¿Será Que la Semana Santa existe para que podamos disfrutar de un feriado prolongado, para ver nuevamente alguna película sobre la Pasión, para comer pescado (un buen bacalao) o huevos de Pascua? Creo que la mayoría de las personas responderían que hacen todas esas cosas durante la Semana Santa, pero no saben porqué razón eso se consideraría santo.
De acuerdo con las costumbres tradicionales de muchos países, durante la Semana se recuerdan los acontecimientos tristes que precedieron a la resurrección de Cristo Jesús. En muchos lugares, se realizan ceremonias especiales en esos días, las representaciones y procesiones que reproducen los hechos que narran los Evangelios. Sin duda, muchas veces son espectáculos lindos y conmovedores, que tienen un valor artístico e inspirador. Pero ¿somos acaso de alguna forma santificados por asistir a ellos?
La palabra “conmemorar” significa “recordar de manera especial”. Los rituales y las comidas son una especie de conmemoración. Sin embargo, existe una manera realmente especial de recordar esos hechos, que transforma en santa esa conmemoración. No se trata de una comida en particular, de una ceremonia o representación, no es algo que se limita a la Semana Santa. Consiste en tratar de comprender cómo aquellos hechos se relacionan con nuestra vida diaria, sacar de ellos enseñanzas que podamos poner en práctica.
Los sucesos de aquella semana fueron tantos, que ocupan un tercio del texto total de los Evangelios. Véase Mateo caps. 21 a 28; Marcos caps. 11 a 16; Lucas 19:28 a 24:49; Juan 12:12 a 20:23. De ahí podemos deducir la importancia que tuvo para la misión de Cristo Jesús. Fue, sin duda, una semana santificada. Con todo, esos acontecimientos sólo tienen valor para nosotros, para nuestra salvación del pecado, de la enfermedad y de la muerte, si aprendemos a realizar obras semejantes, y si asimilamos los conceptos que Jesús se empeñó en enseñar a la humanidad. Al hablar de la crucifixión y la resurrección, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dice en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Su ejemplo consumado fue para la salvación de todos nosotros, pero sólo a condición de que hagamos las obras que él hizo y que enseñó a hacer a demás”.Ciencia y Salud, pág. 51.
Aunque había estado estudiando la Ciencia Cristiana durante varios años, recién comencé a pensar en esto más detenidamente cuando mi hijo más pequeño, de unos cuatro años, empezó a preguntar “por qué”, sobre varios temas relacionados con las conmemoraciones de la Semana Santa. Yo no quería hablarle a un niño tan pequeño acerca de los azotes, la corona de espinas, los clavos en la carne, la lanza en el costado y todos los demás sufrimientos físicos a los que se les da tanto énfasis en las películas o representaciones de la Pascua. ¿Eran realmente ésos los únicos hechos importantes de toda la Semana Santa? ¿Sería el sufrimiento físico el aspecto más elevado del ejemplo de Jesús? Si así fuera, seguir el ejemplo del Maestro significaría necesariamente sufrir. ¿Cómo podría yo enseñar a mi hijo a seguir ese ejemplo? El deseo de contar la historia de la Pascua de una manera realmente provechosa me llevó a examinar los relatos de los Evangelios con otros ojos, de una manera más espiritual.
Para empezar, revisé la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Él fue recibido con las honras reservadas a un rey o un gran héroe. ¿Qué podemos aprender de ese hecho? Tal vez nos sirva de ejemplo para comprender qué fugaces son las aclamaciones de la mente humana (pocos días después el mismo pueblo pidió que lo crucificaran). Él había conseguido notoriedad y despertado admiración a través de magníficas obras espirituales, pero también en ese caso el aplauso de los hombres duró muy poco.
¿Serán acaso más duraderos y más confiables los aplausos y la aprobación que se puedan conseguir por medios tal vez un tanto dudosos, desobedeciendo a veces el Principio divino? Obedecer a ese Principio requiere obrar con honestidad e integridad, en todo lo que realizamos. Esa forma de obrar asegura un éxito más tangible, una paz y estabilidad más duraderas, porque nos estaremos apoyando en la ley de Dios, y no en la efímera aprobación humana.
