Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

El poder reformador de las Escrituras

Esta serie ilustrada que se publica en el Heraldo trata sobre la dramática historia de cómo se desarrollaron las Escrituras en el mundo a lo largo de miles de años. Se concentra en los grandes reformadores que escribieron y tradujeron la Biblia. Muchos dieron su vida para hacer que la Biblia y su influencia reformadora estuviera al alcance de todos los hombres y mujeres.

La traducción King James: Se pone en marcha la gran obra

Primera parte

Del número de diciembre de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Ustedes difícilmente puedan comprender con cuanta seriedad tomó su Majestad el inicio de esta obra”.

Estas fueron las palabras que Richard Bancroft, arzobispo de Canterbury y director de la traducción de la Biblia King James, escribió en su carta a las autoridades de la Universidad de Cambridge en julio de 1604, justo seis meses después de que Jacobo autorizara la producción de la Biblia nueva en la Conferencia de la Corte de Hampton.

El rey fue “el principal Promotor y Autor de la obra” como los mismos traductores escribieron en la dedicatoria y el prefacio al concluir la obra. Fue él solo quien en sus propias palabras propuso el proyecto para la Biblia nueva “de manera que la obra se haga en forma rápida, y que el trabajo se acelere de una forma tan apropiada como un asunto de tal importancia lo requiere”.

Jacobo confiaba en que la Biblia nueva podría unir en cierta forma la seria fractura de la Iglesia inglesa, dividida en grupos rivales que iban desde los más prominentes anglicanos hasta los menos importantes puritanos de la iglesia. De modo que él continuamente presionaba — e inspiraba — a los obispos, a los universitarios, y al Secretario de Estado Robert Cecil para que completaran la mayor parte de los detalles preliminares para la traducción, y para que los seis comités de eruditos en la Biblia pusieran manos a la obra y realizaran la memorable y santa tarea de meditar, volver a redactar, y darle una nueva forma a la Biblia en inglés.

BANCROFT ES ELEGIDO COMO COORDINADOR DEL PROYECTO DE LA BIBLIA


En la Conferencia de la Corte de Hampton — donde los puritanos pidieron al rey una nueva traducción de la Biblia en inglés — Bancroft (entonces obispo de Londres) dijo lisa y llanamente que no se necesitaba otra Biblia. Pero esto fue antes de que él supiera con que pasión el rey deseaba una Biblia nueva. Tan pronto se dio cuenta de ello, Bancroft cambió su postura y resultó ser uno de los principales defensores de la traducción. Y cuando el rey a su vez vio el entusiasmo que tenía Bancroft por el proyecto, pronto lo designó como coordinador general del mismo y lo nombró arzobispo de Canterbury.

Poco después de la coronación del rey, a mediados de marzo de 1604, Jacobo, Bancroft y Cecil se dedicaron a iniciar el proceso de traducción. Primero, Bancroft pidió a Lancelot Andrewes, deán de Westminster, así como a Edward Lively y a John Harding, los Regius (reales) profesores de Cambridge y Oxford que fueran supervisores regionales para los tres grupos de traductores, que tendrían su base en Londres, Cambridge y Oxford respectivamente. Cada grupo sería dividido en dos comités, uno compuesto de eruditos en hebreo y el otro de eruditos en griego.

Entonces el Arzobispo le pidió a los tres supervisores que le presentaran una lista de excepcionales eruditos en griego y en hebreo para que trabajaran como traductores. Jacobo aprobó las listas de los tres supervisores sin hacer ningún cambio.

LAS INSTRUCCIONES DEL REY


En el mes de julio, Jacobo le escribió a Bancroft una serie de detalladas pautas sobre cómo se tendría que llevar a cabo el trabajo de traducción. En su carta, primero ordena a Bancroft que invite prácticamente a casi todo erudito en hebreo o en griego que haya en la tierra para que haga “observaciones”, o sugerencias, con el fin de que los diferentes comités de traducción los tuvieran en cuenta en su trabajo. A continuación anunció la creación de seis comités de traducción, tres para trabajar en el Antiguo Testamento y tres en el Nuevo Testamento. La lista sumaba unos cincuenta y cuatro traductores en total, ¡el mayor “comité” de traductores reunidos hasta el día de hoy, para una Biblia inglesa!

