Dios provee siempre a cada uno de Sus hijos en cumplimiento de la manifestación de toda salud, armonía, abastecimiento y amor.
    