La Hermosura De la curación por medio de la oración radica en que tanto las lecciones que se aprenden como las mejoras físicas que se producen como resultado de esas lecciones, son permanentes.
Hace algunos años, mientras patinaba en el hielo, me caí y se me dislocó un hombro. Como había sido patinador olímpico y debía haber evitado el accidente, me vi agobiado por pensamientos de autocrítica por haber sido tan descuidado. El dolor que sentía era muy fuerte.
Pedí ayuda a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien me hizo recordar que “No puede atormentarme ni pena ni dolor, ni nada separarme jamás de Ti, Señor” (Himno No. 135 del Himnario de la Ciencia Cristiana). Esto calmó mi pensamiento y comencé a orar para afirmar la verdad sobre la totalidad y plenitud del hombre en Dios. Rápidamente, el hombro volvió a su posición normal y pude manejar solo mi auto que no es automático, hasta mi casa.
Para cuidarme el hombro empecé a usar un cabestrillo. Mas al continuar orando me di cuenta claramente de que “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1). Era evidente que el depender de un cabestrillo para protegerme demostraba que mi fe era muy endeble. Lo deseché y continué confiando de todo corazón en Dios para la curación. Los efectos de la lesión sanaron y las lecciones espirituales que aprendí han permanecido conmigo.
Seis meses más tarde tropecé mientras corría para tomar el metro y me caí en las escaleras, dislocándome el otro hombro. Perdí el conocimiento momentáneamente debido al dolor, pero me pude levantar y tomar el siguiente tren. Durante media hora me apliqué el tratamiento más completo y minucioso posible en la Ciencia Cristiana, basado en la experiencia de la curación anterior. Supe que no podía estar separado de Dios, y declaré que Su amor y mi receptividad a ese amor eran constantes. Cuando bajé del tren ya se había producido la curación. No hubo período de recuperación en el proceso de curación. ¡Podía hacer girar los brazos y dar volteretas! Esto demostró, como se nos dice en Ciencia y Salud, que “En la Ciencia Cristiana jamás hay retroceso, jamás hay regreso a posiciones dejadas atrás” (pág. 74).
He comprobado que esto es cierto en las numerosas curaciones que ha habido en mi familia, en las que con sólo la oración se han sanado lesiones, asfixia, fracturas, enfermedades de la niñez, verrugas, caries dentales y dientes torcidos. Todas estas curaciones han sido permanentes.
Cuando mi hijo ingresó al jardín de infantes, su maestra se dio cuenta de que tenía dificultad para seguir lo que se decía en clase. Lo pasó a la primera fila y pidió que le examináramos los oídos. Lo hicimos. Los resultados del examen mostraron la pérdida total de audición en un oído y una gran merma en el otro. Los médicos insistieron en que sólo por medio del uso de una prótesis auditiva se podría corregir esta situación. Cortésmente rehusamos aceptar esa posibilidad, llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana y le pedimos que nos ayudara por medio de la oración. Diligentemente estudiamos la definición de oídos en el Glosario de Ciencia y Salud, la cual dice en parte: “No los órganos de los llamados sentidos corporales, sino comprensión espiritual” (pág. 585). Oramos para reconocer que la capacidad auditiva de nuestro hijo nunca dependió de lo físico, sino que era espiritual y que había estado siempre intacta.
Cuando lo llevamos al próximo examen que exigía la escuela, el especialista que lo atendió dijo: “No sé lo que ustedes han estado haciendo, pero sigan haciéndolo”. Más tarde, los exámenes de otro médico, necesarios para una póliza de seguros, mostraron una “audición perfecta” en ambos oídos. Nuestro hijo, que ahora estudia en la universidad, ha oído perfectamente por catorce años y ha tocado el violín y la viola.
Estoy sumamente agradecido a la Sra. Eddy por su descubrimiento de la Ciencia Cristiana.
Bernardsville, Nueva Jersey
E.U.A.
