Los Reyes Magos estaban seguros de su objetivo: encontrar el Cristo. Y estaban dispuestos a viajar un largo trecho para ver al tan esperado Mesías. ¡Pero necesitaban saber dónde encontrarlo! Fueron a Jerusalén y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. Mateo 2:2. Les contestaron que de acuerdo con la profecía el Mesías nacería en Belén. El Rey Herodes los envió a Jerusalén y les pidió que regresaran y le dijeran dónde se encontraba el niño exactamente.
Para no perder el camino mantuvieron sus ojos fijos en la estrella, que volvió a aparecer después que dejaron a Herodes. Sabiamente tomaron el camino que su luz indicaba y la siguieron fielmente hasta que encontraron lo que buscaban, al niño Jesús. La Biblia lo relata de esta manera: “Y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño” (versículo 9). Después de ofrecer al niño sus presentes, regresaron a sus hogares por un camino diferente porque Dios les advirtió que no volviesen a Herodes.
Hoy, la luz de la Ciencia divina atraviesa la noche del error y la resistencia al Espíritu como un rayo láser de esperanza y curación. Aquellos que anhelan obedecer el mandato del Cristo de sanar espiritualmente, saben que necesitan ser guiados con sabiduría, y la Ciencia Cristiana les asegura que esa estrella que los guía está presente, tan brillante como antes. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), escribe: “La estrella que con tanto amor brilló sobre el pesebre de nuestro Señor, imparte su luz resplandeciente en esta hora: la luz de la Verdad, que alegra, guía y bendice al hombre en su esfuerzo por comprender la idea naciente de la perfección divina que alborea sobre la imperfección humana — que calma los temores del hombre, lleva sus cargas, lo llama a la Verdad y al Amor y a la dulce inmunidad que éstos ofrecen contra el pecado, la enfermedad y la muerte”. Escritos Misceláneos, pág. 320.
La luz de la Verdad divina, con su perpetua promesa de curación y salvación para toda la humanidad, brilla a través de la Palabra inspirada de las Escrituras y se difunde por medio del prisma de la ciencia divina para que todos la perciban. Dios es el origen de esta luz; por lo tanto, nunca pierde su poder para atraer al investigador honesto, para guiar al buscador sincero, orientar los pasos del principiante y alentar al viajero experimentado. Siempre necesitamos confiar en la guía segura de la luz de la Verdad.
Recuerdo una noche en que necesité confiar en una guía segura. Nuestro hijo menor enfermó repentinamente y comenzó a llorar. Cuando lo tomé en mis brazos para consolarlo, me alarmé al notar lo caliente que estaba. Su piel estaba tan caliente que prácticamente no se podía tocar. Yo sentía mucho temor y sabía que mi hijo necesitaba ayuda. Sobre una mesa, al alcance de mi mano, había un ejemplar de The Christian Science Journal, y cuando lo abrí en busca de inspiración, mis ojos se detuvieron en una cita de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, escrito por la Sra. Eddy.
Esta cita fue tan oportuna para la situación que estábamos pasando, que me calmé de inmediato. Decía así: “La Mente regula el estado del estómago, de los intestinos y del alimento, así como la temperatura de niños y adultos, y la materia no lo hace”. Ciencia y Salud, pág. 413.
La Ciencia Cristiana me había enseñado que hay una sola Mente, Dios; y el saber que esta Mente estaba realmente gobernando a mi hijo en ese momento con un amor perfecto, me tranquilizó tanto que el temor desapareció. Fue como una estrella que me estaba guiando; es decir, estaba dirigiendo mi pensamiento hacia determinado aspecto sanador de la Verdad. Miré a mi hijo y observé que dormía serenamente. Sentí que su cuerpo iba recobrando su temperatura normal. Cuando despertó unos minutos más tarde, ya se había recuperado y estaba listo para jugar.
A medida que percibimos la luz de la Ciencia divina, siguiendo y confiando en cualquier vislumbre espiritual que obtenemos, comenzamos a ver curaciones; algunas quizás sean rápidas, otras quizás requieran persistencia. Entonces, cuando otras personas nos piden que les demos tratamiento según la Ciencia Cristiana, podemos confiar en que esta luz será una guía segura que nos llevará a la curación.
Dios es el verdadero sanador. La capacidad que cada uno de nosotros tiene para reflejar ese divino poder sanador viene por medio del espíritu del Cristo, por medio de la demostración del amor y la mansedumbre, la sinceridad, la devoción a las verdades espirituales acerca de Dios y Su amada creación, el hombre, y a través de la perseverancia. Si somos fieles a la luz de la Verdad, podemos confiar en que la sabiduría, y no el temor, guiará con seguridad nuestro deseo de ayudar y sanar a los demás.
Ciencia y Salud se refiere a la Ciencia divina como el “lucero matutino”. Ibid., pág. vii. Un lucero matutino se caracteriza porque brilla en forma especial y, por lo tanto, se le puede ver antes del amanecer; es el lucero matutino que anuncia el comienzo de un nuevo día. En efecto, el lucero matutino de la Ciencia divina señala el amanecer de un nuevo día para la humanidad. Ese nuevo día indica la presencia de una época de gran iluminación espiritual en la cual los buscadores de la Verdad se están esforzando por llevar paz, salud y armonía a un mundo lleno de problemas. La Biblia no dice cuántas personas siguieron a la estrella en aquellos tiempos, ni la distancia que cada uno tuvo que recorrer, pero el mensaje es muy claro, y ellos fueron lo suficientemente sabios como para distinguir su luz y lo suficientemente fieles como para seguir su guía segura todo el camino.
Hoy en día, los pensadores sinceros están esperando el amanecer de la luz espiritual. Y hoy, como en aquel entonces, las distracciones y las dificultades parecen ocultarla. La necesidad de curación continúa. Sin embargo, no hay límites para la luz del Cristo, y no hay límites para la sabiduría que guía a cada buscador honesto hacia el lucero matutino de la Ciencia divina.
Nosotros debemos seguir pacientemente a ese lucero matutino como lo hicieron los Reyes Magos, y comprender que nos lleva al Cristo, para poder ver al hombre a la imagen y semejanza de Dios. De esta manera, la curación se produce tan naturalmente como la salida del sol. La luz de la espiritualidad que está amaneciendo, destruye la noche del sufrimiento humano.
“Y nosotros hemos conocido
y creído el amor que Dios tiene
para con nosotros. Dios es amor;
y el que permanece en amor,
permanece en Dios, y Dios en él...
Nosotros le amamos a él,
porque él nos amó primero...
Y nosotros tenemos este mandamiento de
él: El que ama a Dios,
ame también a su hermano”.
1 Juan 4: 16, 19, 21
