En La Escuela tenía la reputación de ser callada y tímida. La escuela secundaria a la que concurría era más grande que la escuela primaria, y a veces me infundía temor. Parecía haber todo tipo de pandillas o grupos que siempre andaban juntos. Los miembros de cada grupo se vestían y actuaban igual, de forma que se diferenciaba un grupo de otro.
Parecía que algunos grupos siempre estaban buscando a alguien a quien molestar. Se burlaban de una si no les gustaba el cabello o la ropa, o si veían que uno era demasiado gordo, demasiado alto, o muy estudioso.
En la clase de ciencias teníamos asientos asignados, y a mí me tocó sentarme delante de Caty, que era la líder de uno de esos grupos. Por lo general trataba de evitarla. Parecía que siempre estaba buscando pelea. Al poco tiempo, ella y sus amigas se habían aburrido de la clase de ciencias. Empezaron a ponerme pelotitas de papel en el pelo y se reían.
Mi amiga, que se sentaba en frente de mí, vio lo que hacían y me lo dijo. Yo ya sabía lo que estaban haciendo. A veces les llevaba la corriente y otras les pedía que dejaran de hacerlo. Pero por lo general las ignoraba.
Luego, un día comenzaron a arrancarme los cabellos y se reían. Me sentí atrapada y mortificada. Sentía vergüenza de tener tanto miedo de defenderme cuando me trataban sin respeto alguno, pero pensaba que si protestaba les iba a dar más motivos para reirse. Además, tenía temor de contarle lo que pasaba a la profesora de ciencias. No quería que Caty y sus amigas pensaran que yo siempre iba con el cuento a la profesora.
Días después, una de las chicas puso una tachuela en mi asiento. No me llegué a sentar sobre ella, pero me molesté cuando la vi. La profesora vio que estaba casi llorando y, después de clase, me preguntó qué pasaba. Le conté el problema que tenía con Caty y sus amigas.
Al día siguiente, aunque Caty estaba ausente, la profesora cambió la asignación de asientos, poniendo a Caty y a sus amigas separadas entre sí y lejos de mí. Pero después de clase una de las amigas de Caty se me acercó en el corredor. Caminando bien cerca de mí me dijo: “Nos hiciste cambiar de asiento, ¿no?” No le contesté. Me empujó de lado y choqué contra la pared.
Al día siguiente no quería ir a la escuela. En casa, lloré y le conté a mi mamá lo que pasaba. Me escuchó con ternura pero no estuvo de acuerdo con que Caty o una de su amigas fueran pendencieras. Ella me dijo que Caty era mi hermana. Dijo que ambas éramos hijas de Dios, y que Él nos amaba a las dos. Me dijo que tuviera esto presente, y que tenía que amar a Caty.
Me sentía un poco enojada con mamá por haberme dicho que tenía que amar a Caty después de lo que me había hecho. Ciertamente, pensé, no se había comportado como una hija de Dios. Sentía bastante lástima de mí misma porque no había hecho nada para provocarla, y sin embargo, ¡mi mamá me estaba diciendo que yo tenía que cambiar de actitud!
Al día siguiente en la escuela pensé en lo que mi mamá me había dicho. Me recordó lo que Cristo Jesús dijo a sus discípulos en el Sermón del Monte. Les dijo: “Amad a vuestros enemigos, ... orad por los que os ultrajan...” Mateo 5:44.
¿Cómo hacemos esto? ¿Significa que tenemos que aceptar en silencio lo que nuestros llamados enemigos nos hacen? Por supuesto que no. Eso era lo que había estado haciendo hasta que la profesora intervino, y por cierto que no me ayudaba a amar a Caty. De hecho, me sentía furiosa con ella. Pero, al pensar en esto, me di cuenta de que no podía amarla de veras y al mismo tiempo sentirme resentida con ella.
Se me ocurrió pensar que tal vez ella se sentía aún más atrapada que yo. A veces debe haber sentido que tenía que actuar rudamente frente a sus amigas para que la quisieran y la respetaran. Cuando pensé en esto sentí compasión por ella. Supe que, en realidad, ambas queríamos lo mismo. No importa cómo actuara, ella necesitaba ser amada y aceptada, al igual que yo.
Sabía que podía amarla, porque como hija de Dios ella era digna de ser amada, y Dios la amaba. Dios siempre hace que nuestra copa rebose de amor.
También recordé que, en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana a la que concurría, habíamos hablado sobre el Salmo 23. Este Salmo dice que Dios va delante de nosotros y nos conduce como un pastor a sus ovejas. El Salmista habla del tierno cuidado de Dios. En un versículo dice: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;... mi copa está rebosando". Salmo 23:5. Habíamos hablado con mi maestra de la Escuela Dominical sobre esa copa. Habíamos determinado que si nuestra “copa” — que podríamos pensar que son nuestros pensamientos — está rebosando de amor, no hay lugar para el odio o el dolor. Decidí mantener mi “copa” rebosando de amor por Caty.
Ese día ella no me enfrentó en la clase de ciencias. Pero estuvimos juntas en la última clase del día. Cuando me dirigía a clase ella se me acercó. Por primera vez no le tuve miedo. Estaba determinada a mantener mi pensamiento lleno de amor.
—¿Quieres pelear?, — me preguntó. La pregunta me pareció tan absurda que me hizo reír.
La miré fija y le dije que “no”, con una sonrisa.
— Hiciste que me cambiaran de asiento en la clase de ciencias, ¿no?, — me preguntó con voz de enojada.
Sonreí nuevamente y contesté que “sí”. Luego me preguntó porqué, y le dije. Durante esta conversación, sentí el amor que Dios siente por mí y por Caty. Sabía que podía amarla, porque como hija de Dios ella era digna de ser amada, y Dios la amaba. Dios siempre hace que nuestra copa rebose de amor. Todos Sus hijos — incluso Caty — pueden sentir Su amor.
Yo estaba sonriendo tanto que Caty no pudo evitar sonreír. Mi amiga de la clase de ciencias y la amiga de Caty (la que me había empujado contra la pared) venían detrás, y nos miraban. Cuando nos sentamos en la clase, mi amiga dijo: “¡No puedo creer que le estuvieras hablando a Caty! ¡Era como si fueran amigas!”
No volví a ver a Caty muy seguido después de esto, pero cuando nos cruzábamos siempre fue cortés conmigo. Y sus amigas también. Siempre que pienso en ella lo único que siento es amor. Ella me ayudó a ver que no tenemos que sentirnos intimidados por los demás, y que no tenemos que obedecer las reglas de ninguna pandilla. Todos somos los hijos amados de Dios, y amar es parte de nuestra naturaleza.
