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Entre Las Curaciones que...

Del número de diciembre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Entre Las Curaciones que nuestra familia ha tenido se encuentran: ampollas en todo el cuerpo, sordera por una herida ocasionada por una granada durante la guerra, síntomas de pulmonía, tiña, y polio; el temor extremo de hablar en público, una hemorragia interna crónica, varias picaduras de abeja, resfríos, gripe, depresión, problemas matrimoniales, aflicción, dificultades en el trabajo, y dolores fuertes de cabeza. La oración nos ha sanado de todas estas condiciones en forma permanente.

Las siguientes curaciones que tuvieron nuestros hijos son ejemplos del amor que Dios tiene por cada uno de Sus hijos.

Cuando nuestro hijo estaba en el primer año de secundaria, la enfermera del colegio me llamó una tarde para informarme que mi hijo se había golpeado en el patio de recreo y había quedado inconsciente. El estaba descansando en su oficina, y la preocupación de la enfermera era que él había tenido una concusión. Yo le aseguré a ella que lo cuidaríamos muy bien.

Durante la mayor parte de la mañana estuve orando y me quedé pensando sobre las ideas que había leído en la Lección Bíblica semanal. Estaba percibiendo que Dios es la Mente divina, independiente del cerebro. Comprendí que la consciencia no es material. También me quedé pensando sobre algo que había leído recientemente, acerca de un Científico Cristiano que compartió sus ideas acerca de la naturaleza hipnótica de las apariencias y los síntomas materiales.

Me sentí tranquila y preparada para orar por nuestro hijo. Pero de repente cuando el niño estaba descansando en el sofá de la casa, se sintió tan incómodo que era alarmante. La practicista de la Ciencia Cristiana, a quien llamé para que nos ayudara, estuvo totalmente de acuerdo en ayudarnos con el auxilio práctico de la oración. Después de esto, me mantuve en contacto con ella ya que la condición de mi hijo no mejoró inmediatamente, sino que pareció empeorar. Alrededor de las 3 de la tarde tenía que ir a recoger a mi hija al colegio, y la practicista se ofreció a venir a mi casa y quedarse con el niño.

Cuando regresé, lo encontré sentado en la cocina y el color normal le había vuelto al rostro. Estaba con hambre y contento. Y si bien fue una buena idea que se quedara en casa al día siguiente, en vez de ir a la escuela, pasamos un lindo día juntos, y hasta pudimos salir a almorzar. Al día siguiente, regresó a la escuela sin ningún problema.

Al año siguiente, a este mismo hijo lo golpearon en la cabeza una noche cuando practicaba baloncesto. Cuando llegué para llevármelo a casa tenía mucho dolor. Al llegar a casa se recostó en el sofá, parecía confundido y distante. Me di cuenta de que un ojo estaba mirando hacia el lado contrario del otro.

El practicista, a quien llamé inmediatamente, estaba muy tranquilo. El expresaba tanta vivacidad que sentí que estaba como en una balsa salvavidas, que me levantaba por encima de las tormentosas aguas del temor. Sentí todo esto, a pesar de que no me habló mucho.

Oré por nuestro hijo hasta bien entrada la noche, hasta que sentí paz y tuve la certeza de que Dios estaba en control de todo. A la mañana siguiente, él se levantó como si nada hubiese ocurrido. Sus ojos se veían normales, se sentía bien, y se fue al colegio como siempre. Yo me quedé maravillada del enorme poder de Dios.

Una experiencia que tuvo nuestra hija ha servido de gran inspiración para mí. Nos encontrábamos con toda la familia acampando en las montañas. Era un lugar agreste y apartado donde no había teléfonos, ni electricidad. Los niños se pasaron horas jugando en un lago donde había un manantial. A nuestra hija de siete años le encantaba jugar con la corriente del agua, y observé que a los dos o tres días salió del agua con mucho frío. Estaba congestionada y con fiebre cuando se fue a la cama una noche a dormir. Horas después se despertó llorando sintiéndose muy angustiada.

