Cuando era niña, y durante mi juventud, me cuestionaba algunos de los conceptos que había aprendido con respecto al cristianismo. No me sentía identificada con ninguna de las iglesias Protestantes a las que había concurrido. En cambio me sentía libre para pensar sobre lo que la verdad es en realidad. Simplemente no podía aceptar que la “voluntad de Dios” fuera que alguien muriera joven o que padeciera algún tipo de situación angustiante. ¿Querría acaso Dios, que es el Amor, quitarle su hijo a unos padres amorosos, o llevarse a una joven esposa del seno de su familia porque los necesita en el cielo? De ninguna manera, éste no era el Dios que yo deseaba conocer. Rehusaba creer que el hombre fue puesto en esta tierra para ser la víctima indefensa de la enfermedad y las circunstancias. No podía creer que existiera un diablo o un demonio que tuviera más poder que Dios, y rehusaba creer que Dios amaba a unos más que a otros.
Yo había padecido de alergias, envenenamiento, infección aguda de los oídos y otras dolencias que según la creencia general, pertenecen al hombre. Pero a veces rechazaba tanto estos males como los medicamentos que estaban destinados a sanarlos. Como me disgustaban los efectos desagradables que me producían los medicamentos, prefería soportar el malestar que estaba experimentando en ese momento. También me cuestionaba el hecho de que si Dios había creado a los médicos, ¿por qué se les había concedido la capacidad para sanar a un ritmo tan lento? ¿Y acaso Dios no amaba al Hombre Primitivo tanto como nos ama a nosotros, que poseemos la medicina moderna?
Luego mi vida comenzó a desmoronarse. Mi esposo, que había sido cariñoso, paciente y fiel durante varios años de feliz matrimonio, comenzó a beber y se volvió cruel y nada confiable. Cuanto más me esforzaba por arreglar las cosas, peor se volvía la relación.
En medio de esta situación tan crítica conocí la Ciencia Cristiana, y me aferré a ella como me hubiera aferrado a una balsa salvavidas en medio de un mar embravecido.
De pronto comencé a encontrar la respuesta para todo aquello que me había cuestionado. La Ciencia Cristiana me enseñó que Dios no envía la enfermedad y la muerte. Dios es Vida, Verdad, Amor. Uno de los pasajes de la Biblia que ha sido mi fortaleza durante estos años, se encuentra en Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; ... siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (41:10). A medida que estudiaba las enseñanzas de la Biblia con Ciencia y Salud, comencé a percibir que mis enemigos no eran personas, sino pensamientos. Y comprendí que podía cambiar mi modo de pensar con la guía y las enseñanzas que se encuentran en estos libros maravillosos.
Por medio de un creciente desarrollo espiritual he podido vencer muchos temores. El pecado, la enfermedad y la desarmonía no tienen más realidad que la que le atribuimos en creencia. Estos errores desaparecen cuando la verdad se manifiesta en el pensamiento y es comprendida.
No puedo recordar cuál fue la última vez que padecí de resfrío, gripe, dolor de cabeza y otras dolencias que la humanidad considera inevitables.
Uno de mis puntales en los momentos más sombríos de mi vida ha sido el Salmo 23. La convicción de que “Jehová es mi pastor” elimina el temor. Luego consideré necesario separarme legalmente de mi esposo porque la situación ya no era conveniente para los niños, y con la ayuda de Dios pude encargarme de ellos yo misma; nunca nos faltó nada.
Cinco años más tarde me casé por segunda vez, lo cual trajo mucho bien a mi vida y a la de los niños.
Comprendí que Dios está siempre presente. Puedo depender de Él para toda necesidad, y he encontrado paz y liberación de enfermedades, de falta de recursos económicos, de desempleo y de peligro. A pesar de haber estado sin empleo en algunos períodos “aparentemente malos”, y a una edad que a veces se considera que no es apta para encontrar trabajo, siempre conseguí empleo. Ahora he prosperado y formé mi propio negocio, el cual nos provee mucho más de lo que nuestra familia necesita.
¡Qué maravillosa libertad he encontrado! Cuando el temor, ya sea grande o pequeño, pretende sugerirme que algo marcha mal en mi vida, sé que puedo percibir que Dios es mi Vida, y que todo está bien. Me esfuerzo por vivir cada día en gratitud permanente.
Bluemont, Virginia, E.U.A.
