Cierta noche cuando estaba preparándome para salir a cenar con mi esposo, comencé a sentir dolor en uno de mis dientes posteriores. En el pasado, frecuentemente había tenido problemas con mis dientes y con una enfermedad de las encías. Pronto, el dolor fue más intenso, y empecé a temer que tendría necesidad de ir al dentista y hacerme otro tratamiento de conducto. Había gastado miles de dólares en trabajo dental, pensando que si lograba arreglar “este último”, no tendría más problemas. Después de cada experiencia, me prometía que iba a cuidar mejor de mis dientes.
Como Científica Cristiana, sabía que la oración podía sanar este problema, pero había pensado que no tenía la experiencia necesaria para tratarlo.
Sentada, y al pensar cómo iba a solucionar esto, resolví esta vez, volverme de todo corazón a la Ciencia Cristiana. Tomé el teléfono y llamé a una practicista, y le expliqué la situación. Me habló de la verdadera identidad del hombre como se define en Ciencia y Salud: “El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios”. (pág. 475). Ella aceptó ayudarme para encontrar curación, y me alentó a reflexionar acerca de la idea espiritual del hombre, sabiendo que como ideas de Dios, en verdad jamás nacimos en la materia y jamás vivimos en la materia.
Colgué el auricular y comencé a pensar sobre lo que me dijo la practicista. Al empezar a orar, me asaltó el temor de que no conocía las ideas correctas específicas en las que debía pensar, y la sugestión de que en realidad ya lo había intentado antes, pero sin resultado (y que también había tratado este problema con la misma practicista y no había encontrado solución).
De pronto me di cuenta de que yo no debía hacer nada por mí misma, apartada de Dios. Recordé lo que Jesús dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). A medida que me liberaba de creer que era mi responsabilidad y debía hacer algo humanamente para obtener la curación, empecé a confiar en que las leyes de Dios gobernaban esta situación y que podía comprender y obedecer estas leyes ahora mismo.
Dejé de tener temor y empecé a escuchar lo que Dios me decía. Casi inmediatamente el dolor comenzó a disminuir.
Seguí adelante y me vestí para la cena, y mientras lo hacía, en todo momento reafirmaba que Dios me gobernaba con Su ley del bien, y que Su ley siempre se cumplía. Por la noche pude disfrutar de la cena sin sentir ninguna molestia. Una y otra vez me regocijaba en el hecho de que yo no era víctima de las leyes de la materia, sino que estaba siempre perfecta en Dios, sin importar el estado físico.
Desde entonces no he tenido ningún problema dental, y me siento muy agradecida por el continuo desarrollo del bien en mi vida. Siento especial agradecimiento por haber tomado instrucción en clase Primaria en la Ciencia Cristiana, que me ha ayudado a progresar en mi comprensión espiritual.
Palm Springs, California, E.U.A.