El rey también incluyó en su carta, una serie de “Reglas para ser observadas en la Traducción de la Biblia”. En las “Reglas” Jacobo logra complacer a todos, desde los anglicanos prominentes hasta los menos importantes puritanos de la iglesia. Pero sobre todo, sus instrucciones prácticamente aseguraban que ningún grupo de extrema ya fuera anglicano o puritano prominente, podría estar a cargo de la traducción. Esto a su vez ayudaba a garantizar un resultado imparcial y exacto: una Biblia que fuera en verdad tomada de los textos originales en hebreo y en griego.

Por supuesto los hombres prominentes de la iglesia tenían muchas razones para estar contentos con las “Reglas”. Primero, los traductores tenían que seguir el texto conservador de la Biblia de los Obispos, y hacer “tan pocos cambios como la verdad del Original permita”. Segundo, ellos emplearían las antiguas palabras eclesiásticas, tales como “Iglesia”, en lugar de usar el término más democrático “congregación”. Ellos también tenían que elegir palabras que estuvieran de acuerdo con los Padres de la Iglesia y con la teología tradicional Anglicana. Además tenían que eliminar todas las controvertidas notas marginales a excepción de aquellos términos que explicaran el significado del original en hebreo o en griego.

Pero en las reglas del rey también había muchas cosas que alentaban a los Puritanos, asegurándoles que la nueva Biblia del rey no debía tener un punto de vista demasiado conservador. Por ejemplo Jacobo, dejó en claro que la Biblia nueva tenía que ser una traducción, no sólo una revisión del antiguo texto de los Obispos. “Cada hombre de cada grupo en particular”, dijo Jacobo primero tiene que traducir cada capítulo individualmente. Luego tiene que reunirse con todo el comité, para “acordar” democráticamente cuál es el mejor vocabulario a emplear en tal capítulo. Si el acuerdo no se produce, el otro comité de traducción tiene que hacer la revisión del pasaje. Si ellos no logran un acuerdo sobre el vocabulario, la disputa se llevará al “comité general”, donde los representantes de todos los comités tienen que dar la recomendación final.

Los puritanos deben de haber estado contentos de ver que las “Reglas” del rey daban autorización para consultar las radicales Biblias protestantes del pasado, los textos de Tyndale, Mateo y Ginebra. Esta decisión les aseguraba que la belleza, la poesía y el poder evangelizador de aquellas Biblias tan amadas no se perdería. Ellas quedarían incorporadas, de una vez por todas, en la versión nacional de las Escrituras.

LOS ARREGLOS FINANCIEROS


Financiar la Biblia nueva representaba un gran problema para Jacobo. Su erario público se encontraba bajo una tremenda presión. De modo que él debía encontrar otros recursos: los fondos de la iglesia, de las universidades y la generosidad de los propios traductores.

El 22 de julio, Jacobo le escribió a Bancroft ordenándole gravar al clero inglés con un recargo real para establecer un fondo para hacer la traducción. Además, en la carta le dice al Arzobispo que asigne los sueldos de todos los cargos ministeriales vacantes, a los “sabios” que servían como traductores. En la misma fecha, Jacobo le escribió al secretario Cecil diciéndole que les diera instrucciones a las universidades para que dieran alojamiento completo a los traductores que estaban trabajando en Oxford y Cambridge.

Resultó que estos arreglos fueron muy inadecuados. Las autoridades de la Iglesia no contribuyeron para nada con el proyecto. No obstante, las universidades fueron un poco más generosas, y algunas facultades de Cambridge ofrecieron una pequeña contribución para algunos de los traductores. Pero en general la mayor parte de los “sabios” que tomaron parte en el proyecto, lucharon con la pobreza durante los seis a ocho años que llevó producir la Biblia King James. Ellos trabajaron por amor a la Biblia y a sus compatriotas.

