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Mi tarjeta de Navidad

Del número de diciembre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Panorama Que se veía afuera de mi ventana parecía una tarjeta de Navidad. Las calles de Boston estaban cubiertas de nieve, como una alfombra que amortiguaba todos los ruidos. Los árboles brillaban, cubiertos de hielo. Me senté en el escritorio para escribir una tarjeta de Navidad a mi familia que vive en el Brasil. El grabado de mi tarjeta combinaba perfectamente con la escena que tenía ante mis ojos. Pero yo sabía que mis deseos de Felices Fiestas llegarían exactamente durante los primeros días de un caluroso verano tropical en el Hemisferio Sur. Nada de nieve, ni de pinitos cubiertos de cristales de hielo, ni de un hogar con un fuego crepitante y acogedor.

¿Qué pretendía yo al enviarles una escena nevada para desearles Feliz Navidad? ¿Qué sentimiento deseaba despertarles? De pronto me di cuenta de que muchas de las imágenes asociadas con la época de Navidad, nada tienen que ver con el mensaje que quería transmitir en aquella tarjeta.

Lo que realmente importaba no era que se acordaran de mí. Mi intención no era expresarles meramente mi cariño ni desearles felicidades. Lo que realmente quería era que tuviesen un sentimiento de reverencia y se sintieran maravillados ante la conmemoración más importante del año para aquellos que siguen las enseñanzas de Cristo Jesús.

El nacimiento de Jesús representa la venida del Cristo, y es el regalo maravilloso que Dios nos dio. Los Reyes Magos vieron una estrella cuya luz los guió a donde estaba el niño Jesús recién nacido. Véase Mateo, cap. 2. Ellos no dejaron de maravillarse cuando lo encontraron. Venían preparados para conmemorar el acontecimiento con gran alegría, trayendo presentes de la más alta calidad: oro, incienso y mirra. Ellos se inclinaron ante el recién nacido, adoraron con reverencia esa manifestación del Amor divino.

Ese nacimiento ocurrió de una manera extraordinaria y diferente. La madre de Jesús era virgen. La venida de Jesús le había sido anunciada por un ángel. Los pastores en el campo también habían recibido la visita de un ángel, que les había contado que había ocurrido algo fuera de lo común, pues el niño que acababa de nacer en ese pesebre era el Salvador, que había venido para liberar a su pueblo de la opresión y de la tiranía. Véase Lucas, caps. 1 y 2. Muchos siglos antes, una profecía en las Escrituras, en el libro de Isaías, decía: “Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos es dado, y el dominio estará sobre su hombro; y se le darán por nombres suyos: Maravilloso, Consejero, Poderoso Dios, Padre del siglo eterno, Príncipe de Paz”. Isa. 9:6 (Versión Moderna). El nacimiento de Jesús representó el cumplimiento de esa profecía.

Los pastores estaban maravillados, pero el ángel les dijo que no tuvieran temor. Desde su manifestación más incipiente, la venida del Cristo se destacó porque transmitía paz y por su capacidad de calmar el temor. Y el mundo se maravilló.

En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy dice: “Las maravillas cristianas (y maravilla es el significado sencillo de la palabra griega traducida milagro en el Nuevo Testamento) serán mal comprendidas y mal empleadas por muchos, hasta que se comprenda el glorioso Principio de esas maravillas”.Ciencia y Salud, pág. 474.

La Ciencia Cristiana es la Ciencia del Cristo. El estudio de esta Ciencia nos permite comprender que el Cristo eterno, la idea espiritual de Dios, habla a la consciencia humana y revela la verdad acerca de Dios y el hombre. Jesús manifestó el Cristo. El demostró el Cristo y mostró a la humanidad cómo demostrarlo también, cómo pensar y actuar de acuerdo con la ley del Amor divino. Como resultado, mucha gente fue sanada de sus enfermedades y aquellos que se empeñaron en aprender lo que Jesús enseñaba también fueron capaces de realizar curaciones. Sanar los enfermos y a los pecadores es la esencia de la teología de Jesús, y él esperaba que sus seguidores practicaran la curación espiritual.

La importancia de la Navidad es que nos hace recordar todas estas cosas. Nos trae al pensamiento esa sensación de maravilla que acompañó al nacimiento de Jesús, definiendo así la venida del Salvador. Durante su permanencia entre los hombres, Jesús sanó a las personas, individualmente, y alimentó a las multitudes, colectivamente. Sus obras despertaron admiración, e hicieron que el pueblo se maravillara.

La venida de Cristo Jesús fue una manifestación del amor de Dios, pero ese amor no es milagroso. Los cristianos pueden pensar en la Navidad como en algo sagrado, no como se conmemora un acontecimiento sobrenatural, sino como el despuntar natural de una nueva comprensión, algo que debe observarse con reverencia, reverencia para con el Cristo. La Sra. Eddy tenía ese sentimiento, como revelan sus palabras en Escritos Misceláneos: “Venero y adoro a Cristo como nunca antes”. Esc. Mis., pág. 96.

Después del nacimiento de Jesús, el mundo ya no fue el mismo. Un cambio de grandes proporciones comenzó a ocurrir en el pensamiento humano en aquella ocasión, y continúa ocurriendo hoy. El cambio fue tan importante, que influyó para siempre en la historia de la humanidad y en el curso de la civilización y de las culturas. Hizo que surgiera un nuevo calendario. Las enseñanzas de Jesús revolucionaron los conceptos de amor, de arrepentimiento y de perdón.

Depende de nosotros tratar de comprender más profundamente lo que Jesús enseñó, a fin de cumplir con todo lo que él esperaba de los cristianos. Lo que Jesús enseñó es indeleble. Sus enseñanzas son vívidas y es necesario demostrarlas día a día, con expresiones de amor, de regeneración y de curación. El respeto que sentimos por el Maestro cristiano nos lleva a seguir su ejemplo y a comprender el “glorioso Principio de esas maravillas”. La Sra. Eddy dice en el Manual de La Iglesia Madre: “El que dio origen a la era cristiana es el Ejemplo en la Ciencia Cristiana. Es anormal en un Científico Cristiano, y le está prohibido, hacer comparaciones irreflexivas de Cristo Jesús o referirse a él irreverentemente”.Manual de La Iglesia Madre, Art. VIII, Sec. 3.

Abrigar un sentimiento de reverencia hacia la Navidad es una manera feliz de prepararnos para esa temporada. La disposición de pensar en la Navidad de una forma renovada, el deseo de comprender todos los años algo más del significado del espíritu del Cristo en este mundo, es algo que se hace con alegría.

Preparémonos para brindar a nuestros seres queridos pensamientos dulces y valiosos de cristianismo puro, envueltos con el perfume del amor. Ese tipo de Navidad no depende de tener mucho dinero o muchos amigos, ni tampoco de ser invitados o no a muchas fiestas. Se trata de una festividad espiritual tranquila, aunque activa.

Lo que quiero transmitirles a ustedes en esta “tarjeta de Navidad” es un sentimiento profundo y reverente de amor y gratitud por el gran regalo que Dios nos dio, una expectativa maravillosa de aquello que es bueno, un pleno reconocimiento del hecho de que el Cristo está aquí, trayendo alivio, consuelo y curación. Conmemoremos la presencia del Cristo con renovada inspiración y con la sensación justificada de estar maravillados ante este hermoso regalo.



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