Jesús no se ilusionó con aquel triunfo, ni perdió de vista su misión espiritual. ¿Será que a veces el éxito en los negocios, en las artes, nos hace perder de vista el hecho de que cada uno de nosotros tiene también una misión espiritual que cumplir? El éxito sólo es realmente éxito cuando se reconoce que es parte de la manifestación de la naturaleza divina en nosotros. Si fuera el resultado de la mera astucia humana o de la fuerza de voluntad de llevar adelante nuestros propios designios, nos desviaría de nuestra misión espiritual, del propósito sagrado que Dios tiene para nosotros.
En los días subsiguientes, Jesús predicó en el templo. Las clases que él dio allí también son un ejemplo práctico de valor moral. Sabía que los fariseos usarían cada una de sus palabras en contra de él. En aquellos días, en diversas ocasiones, tanto los fariseos como los saduceos, los herodianos como los escribas, le hicieron, o mandaron a hacer, preguntas capciosas, con la intención de acumular pruebas en contra de él. Jesús respondió a todos con valor y sabiduría. Tanto fue así que “no osaron preguntarle nada más”. Lucas 20:40. Si aprendiéramos a tener el mismo valor moral, la misma capacidad de responder sabiamente, no nos veríamos enredados en discusiones sin fin, que sólo dejan rastros de rencor y no benefician a nadie. Tampoco nos sentiríamos intimidados por los argumentos agresivos que procuran desviar nuestro propósito espiritual. ¿No sería mejor aprender a tener la misma calma, el mismo razonamiento rápido, la misma facilidad de encontrar la palabra justa?
Esa capacidad de Jesús no era un don exclusivo de él. Era el reflejo de la sabiduría divina. Nosotros también podemos reflejar, y sin duda reflejaremos, aquella sabiduría divina que pone la palabra en nuestra boca, si, a través del pensamiento espiritualizado, estamos en comunión con el Padre. Fue debido a su comunión con el Padre que Jesús tenía muy clara en la consciencia su misión de demostrar a la humanidad que Dios está siempre presente. Él mismo dice: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace”. Juan 5:19, 20. A nosotros también, como hijos de Dios, el Padre nos muestra lo que hace.
La intensa actividad que desarrolló Jesús aquella semana muestra la perseverancia que tenía de enseñarle al pueblo, y de enseñarle hasta el último momento. En esos días, él contó un gran número de parábolas. ¡Qué amor, paciencia y respeto por los oyentes demostró, al continuar enseñando, sin claudicar! ¡Qué certeza tenía del poder de la palabra de Verdad, aunque no veía ningún resultado inmediato!
Veamos la actitud que tuvo Jesús en todo lo que hizo y dijo en aquellos días: la humildad y afecto que manifestó al lavarles los pies a los discípulos; la disposición de dejar lo humano por lo divino, en el huerto de Getsemaní; la capacidad constante de amar, sanando a uno de los soldados que fueron a aprenderlo, eximiendo de culpa a sus perseguidores; la paz interior que fue evidente cuando guardó silencio, durante el juicio, y así sucesivamente. Podemos ver ahí de qué estuvo hecha su resurrección. Todas esas cualidades del Cristo son eternas al punto de que no pueden ser enterradas en un sepulcro. A medida que comprendemos y demostramos algo de esas capacidades en nuestra experiencia, comenzamos a ver de qué puede estar hecha nuestra resurrección de todo mal y de todo sufrimiento.
Esas cualidades tienen su origen en Dios, el Amor, y están, por lo tanto, al alcance de todos Sus hijos. Ellas nos permiten resucitar de la creencia de que el hombre está hecho de materia y es controlado por ella, y de ese modo erguirnos por encima del sepulcro de la materia, donde los sentidos materiales nos procuran enterrar. De esa forma, la resurrección puede ser una experiencia diaria y todas las semanas serán realmente santas.