COMIENZA EL TRABAJO DE TRADUCCIÓN


El 31 de julio de 1604, Bancroft hablando a favor del rey les escribió a los supervisores de la traducción de Oxford, Cambridge y Westminster, diciéndoles que comenzaran enseguida la traducción: “No pueden perder más tiempo si queremos que esta gran obra progrese. Todos los traductores deberán reunirse enseguida y abocarse de inmediato a esta tarea y deberán hacerlo lo antes posible”.

LOS SEIS COMITÉS DE TRADUCTORES


En su cuidadosa selección de los traductores, los tres directores regionales (Lancelot Andrewes en Westminster, John Harding en Oxford, y Edward Lively en Cambridge), adoptaron un criterio totalmente ecuménico. Su criterio principal fue la erudición en griego, hebreo y latín, sin ningún interés aparente en los puntos de vista teológicos de los traductores.

Al incluir toda clase de anglicanos en cada uno de los seis comités — hombres de la iglesia prominentes, de menor jerarquía y moderados — los directores permitieron que hubiera una sana controversia en el proceso de traducción. Ellos sentían que, así como el espectro del color se une armoniosamente, del mismo modo las distintas facciones teológicas se unirían con moderación.

CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LOS TRADUCTORES


Aunque sólo unos pocos traductores admitieron públicamente que eran puritanos, casi la mitad de ellos podrían ser considerados como moderados con una fuerte inclinación no conservadora. Aproximadamente veinte de ellos eran considerados calvinistas de corazón. Además estaban los armenios, un número pequeño pero influyente de traductores que creían en la doctrina de la “libre voluntad”, (entonces considerada por la Iglesia como herejía). El resto de los traductores eran hombres de iglesia prominentes, de moderados a conservadores.

La envergadura de los representantes de los distintos comités garantizaba casi desde el comienzo, que los hombres de ideas de extrema podrían neutralizarse entre sí, permitiendo de ese modo que prevaleciera la mayor parte de los anglicanos moderados.

Entre los traductores había un número selecto de universitarios eruditos en Biblia. A decir verdad, cerca de las tres cuartas partes de ellos, unos treinta y cinco, fueron en algún momento profesores universitarios. Entre los traductores de Oxford, seis eran en ese momento o serían en el futuro profesores Regius. También en el comité de Oxford había cinco que eran o llegarían a ser directores de Oxford, (decanos de facultades). También en Cambridge había hombres notables. Siete eran o llegarían a ser profesores Regius, y ocho decanos de facultad. La mayoría de ellos tenían doctorado.

Unidos por su anglicanismo general, su lealtad al rey, y su amor por las Escrituras, los traductores se mantuvieron a través de arduos años de labor, unidos por el celo incesante de dar al pueblo inglés una versión nueva y completamente imparcial de la Biblia.

Las notas hechas por un traductor sobre el proceder del comité, muestran que entre ellos hubo fuertes enfrentamientos. Pero lo importante es que los traductores subordinaron esas diferencias personales a su meta común.

Es indiscutible que ser designado como uno de los cincuenta y cuatro traductores era un gran honor. En 1614, cuando le escribió al obispo de Bath y Wells, para pedirle un ascenso, Samuel Ward enumeró como la última y más destacada de sus cuatro calificaciones más importantes, este simple hecho: “Yo fui uno de los traductores”.

Mary Trammell, nuestra Redactora Adjunta, es especialista en estudios bíblicos, y William Dawley, nuestro Redactor de Secciones Especiales, es un periodista con mucha experiencia.

La palabra de Dios es viva y eficaz,
y más cortante que toda espada de dos
filos... y discierne los pensamientos y
las intenciones del corazón. Y no hay
cosa creada que no sea manifiesta en
su presencia..

Hebreos 4:12

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / diciembre de 1995

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.