Yo acababa de asistir a la instrucción en clase de Ciencia Cristiana, y a pesar de que estaba asustada por la situación, encontré refugio en el entendimiento de que yo podía responder, aplicando lo que acababa de aprender sobre como dar tratamiento por medio de la oración.

Después de acomodar a mi hija de la mejor manera posible, recurrí a Dios, reconociendo Su omnipotencia, Su inteligencia, y el bondadoso cuidado que nos estaba brindando a todos nosotros en ese mismo instante. Luego, como hacía Jesús frecuentemente y como el libro de texto de la Ciencia Cristiana indica, encontré las verdades espirituales para silenciar mi temor de encontrarme sola y lejos de la ayuda humana, así como de una enfermedad grave.

Me sentí terriblemente responsable por nuestra hija. Pero encontré auxilio en lo que escribió Mary Baker Eddy en “Una regla para móviles y actos” en el Manual de La Iglesia Madre. Recordé que “Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre” (Art. VIII, Sec. 1). En ese momento para mí eso significaba que el amor profundo que yo sentía por mi hija era un símbolo de que Dios es Amor. El también es Principio divino, así que sentí que era la ley de Dios por la cual la amaba, y era Su ley que la cuidaría y sanaría. Era Su ley la que me hacía sentir el poder de la verdad, y entender la verdad que libera, como Jesús enseñó (véase Juan 8:32).

La pregunta: ¿qué es la Ciencia Cristiana? me vino al pensamiento. Me di cuenta de que orar como esta Ciencia enseña es “hacer algo”, no “hacer nada”. Yo sabía que muchos en el campamento de una manera u otra relacionados con el campo de la medicina, pensarían que el tomar un remedio, o adoptar alguna actitud material sería realmente “hacer algo”. Comprendí que el tratar una enfermedad como una condición material, independiente del pensamiento, no indica lo que la enfermedad realmente es: un sentido falso de la existencia que se manifiesta como una condición corporal. El orar sobre la enfermedad, como uno aprende por medio de la iluminación de la Ciencia Cristiana, es realmente hacer lo que se debe hacer para poder desarraigarlo del pensamiento, y de esa manera eliminarlo de nuestra experiencia.

Entonces comencé a comprender que no estaba poniendo a mi hija en peligro al apoyarme en la Ciencia Cristiana. Mis hijos siempre fueron receptivos al amor y cuidado de Dios. El reconocer y aceptar la herencia del bien de Dios — el cuidado y el mantenimiento de la Mente y el Amor divino — siempre los ha bendecido. Yo podía sentir el poder de esta oración. Sentí a Dios en acción. Yo sabía que Su Palabra en acción es la curación cristiana. Es el amigo de la humanidad y su Salvador, y es a la vez humanitario y benévolo. Me sentí privilegiada al saber esto y apreciarlo.

Para ese entonces vi con mucha claridad la identidad espiritual de mi hija. De que en ese momento yo y ella eramos espirituales y que siempre lo habíamos sido. De que ahora ella era perfecta, completa y libre, y que Dios era su Médico y su Vida. Otros pensamientos fuertes y llenos de amor siguieron a éstos. Sentí paz, convicción, y mucha ternura por ella.

En ese momento mi hija se sentó. Me preguntó algo gracioso con una voz bien clara. Le respondí y me preguntó otra cosa graciosa. Le respondí y le sugerí que se diera vuelta y se durmiera. Obedientemente lo hizo durmió profundamente hasta la mañana siguiente; cuando se despertó estaba totalmente libre de la fiebre y la congestión. Estaba feliz y sabía que Dios la había sanado.

La curación cristiana, como la he vivido por medio de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, nos ha bendecido a mi familia y a mí en situaciones extremas de la experiencia humana, así como también en la rutina del diario vivir. Solo puedo reafirmar las palabras de la Sra. Eddy: “Si tal es el fruto presente, ¿qué no será la cosecha, cuando esa Ciencia sea más generalmente comprendida?” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, págs. 348—349)


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